Arraiga a Hirst culto a la muerte

Por Edgar Alejandro Hernández

En medio de lo que él llama una crisis en la mitad de la vida, cuando ha decidido tomar una nueva ruta de expresión artística y en el justo momento en que se cuestiona el concepto de la muerte que ha guiado gran parte de su controvertida y exitosa obra, el artista británico Damien Hirst (Bristol, 1965) realiza una residencia artística en la galería Hilario Galguera de la Ciudad de México.

Y es también la muerte lo que lo trajo a México, País en el que silenciosamente estableció su residencia, pues valora que el mexicano es un pueblo que no niega su existencia, como lo hacen en Inglaterra.

Fincado en la cima del éxito dentro del mercado del arte, Hirst ya no recurre al escándalo para promocionar su arte y para su próxima exposición en México lo único que espera es que "le guste a la gente y no lo regresen a su país".

Si bien conserva esa mirada impávida que le da cierto aire de locura, su imagen está lejos de aquel enfant terrible que escandalizaba en los 90 los diarios británicos con sus desnudos y sus borracheras al lado de su colega Tracey Emin.

Autor de piezas controvertidas y de consumo global como la vitrina con un tiburón toro de 5 metros en formol, la vitrina llena de más de 8 mil fármacos o el cadáver humano al lado de un sandwich a medio comer, Hirst ha decidido realizar una residencia en la Ciudad de México y montar un taller en las playas de Guerrero para trabajar una veintena de obras, entre esculturas y pintura, que exhibirá en febrero.

"Creo que estoy en la crisis de la mitad de la vida y eso provoca que no tenga muy claro qué haré en el futuro, pero creo también que siempre me ha interesado ser como un libro abierto y sé que hay artistas que se han iniciado a formar en esta edad, por lo que ahora me siento muy bien en México", asegura en entrevista.

Acostumbrado a escandalizar con su obra, cuyo hilo conductor son los animales disecados, mamíferos crucificados e incluso cadáveres humanos, ahora Hirst se dice sorprendido por México, ya que es un lugar donde la gente puede "caminar por la calle tomada de la mano de la muerte", en alusión a las tradiciones que incluyen rituales como el Día de Muertos.

"En México la muerte es algo cotidiano, casi la puedes tomar de la mano, cosa que resultaría imposible en Inglaterra, ya que allá se esfuerzan demasiado en hacer como que la muerte no existe. Esa me parece la gran diferencia y por eso me gusta este país y he decidido tener (en Zihuatanejo) una casa para mis hijos", explica.

Hirst espera poder ir a Pátzcuaro en noviembre para ver los festejos por el Día de Muertos, pero durante su breve estancia en la Ciudad de México le han impactado las fotografías de nota roja que ve en la prensa local y de la cual tomará algunas imágenes para convertirlas en pinturas.

"No sé exactamente qué haré en México, pero me ha llamado mucho la atención esas sangrientas fotos de los periódicos mexicanos con choques de autos y asesinatos, que espero retomar y convertir en pinturas, ya que desde principios de año me he dedicado a retratar fotografías", abunda.

Con algunas manchas de tinta en la cara y los brazos, Hirst muestra una de sus pinturas en proceso en la galería Hilario Galguera, donde colocó en un soporte de madera redondo un cráneo humano que cubre con pintura y después pone a girar para que se cubra toda la superficie.

"Siempre me han gustado los cráneos y los esqueletos, nunca les he tenido miedo, porque representan el mejor medio para conocernos a nosotros mismo y para ver la muerte, el final", afirma.

Hirst explica que nunca le ha tenido miedo a la muerte, pero ahora que tiene a sus tres hijos, Connor de 10 años, Cassius de 5 y Cyrus de 7 semanas, se da cuenta de que su percepción sobre el fin de la vida ha cambiado, ya que ahora tiene la responsabilidad de vivir el mayor tiempo para ellos.

"Creo que ahora que tengo a mis hijos me resulta más evidente que mi percepción de la muerte se ha ido modificando y ahora sin duda está influida por ellos", comenta al mostrar la fotografía que guarda en el teléfono celular de su hijo recién nacido.

Apasionado de la comida mexicana, ya que incluso ha aprendido a cocinar por sí mismo tamales y mole, Hirst ve a las playas de México como un lugar que le da comodidad para vivir con su familia, razón por la que no le parece descabellado hacer una exhibición en una pequeña galería mexicana, como la Hilario Galguera.

"La fama es un tema que debes tratar con cuidado, porque siempre te hace pensar que haces las cosas mejor de lo que es en realidad. A mí no es algo que me interese ahora. Mucha gente me dijo que era una locura venir a hacer una residencia y una pequeña exposición en México, cuando tenía mi galería en Nueva York o en Londres. Yo los mandé a volar", confiesa.

En la muestra que prepara para febrero en la galería Hilario Galguera (Francisco Pimentel 3, Colonia San Rafael), Hirst montará obra reciente de pintura, en su mayoría de cráneos de animales y de reses en canal, así como esculturas con esqueletos de aves o parte de su serie de corazones atravesados por una daga.

Para tener una de sus piezas representativas montará una nueva piscina que contendrá un tiburón de dos metros en formol, la cual hace alusión a su obra emblemática La imposibilidad física de la muerte, que exhibió por primera vez en 1991 en la Galería Saatchi de Londres y que este año fue vendida en más de 8 millones de dólares.

Vira a la pintura

Famoso por sus instalaciones y obras escultóricas donde expresara durante 15 años sus obsesiones por la muerte, la vulnerabilidad y el sarcasmo, Damien Hirst ha dado un giro a su trabajo artístico: comienza a hacer pintura de corte realista.

En su visita a la Ciudad de México continúa cultivando esta línea, sin dejar los temas que lo apasionan.

"Ahora estoy pintando, no sé si mucho, pero quiero retratar las fotos que he visto en los periódicos de choques de autos y asesinatos, que me parecen muy atractivas", adelantó el artista, quien encuentra en la nota roja de la prensa mexicana un fuerte motivo de inspiración.

Texto publicado el 20 de octubre de 2005 en el periódico Reforma.