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Recuerdos*
Daniel Montero**
1. Un recuerdo propio
Creo que la primera vez que vi una obra de arte contemporáneo hecho en México fue la instalación “Alzado vectorial”, de Rafael Lozano-Hemmer. Me acuerdo de ese día: Andrés Burbano, el profesor de la clase Medios Electrónicos y artes del tiempo de la universidad de los Andes de Bogotá, que era un niño un poco más grande que yo, mostraba la imponente instalación como toda una innovación tecnológica e inédita. Nos contaba que en el México finisecular sí se podían hacer intervenciones en el espacio público y que existía la tecnología para manejar, vía internet, un circuito que controlaba unas luces monumentales que se instalaron en una de las plazas públicas más famosas del mundo para celebrar el cambio de año y de siglo.
En mi recuerdo no registro algo que me dijera que algo estaba cambiando en el arte mexicano porque no tenía otras referencias contemporáneas del arte hecho en este país más que, tal vez, algunas fotos de Gabriel Orozco que había visto en alguna de esas revistas gringas y famosas que llegaban a mi universidad. De lo que sí me acuerdo es que sí pensaba que algo estaba pasando en general, en la vida, en el espacio, en todos los espacios, que había algo que estaba empezando a cambiar el mundo debido a una cosa que se llamaba internet, y que de alguna manera yo no era el mismo porque veía una imagen de una obra hecha con una tecnología de punta en un país del tercer mundo en esa plaza famosa. Yo podía ver lo público del espacio, aunque yo no estuviera allí, en una relación directa con la obra. Al menos podía ver algo. Si yo podía verlo ¿qué estarían viendo los mexicanos? ¿Que estaba cambiando en el espacio público de ese país? El año 2000 no es un año tan lejano y aún así parece tan distante porque han pasado infinidad de cosas, cosas históricas. Abrir el libro de Edgar e Inbal es, al menos para mí, trazar un puente a mi pasado cercano, a un tercio de mi vida, a mi traslado a este país que ahora parece inevitable.
2. Un recuerdo ajeno
Los autores de este libro reconocen un recuerdo compartido cuando hablan de estas obras. Es claro que los que escriben aquí no las hayan visto todas, pero lo que sí afirman de manera común es que las pueden identificar como un cambio relativo en las prácticas artísticas en los últimos años. Todos vivieron ese cambio porque estaban aquí, en este tiempo, en este espacio. Al realizar esa identificación también hacen propias las obras que se narran en el libro. Las obras también son ellos, porque son ellos las que las vieron, los que las compilaron. El recuerdo compartido del libro también puede ser el recuerdo de muchos: en su calidad de público, tal vez muchas personas, muchos de ustedes y de nosotros pudimos ver algunas de estas obras en particular. Yo, tal vez me involucré sólo con algunas de las que se encuentran al final, porque llegue al país a mediados de la década. Justo. En ese sentido, algunas de las obras que aparecen acá son un recuerdo ajeno. Ahí radica precisamente el valor del libro. Del tener acceso a las prácticas, a los sucesos y a los momentos. Todas las obras que se presentan acá fueron un momento. Este libro es la posibilidad de su duración en otro ámbito.
3. Un recuerdo como un puente
Me gustaría comenzar haciendo una auto publicidad. El libro que acabo de publicar llamado “El cubo de Rubik, arte mexicano en los años 90” tiene por protagonista una pieza de arte público del 91-93 llamada “Obelisco roto para mercados ambulantes”, de Eduardo Abaroa. Esa obra, desde mi punto de vista, genera un puenteo fundamental para poder entender el libro que hoy nos convoca. Por supuesto que mi autopublicidad no es para que compren mi libro sino para que compren éste. La razón tiene que ver con una de las afirmaciones que sostiene Cuauhtémoc Median dentro de este libro: “es en las resonancias del arte de los 90, es decir, en el arte producido después del año 2000, en donde se encuentra de manera significativa algún tipo de historicidad y narración del arte reciente del país”. Para mí, el “Obelisco roto para mercados ambulantes”, realizado en la década de los años 90, establecía una relación compleja con su contexto de producción, con las políticas y economías de ese momento. Este libro puede ser entendido como un mapeo singular, un trayecto por una serie de prácticas que también ponen en cuestión su contexto de producción, desde lo público y lo privado, para cuestionar, en el pasado reciente, cómo es que esas concepciones han cambiado recientemente. Decía que, en términos históricos, muchas cosas han pasado en los últimos 14 años. Este libro genera un trazo, un mapa histórico. Concuerdo con muchas personas que lo han leído y que lo han visto: este libro es importante.
* Texto leído por Daniel Montero en la presentación del libro “Sin Límites. Arte contemporáneo en la Ciudad de México 2000-2010” en la feria de arte Zona Maco, el 7 de febrero 2014.
**Daniel Montero Fayad (Bogotá, Colombia, 1980)
Es doctor en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha desempeñado labores docentes en varias instituciones de educación superior incluyendo la UNAM y la universidad Nacional de Colombia. Además, es colaborador de diferentes proyectos de curaduría y promoción cultural. Sus textos, reseñas y críticas, han sido publicados en revistas y catálogos de arte contemporáneo colombiano, mexicano y estadunidense. Su investigación actual se concentra en el arte en relación a la política y a la economía en un contexto de globalización y de neoliberalismo. En la actualidad, es curador académico del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) en la Ciudad de México.