Algunas reflexiones sobre el 8m 2024

Por Irmgard Emmelhainz

 

La marcha del pasado 8m se sintió tan llena como en 2020, vibrante de creatividad en consignas y vestimentas, cada contingente mejor organizado que los otros que pasaban. Hubo vandalismo y golpes, tendederos, lágrimas, risas, gritos, baile. La mayoría de las marchantes eran jóvenes, en sus 20, pero también había mujeres mayores, maduras y niñas y hasta extranjeras. Ese día marchamos sintiéndonos acompañadas en toda nuestra diversidad, conmovidas y gozosas. Y si bien la marcha simboliza la puesta a circular en el espacio público lo que las mujeres habíamos callado centenariamente, y esto es un avance gigante para buscar retribución, acabar con la impunidad y asegurarnos de que no siga pasando, me quedo pensando en las cuentas pendientes que dejan las marchas, cada vez más multitudinarias. En un texto de 1970, Rosario Castellanos escribe:

 La liberación de la mujer encierra posibilidades de cambio que atañen muy de cerca la estructura del sistema. Tanto en lo político y sexual como en lo económico y social, la sociedad tendrá que ser fundamentalmente reorganizada y esto se obtendrá por la oposición colectiva y la transformación de las relaciones de producción y de las instituciones. Se trata de modificar actitudes y papeles que definen y refuerzan la opresión de la mujer. La liberación de la mujer es básica, porque para lograrlo necesariamente tiene que incluir al hombre, a la familia y al trabajo. La mujer encierra un potencial enorme ya que su opresión proviene de su sexo, posición social y raza. En el caso de la blanca de clase media la opresión es solo manifestación de su sexo; en el de la obrera negra la opresión es triple. La liberación de la mujer tendrá repercusiones en todos los niveles: desde la estructura económica, hasta los hábitos caseros, desde una auténtica búsqueda de identidad para los dos sexos, hasta el trabajo visto como gratificación placentera de una necesidad”[1].

La cita de Rosario sigue siendo tan vigente hoy como la escribió en 1970. Sobre todo, la idea de que lo que llamamos “liberación de la mujer” está relacionada con cambiar las estructuras socio-económicas, las identidades sexuales, con transformar “las relaciones de producción” (aquí hace una crítica implícita al capitalismo y a la explotación) y cambiar también a las instituciones. Rosario habla de cambiar las “actitudes y papeles” que refuerzan la opresión de la mujer.

Este año se cumplen setenta de la publicación Lilus Kikus[2]. La novela aborda el digamos “despertar” de una niña de 13 años que como lo pone Elenita, está “en la edad de la punzada”, la edad en la que las niñas no son ni niñas ni mujeres. Los ojos de Lilus Kikus dibujan su propio devenir mayor como iniciación a los peligros que le esperan como mujer bajo el heteropatriarcado. La novella (ilustrada por Leonora Carrington) me recuerda a la ordalía de los papás y mamás, maestrxs palestinos de Cisjordania y Gaza, quienes se dan a la tarea de explicarles a lxs niñxs que viven bajo la ocupación Israelí cuando cumplen diez años. Lilus Kikus entra en las vicisitudes del heteropatriarcado cuando empieza a menstruar. Primero, la piropean en la calle. Luego, las experiencias ajenas la aleccionan: su amiga la Borrega ejecuta transgresiones impensables como “poner una azucena blanca en el tintero negro” y “hacer un baile diabólico” (ósea: hace todo lo relacionado con perder la virginidad), y la expulsan de la escuela porque queda embarazada. Su amiga la Chiruelita se casa a los 17 con un pintor para tener que dedicarse a atenderlo hasta que decide dejarlo, y él “le retuerce el pescuezo”. Todavía no existía el término “feminicidio”. Luego, a Lilus la mandan a un colegio de monjas en donde la enseñan, le bordan el rol del “deber ser” de las mujeres: esperarse a casarse para tener hijos y dedicarse a su familia, ser paciente y sumisa con su marido, a abnegarse.

¿Qué ha cambiado en 70 años de lucha feminista para las Lilus Kikus de hoy en día? Yo tengo una Lilus Kikus en casa, y si bien ya no se inculca a las niñas privilegiadas que tienen que mantener blancas sus azucenas y se les alecciona sobre los anticonceptivos y el aborto y que pueden elegir casarse y tener hijes o no, las niñas todavía habitan las demandas del heteropatriarcado. Ya no las aleccionan las monjas, sino las costumbres heteropatriarcales de “servir” a los hombres que observan en casa junto con la cultura visual a la que están expuestas. Ahora viven presas de ansiedad por verse bien en Instagram, por estar altas y delgadas (ahí el origen de las epidemias de vigorexia y anorexia), por hacer regularmente rutinas de skincare aplicando productos de belleza tóxicos y caros que sus complexiones no necesitan. Niñas tan pequeñas como de 9 años piensan que el skincare es una manera de autocuidado, sin embargo, es una trampa y la nueva forma de tiranía corporal:[3] de esculpir el cuerpo, ahora existe el mandato a través de tutoriales de TikTok, de esculpir el rostro.

Ilustraciones del libro Lilus Kikus, de Leonora Carrington.

Yo observo a mi Lilus Kikus negociar su conciencia de cuerpo de “niña-que-se-hace-mujer” comparándose con las modelos o actrices que ve en las plataformas que la hacen sentirse incómoda con su cuerpo; la veo pelearse con sus amigas por los novios y basar su autoestima en likes en redes sociales y en la atención que reciben de los niños. Obviamente los mensajes que reciben son esquizofrénicos: vete disponible, pero sé recatada y no expreses tu deseo sexual pero complace al otro (quien se educa sobre sexo viendo pornografía); consume y mantente delgada; factura y cómprate flores, “sé libre” (come Elsa la de Frozen). Naciste empoderada pero ten cuidado porque en nuestro país matan a un promedio de 11 mujeres al día (cifras del año pasado) y sobre todo: no te veas más lista que los niños. Así como lxs papás y mamás palestinxs se organizan para hablar con sus hijos de la ocupación, urgiría lograr un consenso de cómo educar a lxs hijxs desde pequeñxs en la perspectiva de los feminismos. A niños y a niñas. No hay una conciencia colectiva de educar en los feminismos: el año pasado decidí dar una clase de cine documental con perspectiva de género en una universidad privada y los alumnos me cancelaron en las evaluaciones, la institución me quitó el curso; sin apoyar mis contenidos, evitó enfrentar a los estudiantes con su incomodidad real.

Regresando a la cita de Rosario, dice que para lograr la liberación de la mujer hay que incluir al hombre, la familia y al trabajo. Y ya desde 1970, la visión de las feministas era interseccional, reconociendo que las opresiones son múltiples y que derivan de sexo, posición social y raza. Para Rosario la liberación de las mujeres implicaría un cambio radical en las bases de la sociedad, desde la económica, en el hogar, la identidad de los sexos, que el trabajo se convirtiera en algo placentero, sin explotación, sin división por género en “productivo y reproductivo” y sin ser obligatorio para nadie. La educación temprana y continua en la perspectiva feminista sería un buen comienzo.

Al feminismo de la segunda ola le siguió una época en la que las promesas de la liberación femenina fueron negociadas a través de la transformación de la “liberación” en el principio neoliberal del “empoderamiento”: si bien las mujeres logramos autonomía económica y equidad ingresando al campo profesional (al campo de trabajo productivo), nos encontramos con que no éramos apoyadas por las instituciones (incluyendo el matrimonio) y corporaciones y que cargamos con la doble responsabilidad del trabajo productivo y reproductivo (además de que nuestros sueldos son 32% menores que los de los hombres y mantenemos solas 4 de cada 10 hogares)[4]. Podemos gastar nuestro dinero en signos de feminidad y éxito (tacones, vino, viajes con las amigas), en autoayuda, wellness, cirugías estéticas, terapias. Optar por los hijes y el matrimonio, la identidad sexual. Sin embargo, el feminismo neoliberal, que podemos datar de los 1990s, coincide con el principio de la epidemia de feminicidios que no sólo acecha nuestro país sino que ya se ha expandido por todo el globo.

En la práctica, activistas, legisladoras, senadoras y políticas han logrado modificar leyes para legitimar la equidad de género y proteger a las mujeres de todo tipo de violencias. Es sorprendente lo progresista de las leyes de México. Por ejemplo, la Ley de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia (2007) a la que se agregó el mes pasado la “Ley Malena” que castiga ataques con sustancias químicas con una pena de entre 8 y 12 años de prisión; o la “Ley general de víctimas” proclamada en 2013 y que el año pasado fue modificada para abarcar la “Ley Ingrid”, aprobada para castigar a quien difunda imágenes de víctimas de agresiones (particularmente de mujeres) quienes ahora enfrentan de dos a seis años de prisión.

Aunque podríamos ir más lejos como en Francia, donde se debate la posibilidad de implementar la ley canadiense de la “autodefensa legítima diferida”, que reconoce la incapacidad de un sujeto por salirse por sí mismo de una situación de abuso, el “síndrome de las personas maltratadas” que hace que no presenten una denuncia. A estas personas se les considera en estado de peligro permanente, y si una mujer mata a su marido aún cuando no esté amenazada en ese momento, como Jacqueline Sauvage, quien en 2012 mató a su esposa a tiros, se consideran las circunstancias del acto como en autodefensa legítima diferida.

El feminicidio es un fenómeno global y la violencia de género intrafamiliar y laboral también. La indolencia de las instituciones, a pesar de nuestras leyes progresistas, es indignante. Por eso, desde 2016, las mujeres latinoamericanas hemos salido a las calles a denunciar la opresión, discriminación y violencias que vivimos desde la perspectiva interseccional, reconociendo cómo la opresión es atravesada por la racialización y la clase social. A este movimiento le llamamos la “Cuarta Ola” feminista o el Tsunami. Sin embargo, muchas observamos con consternación, que no haya continuidad entre las luchas de las feministas de la segunda ola y la actual. Aunque seguimos teniendo muchos de los mismos problemas, el lazo de transmisión de conocimiento de una a otra generación es inexistente. Marta Lamas dice que las diferencias entre las feministas se debe a que somos producto de los momentos históricos y que lo que nos diferencia es precisamente que estamos insertas en diferentes momentos históricos y de ahí vienen nuestros desacuerdos[5].

Y en efecto, las condiciones de la lucha han cambiado. La ganadora del premio Nobel de literatura en 2022 Annie Erneaux escribió que a diferencia de hace cincuenta años, la carta de presentación de una mujer (especifiquemos: de clase alta) o su entrada en sociedad ya no es a través de su familia, sino por medio de la publicación de un libro, de su autobiografía[6]. Las protagonistas que vemos en series y películas dejaron de ser accesorios de los personajes hombres y son autónomas, llevan el hilo conductor de las narrativas, no aparecen sexualizadas ni objetualizadas, predominan directoras y las voces de las mujeres no-blancas ni heterosexuales son bienvenidas y apoyadas. Hablamos de interseccionalidad y de “feminismos” (en vez de un solo feminismo). La película dirigida por una mujer, Greta Gerwig, que cuenta la historia de un juguete para niñas (La Barbie) fue el año pasado el largometraje más taquillero de todos los tiempos (pero los Óscar le quedaron a deber a esta importante película)[7].

Sin embargo, si hacemos un recuento de en dónde estamos en relación a Lilus Kikus, nos damos cuenta de que la lucha feminista no ha derivado en una sucesión progresiva de conquistas, como lo apunta Sofía Rodríguez[8]. Que el heteropatriarcado sigue vigente en la manera depredadora y capitalista de sostener la vida en la tierra. Y también estructurando el imaginario colectivo, por ejemplo, en la ceremonia de los Oscars (al día siguiente del 8m), se premió efusivamente Poor Things de Yorgos Lanthimos, la historia de Bella Baxter, el experimento del Dr. Goodwin quien le trasplantó el cerebro de su bebé. La película narra el despertar a la vida y descubrimiento del mundo de Bella quien pasa por las fases del descubrimiento de la sexualidad, abre los ojos a la fealdad y miseria del mundo, para llegar a buscarse la vida de forma autónoma como prostituta siendo dueña de su cuerpo y sexualidad hasta que finalmente, regresa con Dr. Goodwin y ahí descubre su vocación de doctora-científica. Si la emancipación de Bella es contingente del heteropatriarcado y los privilegios que le ofrece como mujer blanca (hereda la práctica de Dr. Goodwin, el dinero de su marido), Gerwig dibuja todas las contradicciones de la travesía de Barbie para emanciparse del heteropatriarcado. Barbie vive en la burbuja de un mundo perfecto creado de los sueños de las mujeres y hace también un tipo de viaje de iniciación a la realidad del heteropatriarcado. Al final, Barbie elige romper con su burbuja y abrazar su estatus de mujer bajo el heteropatriarcado. Barbie y su nueva familia hecha de el alter ego latino de Barbie, Gloria, a quien vemos “hacerse nudos” navegando el heteropatriarcado, su hija Sasha y el papá de Sasha la despiden desde el coche. “Estoy muy orguoso de ti”, le dice el papá de Sasha. Gloria lo corrige: “Orgulloso”, él lo repite, “orguuulioso”; “There you go, close enough” le dice Gloria. Barbie asiente con la cabeza, sale emocionada del coche, el papá la vuelve a interpelar “Sí se puede!” A ello Gloria le contesta: “That’s a political statement” y Sasha le dice irritada: “That’s appropriation dad”; vemos que Barbie ha cambiado sus tacones por Birkenstock rosas y la vemos dirigirse emocionada a su cita con el ginecólogo, y eso marca su transición de “muñeca en un mundo rosa” a “mujer en el mundo real”. Pero lo que quiero señalar en esta escena, es el aspecto multicultural e intergeneracional de la lucha señalada por Gerwig en el guion: Gloria y Sasha son latinas que viven con un norteamericano blanco. A lo largo de la película, lo vemos tratar de aprender español para entender el lenguaje de Gloria y Sasha. El personaje se convierte en una alegoría de cómo los aliados a las feministas están intentando entender, pero no lo logran, y la relación de Gloria y Sasha, y Barbie, habla de las brechas intergeneracionales y raciales de la interseccionalidad feminista. Estamos en el meollo de esas tensiones. Y los feminismos contemporáneos en México, si bien son populares y el 8m la calle se llena de mujeres enojadas y gozosas, carecemos de una agenda común más allá del repudio a la violencia de género y que no hemos hecho un análisis de clase de cómo las violencias atraviesan a las mujeres dependiendo de su origen social, y que están conectadas con otras violencias estructurales.

Hemos visto transformarse la lucha de la liberación de las mujeres (que se pensaba como colectiva), al empoderamiento neoliberal (que se vivió como una cuestión privada-personal) a identificarnos como víctimas como la base de la lucha feminista, acusando al estado por dar impunidad a los agresores, sin haber podido plantear soluciones a la violencia de género más allá de la cancelación: empezando por una reprobación categórica colectiva. Hablamos de interseccionalidad, pero sin denunciar la explotación de las obreras, de las trabajadoras domésticas, de las precarias situaciones de las mujeres migrantes en tránsito por el país o en sus países receptores; de la racialización del trabajo doméstico y de la desigualdad que se hace más profunda día a día. No luchamos lo suficiente porque la terapia psicológica y la teoría e historia feministas sean accesibles para todas para sanar de las violencias. Por eso nos dividen la polarización y el resentimiento que nos impiden tener una visión global de la situación de las mujeres, a diferencia de las feministas de los 1970s que hicieron en México una radiografía socio-económica exacta de la situación de las mujeres a partir de sus castas; también abogaban y militaban colectivamente por todas. Pienso en el documental de Maricarmen de Lara “No les pedimos un viaje a la luna” de 1985 sobre la lucha de las costureras por sindicalizarse luego del terremoto. Los feminismos contemporáneos tienden a basarse en la enunciación de ser mujeres agraviadas, perdiendo la visión total de los problemas estructurales. Y si bien en la lucha feminista después del 8m nos encontramos polarizadas y desencontradas, en el campo de trabajo nos transformamos en machas, poniéndonos el pie entre nosotras.

Y me imagino que los señoros machos se han de regodear, les ha de divertir muchísimo vernos a las mujeres con las espadas desenvainadas, poniéndonos el pie unas a otras en nuestra búsqueda desesperada por obtener cotos de poder, puestos importantes, bien merecido reconocimiento. En su libro de cuentos El camino de Wembra, el escritor Adrián Curiel imagina escenarios de ciencia ficción distópica en el que el mundo es tomado por trans y feministas woke que adoptan las peores actitudes autoritarias reproduciendo intacto al modelo del heteropatriarcado pero a su favor, oprimiendo a una nueva minoría hecha de hombres cis. 

Este problema se manifiesta de dos maneras: ya sea reproduciendo la violencia de género no de hombres hacia las mujeres sino entre mujeres, o proyectando los mommy issues al mundo social o laboral. Es importante rescatar las reflexiones de la filósofa feminista Luce Irigaray de un coloquio sobre mujeres y locura donde participó en Montréal en 1982[9]. Irigaray presenta una crítica al psicoanálisis resituando al mito freudiano del homicidio del padre como el fundador de la horda primordial y el establecimiento del orden social, en el matricidio y el enterramiento de las mujeres en la locura. Es decir, Irigaray sitúa al origen del heteropatriarcado en la mutilación de la relación imaginaria y simbólica con la madre, con la mujer-madre. El matricidio que origina al heteropatriarcado incluye sustituir al falo por el cordón umbilical, lo que permite al padre prohibir el cuerpo a cuerpo con la madre para abrir el acceso a la imagen de la diosa virgen, obediente a la ley del padre. Irigaray plantea a la madre como el “continente negro” de la cultura occidental. La maternidad es la función que sostiene todo el orden social y el orden del deseo es la satisfacción de las necesidades individuales y sociales y sin embargo, la ley del padre prohíbe, censura y reprime el deseo de y a la madre. Ésta anulación es el lugar simbólico de la denigración del trabajo reproductivo. Para Irigaray, por lo tanto, el primer paso para desmantelar el heteropatriarcado es volver a la vida a la madre que fue sacrificada en el origen simbólico de nuestra cultura, rechazando que el deseo por y de la madre sea destruido por la ley del padre. Ello implica resarcir la relación con el cuerpo de la madre y con el cuerpo de nuestras hijas, honrando nuestra genealogía femenina y nuestro amor por otras mujeres. Para Irigaray, este amor es necesario para trascender la servidumbre al culto fálico o el ser objetos de uso e intercambio entre los hombres: objetos y rivales en el mercado. Para ella, reconciliarnos con nuestras madres es una condición indispensable para nuestra emancipación de la autoridad de los padres. Fortalecer lazos madre/hija, hija/madre, es un núcleo explosivo en nuestras sociedades. Establecer relaciones de reciprocidad de mujeres pasando por la sanación del linaje femenino, cambiando las relaciones con ellas y entre nosotras, es socavar el orden patriarcal.

A cincuenta años de Lilus Kikus, necesitamos trabajar la relación con nuestras mamás y la polarización para poder construir una agenda colectiva rechazando categóricamente al heteropatriarcado a partir de como lo dijo Rosario, pensar y materializar cambios en la vida, en la economía, en el trabajo, en las maneras en las que sostenemos la vida en la tierra. Educando lo antes posible en los feminismos. 

[1] Rosario Castellanos en su texto “Feminismo en 1970: Curarnos en salud” en Lo personal es político, compilado por Ana Sofía Rodríguez y Marta Lamas (México: Planeta, 2023), p. 54.

[2] Elena Poniatowska, Lilus Kikus (México: Era, 2008)

[3] Nuria Labari, “De la cultura de la dieta a la maldición del ‘skincare’” El País, 10 de febrero de 2024 disponible en red: https://elpais.com/ideas/2024-02-10/de-la-cultura-de-la-dieta-a-la-maldicion-de-la-skincare.html

[4] Cifras del post de Instagram de Gina Jaramillo https://www.instagram.com/p/C4QT9T2Mm7d/?utm_source=ig_web_copy_link&igsh=MzRlODBiNWFlZA==

[5] En: Lo personal es politico: Textos del feminism de los setenta, coeditado con Ana Sofía Rodríguez (México: Lumen, 2023), p. 47.

[6] Annie Erneaux, La vie extérieure (Paris: Folio, 2000)

[7] Lindsay Bahr, “Greta Gerwig es desairada en la categoría de dirección de los Óscar”, LA Times, 24 de enero de 2024, disponible en red: https://www.latimes.com/espanol/entretenimiento/articulo/2024-01-23/greta-gerwig-es-desairada-en-la-categoria-de-direccion-de-los-oscar

[8] En: Lo personal es politico: Textos del feminism de los setenta, coeditado con Marta Lamas (México: Lumen, 2023), p. 47.

[9] Luce Irigaray, Cuerpo a cuerpo con la madre (México D.F.: Paradiso Editores, 2021).

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