Negarás tu nombre: Entrevista a Carlos Amorales

POR EDGAR ALEJANDRO HERNÁNDEZ

A los 20 años el artista Carlos Amorales (Ciudad de México, 1970) cruzó el Atlántico

para irse a estudiar a la Academia Gerrit Rietveld y a la Rijksakademie, en Holanda.

Como él mismo lo cuenta, el viaje partió de una urgencia por independizarse. Al ser hijo

de dos artistas, Carlos Aguirre y Rowina Morales, el joven creador entendió en ese

momento que el mejor camino para desarrollar su propia obra era poner un océano de

por medio y adoptar otra identidad.

Al tener el mismo nombre que su padre, decidió que una forma de diferenciarse era

contraer su primer apellido como Carlos A. Morales. De forma natural este gesto lo

convirtió en Carlos Amorales, sonoro y polisémico nombre que se volvió una suerte de

identidad conceptual, la cual marcó los primeros años de su carrera y tal vez siga

definiendo hasta hoy las preguntas “existenciales” que guían su trabajo.

En solitario, Amorales logró el reconocimiento suficiente en Amsterdam para que en

2003 fuera invitado por Rein Wolfs a participar dentro de la muestra colectiva We Are

The World, que representó a Holanda en la Bienal de Venecia. En 2009 Wolfs, casi

como un Virgilio en el Viejo Mundo, volvió a invitar a Amorales para que presentara en

el museo Fridericianum, de Kassel, una muestra que revisaba el proyecto Nuevos

Ricos, sello discográfico que el artista creó junto con el músico Julián Lede.

Una década después, el propio Wolfs, ahora como director del Stedelijk Museum de

Amsterdam, acoge la primera muestra retrospectiva en Europa de Amorales, The

Factory, curada por Martijn van Nieuwenhuyzen, que revisa los principales cuerpos de

obra que ha creado el artista mexicano a través del dibujo, la instalación, el video, la

pintura, la animación, el performance y, recientemente, el bordado, con la nueva serie

Orgy of Narcissus (2019), que hizo ex profeso para la muestra.

En entrevista, Amorales reflexiona sobre este tránsito: “Creo que mucho se ha dado

así. Algo muy claro para mí es que soy hijo de un artista y ahí empiezo a trabajar,

desde la problemática de ser distinto a mi padre, con quien además comparto el mismo

nombre. La pregunta era cómo puedo ser artista sin ser sólo el hijo de un artista, todo

mi trabajo partía de ver la forma en cómo diferenciarme, de hacer mi propio pedo y de

que no se confundiera su obra con la mía y al revés.

“Eso es algo que ha estado muy presente desde el principio, en la primera parte de mi

carrera. Me cambié el nombre, me fui a vivir a otro país, pero también siento que eso

es algo que se reflejado en una especie de necesidad transitar solitariamente. Pero a la

vez me llevo con mucha gente, colaboro con muchas personas, pero nunca me he

vuelto parte de grupos, porque siempre he tenido interés en mantener mi

independencia”.

Pero en el fondo, explica, es un proceso que se dio de forma natural y que ha ido

mostrando que existen motivaciones más profundas a los intereses meramente

intelectuales o estéticos: “Es más una cosa existencial. Ahora, viendo un poco las

piezas que he trabajado me pregunto qué significa, qué dicen cuando las veo todas

juntas. Después de darle miles de vueltas para ver cómo pueden ser montadas mejor

es que me doy cuenta que me he movido por temas que sólo puedo definir como algo

existencial. En general hay muchas preguntas sobre lo que estoy viviendo ahora, sobre

lo que pasaba en los 90 o en los dos mil y, evidentemente, los temas han ido

cambiando, pero me doy cuenta que mucho está ligado a preguntas y problemáticas

sobre donde me sitúo ante lo que está pasando”.

Amorales lleva dos años revisando su propia obra para muestras retrospectivas o de

media carrera, que iniciaron en 2017 con Herramientas de trabajo, en el Museo de Arte

Moderno de Medellín, en Colombia, la cual viajó el mismo año al Museo la Tertulia, en

la ciudad de Cali. En 2018 El Museo Universitario Arte Contemporáneo en la Ciudad de

México inauguró la exposición Axiomas para la acción, que luego viajó al Museo Marco

en Monterrey.

“Han sido cuatro ejercicios parecidos en Colombia y en México, pero siento que todo

este trabajo se está consolidando. Es interesante porque puedes ver con distancia y de

forma crítica muchas cosas. Sentí que todo fue como una curva de aprendizaje, el

curador Martijn van Nieuwenhuyzen vio la exposición en el MUAC y le sirvió mucho de

inspiración. No podemos decir que se trajo el mismo proyecto ni que ésta también la

curó Cuauhtémoc Medina, pero sí fue muy importante que viera la exposición de la

UNAM, aunque desde el principio él me dijo que quería hacer su propia exposición.”

Uno de los cambios radicales para el Stedelijk Museum es que cada una de las 14

salas que ocupa la exposición está destinada a una sola pieza.

“Es una manera tal vez muy clásica de presentar la obra, pero es como presentar los

argumentos de forma temática. Te puedes concentrar en ver obra por obra y no tanto

en las relaciones entre ellas, como ocurrí en las otras exposiciones. Es otro tipo de

aproximación, porque también la arquitectura del lugar es muy distinta, no es común.

Es como un museo que fue construido más clásicamente, son distintos cuartos que

están ordenados casi paralelamente y esto te permite recorrerlo de muy distintas

formas”.

La selección también es muy reducida, son apenas 15 obras, pero en ellas está todo

contenido, asegura. Un ejemplo muy claro es todo el trabajo que hizo con el lenguaje

cifrado, produjo muchas piezas, pero en el Stedelijk Museum sólo presenta La vida en

los pliegues, que mostró en el pabellón de México en la Bienal de Venecia en 2017,

porque ahí de alguna forma fue la culminación de esa serie.

“No muestro todo el proceso que me tomó en cada una de las obras. En general hubo

más síntesis y ya no tanta argumentación. Es más como la oportunidad de ver como

está la obra. Sonará a lugar común, pero la obra es lo que es, en el sentido de que

contiene todos sus elementos”.

Y en medio de todo este trabajo de revisión, Amorales se da el lujo de seguir

produciendo y creando nuevas series. Concretamente la serie Orgy of Narcissus

(2019), que hizo ex profeso para la muestra, reúne 60 tapices que representan en

mucho sentidos una vuelta de tuercas, un quiebre a su paleta de negros

monocromáticas y un importante guiño a la figuración.

Como si desde el principio quisiera sintetizar el sentimiento general de su trabajo de

revisión de media carrera, Amorales abre la exposición con la obra Peep Show (2019),

una imagen enigmática en muchos sentidos, porque si bien la silueta sugiere el cuerpo

femenino en posición de baile erótico, la figura se quiebra rápidamente al notas su

repetición, su desproporción y las seis nalgas o tal vez unos senos desorbitados. El

estriptis del artista se sugiere desde el inicio.

“Me gustaba mucho la idea de entrar a la exposición como a través de un estriptis,

porque finalmente es lo que uno hace como artistas, vas encuerándote como persona

al mundo, pero a la vez también es un acto. Roland Barthes decía que lo interesante

del estriptis no era la culminación cuando la mujer se quita toda la ropa, sino el

proceso, el ritual que tiene implícito.”

Texto publicado en la revista Harper’s Bazaar Art, número 7, diciembre de 2019.