Cynthia Gutiérrez. Habitar el colapso
Por Edgar Alejandro Hernández
Hay cierto tipo de artistas que tienen la virtud de recordarnos los temas básicos del arte. Es el caso de Cynthia Gutiérrez (Guadalajara, 1978) cuyo trabajo escultórico nos confirma una vez más que la obra artística no nace necesariamente de un proceso de creación, sino de un refinado trabajo de reconocimiento. Desde la extrañeza que provocan, las esculturas de Gutiérrez nos confrontan con el problema primigenio de las formas y de las implicaciones políticas y culturales que han marcado su instrumentalización como memoria y fundamentalmente como historia.
Si hubiera que sintetizar su operación, hay que empezar señalando que la artista domina con holgura su medio. Como ella misma ha referido, su formación universitaria fue en el campo de la escultura y, más importante aún, su padre también fue escultor. No es exagerado decir que desde niña tuvo acceso al problema que imponen los volúmenes y las formas y es por esta misma razón que desde joven su obra ha sido muy eficiente para jugar y para salirse de las convenciones que imponen la academia o la tradición escultórica.
Es importante recalcar esto, porque la obra de Gutiérrez está cruzada en todas direcciones por el problema escultórico, aunque su materialidad sea en ocasiones maleable, fragmentada o remita a una bidimensionalidad que la acerca más al dibujo o la pintura. La realidad escultórica de la artista no está regida por su normatividad, sino por todo aquello que la excede. El exceso, que en ocasiones se convierte en vacío, es lo que remarca una y otra vez sus volúmenes. El mutismo, la cancelación, la destrucción o el caos como método escultórico es lo que permite a la artista poner en crisis nociones establecidas como la escultura conmemorativa, la historia oficial, la idea de patrimonio cultural o la noción de identidad nacional.