Por Edgar Alejandro Hernández
La exposición Eduardo Terrazas. Equilibrio Múltiple. Obras y proyectos (1968-2023), que exhibe el Museo del Palacio de Bellas Artes, me recordó una vez más lo triste que resulta ver la trayectoria de un artista que decide rendirse a la cacofonía que impone la dictadura del estilo. La obra de este arquitecto y urbanista posee esa belleza anodina que encandila, mas no significa. La reiteración de motivos geométricos y coloridas matrices abstractas elaboradas en lana, cera de Campeche y madera terminan por normalizar y vaciar estas obras que están perfectamente manufacturadas, detenidas en sus formas para siempre agradar a la vista y, desde hace una década, al mercado.
Obviando las claras referencias que toma del op art y del arte concreto, la obra de Terrazas tuvo un momento casi prospectivo en las décadas de 1970 y 1980, cuando empezó a trabajar con las técnicas de los huicholes y a tomar elementos callejeros para integrarlas a su obra. Sin embargo, la larga pausa expositiva que le impuso su carrera como arquitecto y urbanista, vinculado al régimen priísta, terminó por estancar su producción en una mimética y bien aceitada manufactura que no asumía riesgos, en aras de una obra decorativa que luego se fue llenando de una presunta representación cósmica, universal.
Para aquellos que hemos seguido la escena artística en México desde hace más de dos décadas, la sorprendente aparición de Terrazas hace tres lustros fue un suceso extraño. De la noche a la mañana, un creador que no había tenido presencia visible en la Ruptura, los Grupos, los neo mexicanistas o los artistas de los noventa se vuelve un artista mexicano globalizado, que participa en la Bienal de Sharjah (donde lo conocí) y tiene una plática en la feria Art Basel (invitado por Hans Ulrich Obrist), ve su obra incluída en exposiciones de la Fundación/Colección Jumex y el Museo Universitario Arte Contemporáneo.
Con el paso de los años, el hallazgo de la obra de Terrazas se consolidó como un fenómeno comercial, que si bien mantuvo su circulación global, nunca excedió el efecto visual que provoca la belleza y repetición de sus formas.
La exposición que se presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes, curada por Daniel Garza Usabiaga, revela una vez más las limitaciones discursivas y formales de la obra de Eduardo Terrazas, por mucho que la obra se exhiba a muro, colgada del techo o desplegada en un cuarto lleno de espejos (similar a las taquilleras instalaciones de Yayoi Kusama). No es difícil adivinar que para superar estas carencias se tomó una polémica decisión:
Bajo el pretexto de presentar “obras y proyectos”, el curador abrió la exposición con la identidad de México 68 para asegurar un éxito de público, pero más importante aún, para darle sustancia y diversidad a una obra derrotada por el estilo.
Es claro que, si tomamos como ejemplo el proyecto que cierra la muestra, Códice Solidaridad, Paz y desarrollo, de 1975, se hace evidente que la armonía y capacidad de síntesis que caracterizó a México 68 no se repite en proyectos posteriores. Esto nos da un claro indicio del problema de fondo, el hecho de que Terrazas no diseñó el logotipo de México 68.
Como es sabido, la identidad de los Juegos Olímpicos de México 68 fue un diseño que se concursó a escala internacional y el ganador de dicho certamen fue el estadounidense Lance Wyman. Terrazas posteriormente produjo un diseño urbanístico que también fue muy reconocido, pero siempre partiendo del trabajo de Wyman.
Es importante dejar claro este tema porque dicha autoría, que en los últimos años han disputado no sólo Terrazas sino también los herederos del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, está claramente acreditada a Wyman mediante documentos de época. Publicaciones, revistas y periódicos de 1967 y 1968 consignan el hecho. Pero tomemos como referencia un documento elaborado por el Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada, la Carta Olímpica 21: “Este tipo de letras, que habrá de ser conocido como ‘México 68’, se desarrolló a partir de los logotipos creados por Lance Wyman, diseñador grafico del Comite Organizador, para identificar los Juegos Olímpicos de 1968 en la Ciudad de México. El diseño original se basaba en la geometría del símbolo oficial olímpico de los cinco anillos entrelazados”.
Carta Olímpica 21.
No es la primera vez que se intenta quitar la autoría del logotipo México 68 a Wyman, en este caso el texto de sala minimiza su trabajo al obnubilarlo entre una lista de ocho diseñadores gráficos que conformaron el “equipo multidisciplinario” que coordinaron Pedro Ramírez Vázquez y Terrazas, como presidente y director artístico del Comité Organizador respectivamente. Pero la evidencia histórica es contundente y, como lo publicó John Canaday en el periódico The New York Times, el 31 de diciembre de 1967, el neoyorquino Lance Wyman estuvo involucrado en el proyecto de la identidad México 68 “desde su comienzo”.
Al leer los textos de sala de la exposición de Terrazas se puede notar que el curador tuvo la precaución de no darle la autoría de la identidad olímpica, sin embargo, toda su museografía sugiere lo contrario. Como no se hace una distinción entre el diseño de la identidad de México 68 y todo el mobiliario urbano que se generó, el efecto obvio es que el público que acude a la exposición, sin estar enterado necesariamente de esta disputa, sale convencido de que todo fue elaborado por el arquitecto y urbanista.
El caso más claro lo da el políptico “Logotipo y cartel México 68” donde se traza una ruta entre los aros olímpicos, el número 68 y el diseño huichol para crear el logotipo y toda la identidad de México 68. Aunque no lo diga el texto de sala, lo que se busca es conectar visualmente el diseño olímpico con la obra plástica de Terrazas, haciendo uso de una estrategia bastante artificial.
Como si se tratara de un déjà vu, en 2014 se vivió una polémica similar cuando coincidieron las exposiciones Pedro Ramírez Vázquez, inédito y funcional (Museo de Arte Moderno) y De ida y vuelta. Lance Wyman: iconos urbanos (Museo Universitario Arte Contemporáneo). En ambas muestras el logotipo de México 68 se desplegó como un elemento central de sus discursos curatoriales, sin embargo, en el MAM la investigación realizada por el curador Iñaki Herranz borraba cualquier referencia al artista estadounidense y se limitaba a citar al Archivo de Pedro Ramírez Vázquez como origen de todas las obras del núcleo “El reto olímpico”. Mientras tanto, la curaduría de Pilar García en el MUAC revisó a profundidad el trabajo que Wyman realizó en México, a partir de que ganó el concurso para diseñar el logotipo del encuentro olímpico.
La exposición del MAM evidentemente estuvo centrada en la figura de Ramírez Vázquez y en su trabajo como presidente del Comité Olímpico México 68, sin embargo, el montaje, que sirvió para llevar a sala la imagen de los juegos, partía reiteradamente del trabajo de Wyman, por lo que la eliminación de su nombre no se podía ver como un descuido en la investigación, sino como una decisión de borrarlo del relato histórico. Esto se volvía más evidente cuando la curaduría sí les daba crédito a otros artistas plásticos, e incluso a otros arquitectos, que también generaron vínculos o trabajaron en equipo con Ramírez Vázquez y cuya obra se mostraba en el MAM.
En contraparte, De ida y vuelta. Lance Wyman: iconos urbanos en el MUAC ofrecía una detallada investigación sobre el trabajo del diseñador estadounidense en México y una revisión panorámica de su producción en otras partes del mundo. Evidentemente, destacaba el diseño de México 68, pero sobre todo la capacidad que tuvo el artista de crear una obra que lograba la síntesis de iconos locales. El ejemplo más importante, por su actualidad y permanencia en el tiempo, lo daba la señalización e iconografía que hizo Wyman de las primeras líneas del Metro de la Ciudad de México, así como de numerosas empresas nacionales.
Para decirlo claramente, la coherencia visual entre la identidad de México 68 y sus obras posteriores se vuelve un argumento de peso para sostener que Lance Wyman fue el autor del logotipo de México 68, lo cual no se puede decir de Pedro Ramírez Vázquez ni de Eduardo Terrazas.
Es ejemplar que desde que Terrazas retomó su carrera como artista, las galerías que lo representan dentro y fuera del país entendieron que sus exposiciones y libros debían alejarse lo más posible de esta controversia. Resultaba obvio que históricamente no le podía quitar la autoría a Wyman y tampoco estaba en posición de pelear los derechos de autor que los herederos de Ramírez Vázquez promovieron hace unos años de todo el diseño e identidad de las Olimpiadas de México 1968.