El Corcito: La pintura como montaje
Por Edgar Alejandro Hernández
El caso de Antonio Ruiz El Corcito (1892-1964) demuestra, una vez más, que hay obras cuya lectura sólo alcanza su verdadera complejidad cuando se observan a través de la pátina que impone el paso del tiempo. Creadas hace casi un siglo, sus monumentales miniaturas se vuelven hoy un referente paradigmático y al mismo tiempo anónimo de la ambición y amplitud de medios que impone la pintura contemporánea en México.
La exposición El Corcito. Montajes y escenas del México moderno, que se exhibe hasta el 4 de noviembre en el Museo Amparo de Puebla, resulta útil para medir el pulso de cómo la obra de Ruiz sirve de espejo invertido para reconocer muchas de las estrategias que hoy desarrolla un heterogéneo grupo de artistas emergentes que practican la pintura como montaje o que llevan al montaje su búsqueda pictórica.
Alejados de cualquier herencia que se pueda rastrear de la Escuela de los Noventa, un amplio grupo de artistas jóvenes en México ha potencializado las cualidades bidimensionales del medio plástico para crear obras que salen del marco y se vuelven elaboradas escenografías que acentúan el relato pictórico más allá de su planitud.
Esta misma operación la hizo El Corcito en la década de 1930, pero en un sentido inverso, ya que contuvo en sus diminutos cuadros escenarios fragmentados y desbordados que sólo podían completarse a través de la imaginación del espectador. Los meticulosos y diminutos montajes que creó Ruiz son valorados en la actualidad porque ofrecen una crítica a la modernidad impulsada por el muralismo tras la Revolución Mexicana, pero en mi experiencia lo más significativo de su obra está en lo vigente que resulta su operación de montaje si se compara con la producción artística joven en México.
El Corcito ofrece una alternativa a la producción de paisaje y de escenarios urbanos que, al estar producido en pinturas de pequeño formato, necesariamente obligan al espectador a acercarse para ver con detalle las escenas. A esto hay que sumar la presencia de personajes de espalda en primer plano y de escenas cortadas que ofrecen una continuidad a la obra, cuestionan la bidimensionalidad del cuadro y/o reactivando la discusión sobre la posibilidad de simular una tridimensionalidad en la pintura.
Otro elemento relevante de su montaje pictórico es la integración de diversos formatos como la caricatura, la escenografía teatral, el fotoperiodismo o los formatos fotográficos como el close up o el gran angular. Con estas herramientas, Ruiz creó narrativas que van de lo privado a lo público en escenas que ponen en tensión motivos que exceden la representación de una identidad nacional al estilo de la Escuela Mexicana de Pintura, y se centran en cuestiones de representación étnica, de clase o de género.
Por espacio, sólo mencionaré las coincidencias (invertidas) que veo entre el montaje (interior) de la obra de El Corcito y el montaje (exterior) en algunos pintores jóvenes.
Empiezo por un par de artistas que durante semanas coincidieron en el Amparo, dentro de la exposición Pintura contemporánea en México. Si vemos Ecdisis pictórica (Cambio de piel), de Bayrol Jiménez (Oaxaca, 1984), la idea de pintura como instalación resulta una obviedad ante el movimiento, tensión y ligereza de las telas sin bastidor que cuelgan del techo de la sala. También se presentó Elsa-Louise Manceaux (París, 1985), de quien recuerdo sus primeras obras, en 2015, montadas en las bases de las camas de los habitantes de la primera sede en la Ciudad de México de Bikini Wax. El impacto que provocó su trabajo estuvo íntimamente ligado a aquel montaje que logró alterar el espacio privado de los habitantes de la casa.
El trabajo reciente de Allan Villavicencio (CDMX, 1987), en el Museo Experimental El Eco y la galería Karen Huber, también explora esta idea de montaje mediante obras que no sólo exceden el marco imaginario de las pinturas, sino que tienen la cualidad de imponerles un volumen que les otorga otro tipo de materialidad mediante el efecto de exceder sus ángulos con unos cuantos grados en relación a la pared (Kintsugi) o envolver el muro como si la pintura fuera una protuberancia (El borde en donde estar).
Josué Mejía (CDMX, 1994) es otro ejemplo, ya que usa la pintura/caricatura al fresco para activar instalaciones mecánicas que encandilan por su fragilidad al imponerles movimiento.
No se puede dejar de mencionar el Blue Chip del arte joven mexicano, Ana Segovia (CDMX, 1991), quien actualmente presenta en el Museo Jumex I've Been Meaning to Tell You. La obra también es un montaje, como lo menciona, pensado a partir de la idea del set o las escenografías de Hollywood.
Texto publicado el 10 de octubre de 2024 en el periódico Reforma.