Entrevista con Juan Soriano 2000
Por Edgar Alejandro Hernández
A sus casi 80 años, el pintor y escultor Juan Soriano (Guadalajara, 1920) aún mantiene frescos los recuerdos de su tortuosa infancia. También, siguen claras las imágenes de sus años de juventud, época en la que enfrentó “a una sociedad conservadora, mojigata y castrante” con la que nunca coincidió.
Para este año 2000 el pintor autodidacta celebra con homenajes, exposiciones y publicaciones de libros, sus más de 60 años como artista y sus ocho décadas de vida, que se cumplen el próximo 18 de agosto.
El próximo martes el presidente de México, Ernesto Zedillo, inaugurará en el museo Rufino Tamayo la exposición retrospectiva más grande con la obra de Soriano, que el propio artista jalisciense haya visto en su vida. En este marco, presentamos una conversación-encuentro con el Juan que nunca aceptó lo que le pedía la sociedad, ni se encadenó a las paredes o normas de un museo o galería.
¿Cuando niño, tenía que ser como los charros?
La niñez de Juan Soriano se desarrolló en el interior de la República, en la época de la posrevolución mexicana, con algunos rasgos de violencia que se materializaban en las luchas de la Guerra Cristera.
“Cuando era niño había mucha gente armada. Estaba la Guerra Cristera y siempre que iba a la escuela veía a hombres colgados. En esos años se habían prohibido los cultos religiosos.
“Yo odiaba a los curas porque siempre te decían que no te tocaras el pizarrín y muchas cosas contra el cuerpo. Aseguraban que había que vivir para el espíritu. Nunca entendí eso del espíritu o del alma. “Mi padre, que fue a la Revolución, me mandó a una escuela de curas disfrazados. En esa época no se podía andar de cura, estaba prohibido. Lázaro Cárdenas prohibió los cultos religiosos, pero también hubo muchos protestantes que vinieron a cambiar la religión y se formó todo un lío. Nunca entendí bien.
“En la escuela estaba con curas horribles que no se bañaban. Te ponían en sus piernas, te acariciaban y te decían: hey niño, ven. Estos curas eran horribles para mí. Me mantenían bajo el terror de que me iba a ir al infierno porque mentía o porque pisaba una cruz en el suelo.
“Recuerdo que cuando caminaba a mi casa iba deshaciendo las ramitas que se cruzaban en la calle, porque pensaba que si las pisaba me iba a condenar”.
La religión tiene grandes absurdos, asegura Soriano. “Nunca pude entender que Dios crucifique a su hijo con dolores espantosos para salvar a la humanidad. Si Dios es omnipotente, ¿por qué no hizo una humanidad mejor? ¿Para qué esa prueba? Dicen que es una prueba del libre albedrío, pero ¿para qué nos sirve el libre albedrío, para orar mal, para matar y para equivocarnos?, como que es absurdo”.
Pero la religión no era lo que más asolaba la infancia de Soriano. “De niño se me obligaba a comportarme como el típico charro”.
“En aquel entonces quería que los años se fueran rápido, no me gustaba ser niño. Me sentía esclavizado por los grandes que todo el tiempo te decían cómo hacer las cosas. Me desconcertaba la gente vieja que hablaba de la infancia dorada, para mí fue terrible.
“Eres chaparro, te manda todo mundo, te meas y te cagas cuando no quieres; luego te bañan, te pegan, es una situación horrible. Y lo peor, empiezas a crecer y todo sigue mal.
“Yo soy de Jalisco y obviamente tenía que ser como un charro: muy valiente, fuerte y demás cosas convencionales. Y yo para nada era así. Por todo esto me sentí cada vez más alejado de la gente. Yo quería crecer, pero conforme crecía más me alejaba de todos.
“De niño discutí mucho y eso me costó muchas pedradas, golpes, de todo. Además, no era fuerte, por ello decidí no ir a la escuela, me iban a matar.
“Mis compañeros me aborrecían, me esperaban para tirarme de pedradas. Siempre fui el primero de la escuela y no estudiaba nada, sólo que tenía facilidad. Los demás no aprendían aunque estudiaran porque no les interesaba, a mí sí me interesaba las historias del cura Hidalgo, de la Independencia y a la mayoría de los niños no. “Pero para lo demás era muy malo, no sabía jugar a las canicas. Tenía una hermana mayor que era marimacha , ella sí era buenísima para todo. En dos segundos bañaba en sangre a cualquier niño que me quisiera molestar. Pero luego empezaba a decirme que la defendiera, que fuera hombre, entonces salía a defenderla y me ponían morado de tantas pedradas que me daban. Siempre fue una lucha a muerte con los demás.
“Cuando empecé a hacer lo que quería me escondía de los mayores, porque ser artista era ignominioso en esa época. Dedicarte a leer era sinónimo de que estaba loco o enfermo; no entendían que no quisiera salir a jugar.
“Decían: qué barbaridad, un hombre todo el día metido en la casa. Pero me encerraba de todas formas en el último cuarto para leer o dibujar. Entonces llegaban de sorpresa a ver si yo me estaba haciendo una chaquetita o algo, y a mí ni se me ocurría, estaba leyendo”.
“Mi mayor influencia fue la literatura”
Para Soriano el arte es una facultad humana. Su incursión dentro de las artes plásticas se dio de manera natural, “tenía la habilidad manual y siempre hice las cosas con las manos”.
“Antes que pintor fui escultor. Era más fácil hacer una cosa con las tres dimensiones que una pintura sobre algo plano. Para aprender iba a los museos y veía los cuadros, luego copiaba las orillas de una mesa, me fijaba en las líneas de fuga y en toda la composición, al principio fue complicado.
“Igual pasó cuando quise hacer un paisaje. Me fui al Bosque de Chapultepec y no sabía qué dibujar, entonces regresé al museo y me di cuenta que tenía que tomar sólo una parte para mi composición y que se viera profundo. Así fui aprendiendo”.
Al seguir hablando de sus años de formación, Juan Soriano recuerda que conoció bien al grupo de Los Contemporáneos. Sobre todo a Roberto Montenegro.
También conoció a los precursores de la Escuela Mexicana de Pintura: José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera.
De estos últimos, Soriano critica su obra: “Trabajaban temas dedicados a la gente humilde porque, según decían, éstos tenían que aprender a apreciar el arte”.
Sin embargo, consigna el pintor jalisciense, los de la Escuela Mexicana de Pintura hacían un arte rebajado, “para que supuestamente los pobre pudieran entender. Los trataban como si fueran imbéciles y muchos eran tanto o más inteligentes que ellos”.
“A mí me fueron muy antipáticos los nacionalistas porque también eran comunistas y del partido de Stalin. Ese monstruo que no te dejaba ser tú y que quería que fueras una pieza de esa máquina infernal que llevó a las guerras espantosas y mató a gente por millones.
“Stalin era algo demoniaco y éstos (Orozco, Siqueiros y Rivera) eran partidarios de él. Obviamente para ellos el arte tenía que ser diabólico, más allá de los límites humanos. Según decían, en el inconsciente estaba lo bueno del hombre, lo maravilloso, lo que la educación había destruido; sin embargo, lo que desataron fue un salvajismo falso”.
Al referirse a sus influencias, Juan Soriano no nombra a pintores; por el contrario, sólo menciona a escritores.
“La gente que más me influyó fueron los escritores, los poetas: Carlos Pellicer, Octavio Paz, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Efraín Huerta; por eso hice teatro, ellos habían hecho teatro, me hablaban y me hacían ver mucho teatro. Lo que más me gustó de ellos es que a pesar de que yo era muy joven me trataban como igual, eso me dio seguridad.
“Ellos hicieron que me interesara por muchas cosas. Antes había perdido muchísimos años buscando equívocamente. Durante un largo periodo creí que si me emborrachaba y me iba todos los días al cabaret tocaría el alma profunda de México, pero no toqué nada, sólo la mierda.
“En esa época me dieron varias sífilis y cosas así. La sífilis en esa época no era tan terrible como ahora lo es el SIDA, pero estaba muy cerca, porque más o menos te podías curar. Te pasabas dos años asistiendo al médico a que te pusiera inyecciones y al menor descuido te la pegaban y no tenías ninguna defensa porque no había ninguna educación al respecto.
“Con el sexo era muy puritano. Sí quería conocer el amor y todo eso, pero las aventuras siempre me producían crudas, porque pasaba la noche y lo único que quería era que se borrara todo de mi mente, como si no hubiera existido.
“El acto sexual me parecía banal y si le agregas la sífilis, las ladillas y todas las cosas de la promiscuidad, hacían que te sintieras muy desdichado.
“Si te enfermabas no podías platicarlo con nadie, al menos que conocieras a un médico más o menos decente o a un amigo más experimentado. Esas enfermedades tenían después consecuencias muy fuertes. A algunos les daba locura, como no sabían qué hacer, la enfermedad progresaba y les daba una parálisis general progresiva. De grande ya no hice esas estupideces, pero cuando era joven quería actuar como todo mundo lo hace”.
“Nunca quise ser empleado de una galería”
En México, Juan Soriano no encontró vínculos con ningún grupo, ?más bien me relacioné de forma aislada con algunas personas que me interesaban por su obra o por sus ideas. De hecho, la idea de agrupación o de pertenencia me causaba mucho desagrado; yo podía ser responsable de mí mismo, y no me gustaba hacer las cosas con grupos.
“Me separé de los grupos e intenté vivir como a mí se me ocurría para conocerme, para saber hasta dónde podía llegar en lo malo y en lo bueno, según mi criterio. Así me fue mejor. “Estimé mucho a la gente por separado. Personas como Alfonso Reyes que lo conocí tarde porque el estuvo mucho tiempo en Europa, el pintor chileno Roberto Matta, ambos fueron muy generosos conmigo.
“Matta me apoyó mucho en Europa, fue muy amable. Estaba casado con una americana y luego lo hizo con una italiana. Me llevó a trabajar con unos escultores italianos y me obligó a montar mi primera exposición de escultura.
“Al principio de la exposición yo no quería, pero Matta me dijo que no fuera cobarde y al final estuvo muy bien, porque en las exposiciones te das cuenta de las reacciones que suscita tu obra en el público y eso para mí es lo importante.
“Todo el tiempo te presionan para que tu obra se vuelva comercial. Todo se centra en cuánto vendes, cuánto cuesta tu obra o en qué galería exhibes. Yo nunca trabajé para galerías, no quiero ser empleado, quiero ser un pintor libre. Cuando te dedicas a hacer cuadros iguales porque se venden bien, en ese momento tu vida de pintor se acabó, porque tu obra se convierte en un patrón que repite cosas que gustan. ?De ahí salieron todos los ísmos, surrealismo, impresionismo, cubismo. Siempre tenías que seguir a alguien, o, en el mejor de los casos, inventar uno.
“A mí la repetición no me interesaba, por eso busqué un trabajo y gané dinero para vivir y poder pintar libremente. Nunca hice cuadros para vender. Si alguien quería un cuadro iba a mi casa y ahí nos arreglábamos. En la mayoría de los casos los cambiaba por cosas que me hacían falta. Además, no pasó nada sin las galerías, me invitaron a todos lados pero en todas las ocasiones hablaron directamente conmigo. Sólo yo decía si o no asistía o participaba. Me la he pasado bien”.
Texto publicado en el periódico El Universal el 23 de junio de 2000.