Candiani: Miedo y encanto al artefacto

Por Edgar Alejandro Hernández


Cuando nos encontramos con la posibilidad real de que las máquinas posean alma o una cierta iluminación sensible es común que se mezcle el miedo a lo desconocido, con la primigenia fascinación que produce la magia de la alquimia creadora.

Al menos este sentimiento genera la exposición Cinco variaciones de circunstancias fónicas y una pausa, de Tania Candiani, que se exhibe hasta abril en el Laboratorio Arte Alameda (LAA).

En lo alto del coro del antiguo Convento de San Diego (hoy LAA) emerge hacia la nave central una tentacular máquina que narra en primera persona los sueños de otros autómatas (tomados de libros de ciencia ficción), los cuales se mezclan con los comentarios que los propios visitantes pueden producir mediante un teclado musical y una máquina de escribir, que son activados gracias a un sistema parlante que intercambia más de un sistema semiótico (textos y acordes musicales).

El cine ha mantenido vivo el eterno afán de reproducir mecánicamente la voz humana y nos ha acostumbrado a escuchar a las máquinas hablar; sin embargo, resulta escalofriante y embriagadora la experiencia que ofrece Candiani de convivir con un objeto inanimado, el cual te susurra cacofónicamente experiencias de vida, anhélos, deseos o temores. Si uno se abstrajera unos segundos, fácilmente podría responder a los relatos del objeto inanimado e iniciar una charla.

La operación de Candiani no permite que el espectador asuma una postura pasiva ante la obra, ya que al llegar al coro y enfrentarse al teclado el visitante puede narrar, a través de la máquina, sus propias experiencias, en una suerte de exorcismo personal ante la divinidad inanimada.

Entre las decenas de comentarios escritos por el público hay ejercicios simples o enumeraciones cuyo único fin es comprobar que el texto escrito puede ser reproducido por el Órgano, sin embargo, también se generan narraciones que rompen la barrera impersonal del espectador: como el relato de una joven que confiesa su fascinación y deseo hacia las caricias dominicales que recibe de un sacerdote cuando éste le da la bendición o la toca al darle la hostia sacramental.

Es este umbral sensible uno de los hallazgos de la muestra Cinco variaciones de circunstancias fónicas y una pausa, la cual conduce al visitante a relacionarse desde un punto de vista más perceptivo, apelando menos a la racionalidad que permite entender que las máquinas puedan ser programadas para hablar y, en cambio, más hacia la aproximación sensorial que obliga a recurrir a la imaginación para completar la obra.

Dicha estrategia se ve claramente en la pieza Historias sonoras en la que un conjunto de dispositivos de audio unipersonales ofrecen la interpretación de tres novelas gráficas realizadas por sonidistas. La obra ofrece un sonido envolvente cuyos canales son representados visualmente en una pantalla, pero vale la pena resaltar que si el visitante no se involucra y hace el esfuerzo de recurrir a su imaginación para darle una narrativa a los sonidos dentro de la cúpula, la pieza difícilmente se activa.

Esta colaboración artista-espectador tiene uno de sus momentos clave con la pieza Bordadora, que parte de un confesionario en donde el visitante se arrodilla para contar un secreto, el cual será luego grabado con una caligrafía de grafiti en un enorme telar que registra de manera encriptada lo narrado previamente.

Las mismas confesiones se transmitirán también en una réplica del campanario que será instalado en la Alameda Central. La obra, que en un primer momento busca ser un medio que libere al visitante de dichos secretos, al mismo tiempo provoca un acercamiento casi místico con la máquina, la cual se vuelve en una especie de deidad que fácilmente lo convierte en un ser receptor de los más oscuros secretos o deseos.

Toda la exposición se comunica a través de la operación de traducir o interpretar mensajes que luego son codificados y expuestos con sonidos o lenguajes cifrados. Pero esta interpretación adquiere otro nivel en la obra Pausa, en la que nueve escritores narran a un escribano un relato personal que luego es llevado al papel a través de una vieja máquina de escribir, donde la mano temblorosa y reflexiva de don José Edith González plasma su propia versión de lo contado, con todas las licencias habidas y por haber.

Si bien la selección de autores es desigual, el mecanismo propuesto por Candiani resulta fascinante por el simple ejercicio de desprendimiento entre la historia relatada por el “autor” y la versión que finalmente entrega el escribano, llena de detalles y matices que parten de su propio oficio e imaginación.


Texto publicado el 1 de marzo de 2013 en la sección Expresiones del periódico Excélsior.