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Granada Visual 26


Este año asistí por primera vez a la Gala del Museo Tamayo, un evento que la prensa describe como “la fiesta más esperada del año”, “el punto de encuentro de las principales promotoras de arte y cultura del país” y otras elaboraciones dichas principalmente por revistas de sociales.


Lo primero que vi al llegar fue a Luis Miguel. Bueno, a Diego Boneta, que en el imaginario contemporáneo es casi lo mismo. También a una actriz que no sabía quién era hasta que escuché a varias personas gritarle: “¡Sara, Sara (Maldonado), una foto!”. Estaban Yalitza Aparicio, Chema Yazpik y seguramente decenas de estrellas más que no supe identificar porque, como buena millennial, dejé de ver televisión hace casi dos décadas. En cambio, las celebridades de internet me resultaron más fáciles de ubicar. También reconocí a algunas empresarias: ¿Habrá visto Rodrigo Herrera la intervención que hice en los baños del museo?

Pero las invitadas no vienen solo del mundo de la belleza y la riqueza. También asisten artistas y curadoras jóvenes, cuyo boleto suele ser cubierto por su galerista o alguna benefactora. Debe sentirse bien saber que te elijan a ti. Un reconocimiento que sin duda refuerza la confianza en el propio trabajo, pero también una forma sutil de marcar quién es quién entre las jóvenes promesas. Me pregunto cómo se hace esa selección. ¿Un año le toca a una artista y al siguiente a otra? ¿Las galeristas tienen favoritas declaradas? ¿Llevan a las que mejor bailan, a las conversadoras más atentas o es un premio a las que venden más?  Alguna galerista que lea esto ¿Podría responderme? (Discreción garantizada 😉).

Curiosamente, quienes visten más elegantes, más acorde a una gala, parecen ser quienes no pertenecen al mundo del arte: modelos, actrices, directoras de fundaciones. Yo voy como ellas, con una falda larga de Sandra Weil y un body de Cynthia Buttenklepper. En ciertos puestos dentro del arte, parecer demasiado arreglada puede considerarse superficial, lo cual es contraproducente. Una galerista con un peinado impecable no genera desconfianza; una artista con tacones, maquillaje recargado y ropa de diseñadora perfectamente planchada, sí. En realidad, resulta mucho más difícil lograr el look desfachatado-chic o actuar como que no te importa tu apariencia que simplemente arreglarte. Pienso en cuánto del mundo del arte se sostiene con alfileres…

La fiesta fue divertida. Las asistentes estábamos genuinamente felices, la pasamos bien. Si tuviera que describirla, diría que es como una boda animada. Como casi todos los grandes festejos del arte, se ven iguales entre sí. Para muestra, adjunto algunas fotos de eventos similares a los que he asistido: todos parecen bodas. Hay algo bonito en simplemente disfrutar una canción junto a gente que conoces y admiras, sin tener que hablar, sin discursos de por medio. “En la pista de baile, todas somos iguales”… diría, si creyera en la poesía barata. Desde luego que no lo somos. Habemos personas más iguales que otras, y hay quienes, de hecho, su trabajo es delimitarlo

Baby Solís