Arte para la Nación
Por Roselin Rodríguez Espinosa
En una, aún pendiente, historia de las exhibiciones en México, Arte para la Nación puede fácilmente inscribirse en la línea de muestras de la ortodoxia nacionalista junto a 20 siglos de arte mexicano (1940), México. Esplendores de treinta siglos (1990) y México eterno (1999). Curada por James Oles, la exposición no tiene un planteamiento nacionalista de entrada. Sería difícil de imaginar teniendo en cuenta la propia naturaleza de la colección en juego. Pero es evidente que con esta exposición regresan algunos fantasmas de aquellos megaeventos, desde su propio título hasta el propio statement curatorial.
Arte para la Nación se encuentra actualmente en la Galería Nacional del Palacio Nacional y reúne una selección de piezas de la Colección Pago en Especie de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, fechadas entre 1935 a 2015. México fue el primer país del mundo en implementar este programa, donde los artistas tributan al fisco mediante la entrega de obra al gobierno federal. No es casual que este programa se haya formalizado en 1975 en el gobierno chobinista de Luis Echeverría, donde hubo un especial interés en amarrar los vínculos entre arte y Estado. Las obras entregadas a la nación como tributo sufren una especie de nacionalización.
Es interesante que la mayor parte de la selección de James Oles entra en lo que la discusión académica sobre arte contemporáneo ha quedado en llamar arte-posnacional. Sí, aquí el arte posnacional, también es nacionalizado al margen de las discusiones teórico-críticas. En este caso particular, el enfrentamiento no se da más en la forma acostumbrada entre la teoría y la crítica, por un lado, y “el mercado”, por otro, ni tampoco en los lenguajes y temas tratados en las obras. Por el contrario, las piezas son sometidas a un juicio jurídico y del sistema económico de la producción cultural mucha más amplio que las despoja de los discursos que puedan elaborarse en el campo del arte. Melanie Smith, Sofía Taboas, Francis Alÿs, Demián Flores, Betsabeé Romero, Pablo Vargas Lugo, Carlos Amorales, Abraham Cruzvillegas, Edgardo Aragón, Yoshua Okón, Miguel Calderón y Daniel Guzmán, entre otros paladines del arte global, tributan sus obras a la nación: tal cual.
El tributo, puede pensarse como ese elemento que los reúne, más que el hecho resaltado por James Oles de que todos residen en México, aunque tienen diferentes nacionalidades. Digamos que el hecho de residir en esta nación no es la única condición para pagar impuestos. Pensemos en la otra cara de la moneda en el mismo campo del arte: algunos empresarios y coleccionistas compran arte para no pagar impuestos y en conocidos casos esconden sus colecciones en paraísos fiscales o embarcaciones que pasean por el trópico sin pisar tierra durante largo tiempo para evitar ser localizadas (como recién se reveló en los Panama Papers).
Esto no es exclusivo del sector artístico pues en otros campos también ocurre que son los productores los más susceptibles a rendir cuentas al fisco. Pero aquí el tipo de producción es lo que singulariza la modalidad del “pago en especie”. Las obras de artes visuales, junto a las antigüedades, son considerados por esta política como bienes dignos de formar parte de las arcas de la nación. En este sentido, es interesante también pensar cómo, en el marco de los debates sobre la desterritorialización del arte internacional, por muy globales que puedan ser estos artistas, siguen vinculando su producción a un sitio donde el fisco los va a captar.
Obviamente, esta muestra no está planteada en torno a estas reflexiones. Como exige un recinto con ese nivel de oficialidad (La Galería Nacional seguro es el espacio de arte más nacional de este país), las piezas están acomodadas por relaciones formales y temáticas. Se optó por incluír obras en diferentes medios, con variados formatos y soportes, colocadas en el espacio al modo “se ve bien” a partir de una delimitación “sutil” de temáticas tales como: los pueblos autóctonos, el pasado prehispánico, frente al cuerpo, la fotografía, por la ciudad…, la repetición y lo seriado, la abstracción geométrica, entre las líneas…, el paisaje y el cosmos.
La muestra es efectiva, amable con el público y para ver en familia probablemente, si dejamos de lado que se encuentra en el corazón del Palacio Nacional, un espacio que debido a pugnas políticas recientes se puede identificar con la franca violencia. Yo, como los demás visitantes, entré tranquilamente a ver una exposición entre las multitudes de turistas que van a ver los murales de Diego Rivera.
De cara al campo del arte, la selección funciona como termómetro del periodo abarcado, sin duda; pero no es un termómetro sólo en términos de qué tipo de piezas se ha estado produciendo en los últimos sesenta años, sino de cómo la relación entre arte y Estado es cada vez más cínica y paradójida. Para reafirmar esta idea, encontramos que el curador abre la muestra con una declaración personal que parece querernos tranquilizar, una pieza de Franco Aceves titulada nada más y nada menos que Curador satisfecho con su selección (2001).
Arte para la Nación se exhibe en la Galería Nacional del Palacio Nacional (Plaza de la Constitución S/N, esquina con Moneda, Centro Histórico) del 23 de junio al 30 de octubre de 2016.
Texto publicado el 23 de octubre de 2016 en el blog Cubo Blanco del periódico Excélsior.