Homenaje a Carla Stellweg
Por Edgar Alejandro Hernández
La exposición Cultivar. Homenaje a Carla Stellweg, en el Museo Tamayo, revisa de forma sintética y expandida la labor de esta gestora cultural, crítica de arte, curadora, profesora, editora y escritora independiente, quien gracias a su formación multicultural se interesó precozmente de las expresiones artísticas, para rápidamente convertirse en un agente del arte mexicano que conectó la escena local con los principales agentes internacionales.
Cada una de las facetas que se muestran de Carla amerita un análisis profundo, pero en mi caso la que más interés despierta para su análisis es la relacionada con su trabajo como periodista y crítica de arte.
Debido a la Segunda Guerra Mundial, Carla Stellweg (Bandung, Indonesia, 1942) llegó a México en 1958, procedente de una familia holandesa establecida en Java. En el país se quedaría más de dos décadas y su labor dejaría huellas lo mismo en el plano institucional que desde su producción independiente.
La muestra curada por Pablo León de la Barra y Andrea Valencia explora sus inicios como colaboradora del museógrafo Fernando Gamboa en grandes proyectos internacionales; ahonda en su papel como editora en jefe de la primera revista de arte contemporáneo en México, Artes Visuales (1973-1981); y aborda su papel crucial en la concepción y fundación del Museo Tamayo y su colección internacional.
Los curadores también llaman la atención sobre el trabajo que, a partir de 1982, Carla realizó en Nueva York, donde creó redes de trabajo y diálogos durante cuatro décadas entre comunidades artísticas de diferentes generaciones provenientes de México, América Latina y Estados Unidos.
Todos estos temas, que muestran puntualmente sus aportaciones, son aspectos conocidos para muchos de los que hemos seguido su trabajo. Pero, como ya dije, me centraré en una parte de la investigación de archivo que precede a la exposición y que muestra joyas que personalmente considero cruciales, no sólo porque muestran a Carla como crítica de arte, sino porque nos dan ejemplos puntuales de la vigencia que tiene su pensamiento y actitud en la escena artística mexicana.
Leer los textos que Carla publicó de 1968 a 1972 en el suplemento Diorama de la Cultura, del periódico Excélsior (agradezco a los curadores el compartirme los textos completos), representan una clase intensiva de crítica de arte, pero más importante aún, una prueba de que su pertinencia histórica radica justamente en que esta cronista y entrevistadora de menos de 30 años tuvo el atrevimiento de cuestionar frontalmente a personajes como Andy Warhol, Leo Castelli, Mathias Goeritz o José Luis Cuevas, por mencionar los casos más conocidos.
La imagen de una joven Carla, en 1969, incomodando con sus preguntas a artistas consolidados como Cuevas o Goeritz me dio una de las imágenes más elocuentes, divertidas y poderosas de la exposición, al tiempo que me reiteró el hecho de que el tan menospreciado periodismo es una eficiente herramienta crítica para valorar lo que ocurre dentro del campo artístico.
Como periodista, es importante para mí diferenciar los géneros que utilizó Carla al publicar en Excélsior, pues si bien todo el tiempo ofrecía su punto de vista sobre las obras y los artistas a tratar, en realidad lo hizo fundamentalmente desde la crónica o la entrevista, que no son géneros de opinión.
Desde la simple puesta en página resulta evidente que lo que Carla ofrecía a Excélsior eran notas que se mezclaban con la información cultural del suplemento. No obstante, su contenido en todo momento era impulsado por una actitud crítica e informada que era muy importante y apreciada hace medio siglo, y que hoy pareciera que es un estorbo ante las necesidades del cada vez más poderoso mercado del arte y las limitaciones que impone la cultura de la cancelación y la corrección política. Con sus textos, Carla nos recuerda a todos aquellos que escribimos sobre arte que debemos tener un juicio crítico bien sustentado, pero, sobre todo, que política e históricamente no podemos darnos el lujo de ser complacientes.
El primer texto que de forma natural atrajo mi mirada fue la entrevista que Carla le hizo al artista José Luis Cuevas, publicada en Excélsior el 6 de abril de 1969. Desde la primera pregunta, Carla ejemplifica con elocuencia mi argumento: “José Luis, ya no eres el joven rebelde de la pintura mexicana sino pareces más bien estar en la edad de la crucifixión ¿Cómo se siente eso?”
El dibujante intenta darle la vuelta y responde: “No, yo ya pasé la edad de la crucifixión, tengo 35 años y se siente horrible”. No se puede dejar pasar el hecho de que desde muy joven Cuevas se quitaba la edad, tenía en realidad 38 años, pero lo más interesante es que el artista no muerde el anzuelo y la entrevista sigue.
Con agudeza y precisión, Carla deja que el artista se sienta en confianza, que hable con soltura de su éxito en México, que califica de “orden popular”, y de los encargos comerciales que cada vez más tiene en Estados Unidos. “Allí las galerías me venden y cada vez tengo más compromisos”, dice Cuevas, a lo que Carla revira:
“Pero entonces no hay éxito en ninguna parte. Porque la popularidad dentro del país como el éxito comercial fuera de México no constituyen el verdadero éxito. ¿No sería más importante que tu obra esté colgada en los mejores museos del mundo o dentro de las mejores colecciones particulares e incluso verte invitado por organismos, no comerciales, a exhibir en el terreno de la competencia estética?”
Aquí empiezan los problemas para Cuevas, porque sus respuestas se llenan de contradicciones, ya que asegura que no le interesa exhibir en las exposiciones internacionales porque tendría que ser dentro del contexto de México, pero al mismo tiempo dice que prefiere luchar solo y directamente en las galerías y dejar de vincularse con un país subdesarrollado en el ámbito internacional.
La pregunta de Carla es muy directa en el sentido de que señala abiertamente que la obra de Cuevas no forma parte del mainstream, a lo que el artista responde con el mismo discurso que usó toda su carrera sobre las limitaciones de los artistas mexicanos que publicó en el famoso texto La Cortina de Nopal (1958), que hoy sabemos no escribió Cuevas, sino el crítico cubano José Gómez Sicre.
Carla insiste en el tema y le pregunta sobre la poca presencia de su trabajo en Europa.
Cuevas nuevamente se sale por la tangente y asegura que no muestra su obra en el viejo continente por la distancia. Afirma que Europa “está muy lejos”, además de que para él la vanguardia está en Estados Unidos.
Casi puedo imaginar que Carla preveía su respuesta y muy al vuelo le pregunta, “¿dentro de qué corriente actual te sitúas a ti mismo?” Cuevas dice que se ve junto al teatro de Genet, el cine de Godard y la pintura de Bacon.
Carla detecta de inmediato lo contradictorio de su respuesta y se lo hace notar: “Pero todos ellos son europeos, ¿no? ¿Dijiste que a ti te estimulaba más el ambiente artístico de Estados Unidos?” Cuevas no responde al cuestionamiento y desvía el tema afirmando que lo más interesante ocurre en Estados Unidos y que a él no le preocupa ser innovador en cuanto a técnicas.
La pregunta final es demoledora y logra sacar a Cuevas de su personaje: “Tu público está muy expectante por saber si tienes planes de renovación, pues se dice que te estás reiterando mucho, incluso se especula mucho con el hecho de que tienes alguna deficiencia física de la vista que te impide pintar, ¿es cierto?”
Me imagino a Cuevas desencajado mientras dice: “Son unos miserables, yo no tengo nada. Creo que son prejuicios exigirle al artista que cambie de ropa cada año, exigirle audacia, insisto, que la vanguardia no está en la técnica sino en el sentimiento.”
Antes de seguir con otros ejemplos, es crucial destacar que la crítica puede ejercerse desde cualquier género, en este caso desde la entrevista, ya que queda demostrado que cada pregunta es precisa, bien documentada, y encauzada para que las respuestas salgan del lugar común en el cual los artistas suelen encasillarse.
Tristemente tiene años que no leo en la prensa cultural entrevistas tan certeras y mordaces como la de Carla. En su lugar cada vez es más frecuente leer textos que siguen al pie de la letra lo que el propio artista, el curador o el galerista dicen de la obra, en una cacofonía que aburre y que en términos históricos está destinada al olvido.
Otra entrevista que vale la pena analizar es la que le realizó a Mathias Goeritz, publicada en Excélsior el 31 de mayo de 1970. Carla inicia enumerando dialécticamente las opiniones que recabó de Goeritz. “Es un farsante, es el primero que introdujo el arte de vanguardia a México, tiene complejo de superioridad, es un solitario modesto, es un intrigante, es un excelente amigo, no ha hecho nada, trabaja más que nadie”.
Aunque en apariencia es un simple listado, los comentarios son lo suficientemente contrastados como para introducir a un personaje que despierta pasiones y que ameritaba, igual que con Cuevas, preguntas frontales.
Y así lo hizo: “He oído decir que copias o más bien que robas ideas de los demás, ¿piensas que es válido hablar de originalidad?”, cuestiona Carla. La respuesta de Goeritz inicia con rodeos que intentan desvirtuar el origen de la pregunta, pero al final termina dándole la razón.
“Habría que investigar quién lo dice y segundo por qué lo dice y eso me da mucha flojera. Como de acusaciones se hacen generalmente contra personas que han podido realizar algo interesante o importante, y como su fin es obvio, no veo razón de preocuparse. Reconozco haber recibido influencias de todas partes, primero de mis padres, luego de las escuelas, de todos los hombres y mujeres que me rodearon y desde luego de otros artistas. A veces me di cuenta de eso, a veces no. Soy un típico producto de este siglo. Considero que lo que he aportado no es gran cosa”.
En ese “a veces me di cuenta de eso, a veces no”, Goeritz acepta públicamente que robaba ideas de sus contemporáneos, pero bajo la excusa de que era una práctica común en los creadores de “este siglo”.
Hay también que destacar el hecho de que Goeritz reconoce a Carla como crítica de arte dentro de la propia entrevista, cuando responde a la pregunta de ¿quiénes te interesan de los pintores en México?
“Vivimos la época de la total victoria del crítico sobre el artista. Tú puedes hacer de mi un héroe o lo que quieras. Ustedes sí están ubicados dentro de la vida. Antes, cuando había faraones, reyes, dioses en qué creer todo iba muy bien. Hoy nadie cree en Nixon, a algunos les conviene y a otros no les conviene y entonces ¿cómo puede existir un arte. No hemos encontrado una nueva fe, una nueva metafísica y al no tener eso, surge el fenómeno de los (Jorge) Hernández Campos y de ti misma”.
Carla identifica que, más allá del conflicto que tiene con el crítico Hernández Campos, su respuesta deliberadamente es ambigua y por ello vuelve al tema: “¿Qué significa la fuerza del crítico sobre el artista para ti?”
Nuevamente Goeritz incluye a Carla en su respuesta: “Que tú puedes escribir lo que quieras porque en el fondo, no me importa la publicidad negativa o positiva, hay que identificar dónde están situadas tus ambiciones, pero la mayoría de los pintores quieren que se hable de ellos, necesitan un jefe, un Hernández Campos”.
Las respuestas de Goeritz abren una discusión extensa y compleja sobre la situación de la crítica de arte en México, es claro que el peso específico del crítico hace medio siglo era exponencialmente distinto a la que tiene hoy, pero lo crucial es que, sin importar su peso dentro del campo artístico, la crítica sigue aportando elementos al discurso artístico en términos históricos. No imagino en 50 años a ningún investigador interesado en las numerosas hagiografías que se publican hoy sobre artistas contemporáneos.
Para concluir quiero revisar las entrevistas que realizó Carla a dos personajes canónicos, el galerista Leo Castelli y el artista Andy Warhol. Además del humor que logra imprimirles a sus textos, nuevamente es la actitud crítica lo que se vuelve relevantes en estos textos que mezclan la crónica con la entrevista.
Publicada en Excélsior el 28 de diciembre de 1969, la entrevista a Castelli tiene una entrada memorable: “Leo Castelli y Pop-Art son como Batman y Robin, siempre unidos e inseparables”. Después, con gran capacidad de síntesis, Carla perfila a su entrevistado y sin grandes preámbulos lo cuestiona: “Se ha criticado mucho la forma de promoción suya”.
Castelli aprovecha la provocación y responden en el mismo sentido: “Sí, ciertamente, inclusive la revista Time una vez se dedicó a publicar un pastiche de todos los clichés de prensa sobre mí, nombrándome ‘Svengali del Pop’, pero soy de opinión que mis técnicas de la promoción, por más controvertibles que parezcan, corresponden y pertenecen a la historia social del gusto americano”.
Aunque ya está en desuso, Svengali (villano de la novela Trilby (1894), de George du Maurier) era usado para nombrar peyorativamente a una figura de autoridad (galerista) que ejercía una influencia indebida sobre otra persona (artista). En el contexto del arte conceptual y el despegue del arte pop, una de las cosas que sistemáticamente se cuestionaba de la galería de Castelli era la utilización de los medios de comunicación masiva, concretamente de la publicidad que difundía en la televisión y la prensa.
No es casual que al responder ¿cuál es la característica esencial de su galería?, Castelli señale abiertamente que “como galerista debo tener una fuerza didáctica para imponerse al ambiente hostil ya sea profesional o público.” Esta hostilidad también se debía a su apuesta por el arte conceptual, que implicaba en muchos casos mantener a artistas para que produjeran obra que no se vendería.
Más allá de que la historia le daría la razón a Castelli, lo interesante es que con preguntas muy simples Carla logra mostrar en toda su complejidad a un personaje que marcó el mercado del arte internacional.
La entrevista con Warhol, publicada en Excélsior el 14 de diciembre de 1969, muestra las cualidades periodísticas de Carla, ya que no logra respuestas directas del artista y es justo desde sus evasivas o sus respuestas a medias que parte para crear una crónica que nos adentra en el estudio del artista para verlo trabajar, conocer a los personajes que en ese momento colaboran en una película, y cada tanto escucharlo decir cosas como “No hago obras, las vivo” o “no creo en la censura, pues nunca podrá censurarse la imaginación”.
En la fragmentada charla, Warhol le dice a Carla: “Usted es de México, un pueblo en su mayoría católico. Yo soy católico militante, todos los domingos voy a misa con mi madre. Pienso en qué podría ocurrir si se proyectaran mis películas en México”.
Es difícil saber que hubiera pasado en 1969, pero en 2017, cuando el Museo Jumex realizó una extensa retrospectiva del artista pop, no hubo ningún intento de censura.
La exposición Cultivar. Homenaje a Carla Stellweg, en el Museo Tamayo, se exhibe del 27 de mayo al 1 de octubre de 2023.