Mural "Entre la filosofía y la ciencia", autoría de Juan O'Gorman

Vilo en la colección banamex

Por Santiago Barrios de la Mora 

Más allá del aspecto financiero, las recientes vueltas de timón en la banca mexicana ponen en juego el importante patrimonio cultural que posee Citibanamex, ya que se suma a la operación de compraventa de dicho banco. La intriga financiera y política en torno al desenlace de esta transacción deja un halo de dudas y cuestionamientos sobre los destinos que tendrá “la colección privada institucional más importante del país”1, que consta de aproximadamente cuatro mil obras desde el siglo XVII a la actualidad. 

En 2019, Citibank mostró un fugaz compromiso con su colección al exhibirla de forma permanente en el Museo Foro Valparaíso, lo cual no pasó de redefinirla expositivamente en un mero slogan publicitario. La posibilidad de una estatización nuevamente coloca los reflectores sobre este acervo, pero parece que, de llegarse a concretar, sería para rentabilizarlo como parte de un discurso político y no de un beneficio real en términos artísticos.  

La colección no resuelve los problemas estructurales que enfrenta la Secretaría de Cultura federal o el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) lo que hace que la colección pueda no beneficiarse de su adquisición pública. Finalmente, también se abren inquietudes del compromiso real y los intereses de un posible tercer destino.

1 Texto de Sala de exposición permanente de Museo Foro Valparaíso. 

Interior de las instalaciones de foro valparaíso donde se esxhibe la colección de arte de Citibanamex. En la imagen se ve una pintura de cada lado de la pared y en medio el pase al resto del interior.

En el último año y medio, Citibanamex ha estado en el centro de las noticias financieras del país. Según como se ha reportado en los distintos medios noticiosos, en enero del año pasado (2022), el grupo empresarial estadounidense Citibank, dueño de dicho banco, anunció que se desprendería de este negocio en México, conservando sólo la banca corporativa. A partir de entonces, desfilaron varios nombres, propuestas y retiradas. Todo parecía quedarse en la nada hasta que se figuró un acuerdo con Grupo México de Germán Larrea. Sin embargo, una serie de desencuentros, ficciones e intereses del gobierno mexicano derivaron en, por un lado, la propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador en comprar Citibanamex para fusionarlo con el Banco del Bienestar y, por el otro lado, la decisión de Citibank en aplazar la venta al 2025. En este contexto, es imperativo preguntarse por los giros de sentidos actuales de la Colección de arte Banamex creada por la iniciativa privada nacional y con más de cien años de existencia derivados los intereses y coyunturas financieras y políticas que ponen en vilo su qué y para qué.

Interior del foro Valparaíso donde se encuentra la colección de arte de Citibanamex. Piso de madera y muros blancos, a cada lado hay una pintura enmarcada y al fondo se encuentra la pintura de Diego Rivera "vendedora de alcatraces"

La histórica colección en un nuevo Foro

La Colección de arte de Banamex se empezó a a formarse a finales del siglo XIX con la fundación del banco en 1882, con fines decorativos, pero en la segunda mitad del siglo XX, y una vez adquirido el Palacio de Iturbide (1964), empezó a crecer de forma más intensiva y sistemática. Tras la reprivatización del banco en 1992 y la desestatización de la rectoría, el mecenazgo y la creación de los discursos culturales y artísticos durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, se pujó por la adquisición de arte moderno. Esto lo interpreto como un intento de generar una narrativa totalizadora del arte nacional que fuera alternativa a la hegemónica derivada del Estado-nación mexicano posrevolucionario.

Durante el breve periodo que el banco estuvo en posesión de empresarios mexicanos —de 1992 a 2001 por el Grupo Accival, encabezado por Roberto Hernández Ramírez y Alfredo Harp Helú—, también se apostó por consolidar su infraestructura cultural, asociada principalmente a una red de edificios históricos de su propiedad o adquiridos, lo cuales restauraron y habilitaron para uso operativo o cultural. Cuando el banco fue comprado por Citibank, el compromiso con el resguardo, coleccionismo, difusión y mecenazgo artístico-cultural continuó de la mano de expertos reunidos en Fomento Cultural Citibanamex. Sin embargo, en los últimos años, los directivos apostaron por un proyecto novedoso: exhibir permanentemente la colección en el que llamaron el Museo Foro Valparaíso.

Muebles anitguos que incluyen un sillón, mesa y sillas. En la pared se encuentra una pintura enmarcada del Valle de México.

Previo a la pandemia, en noviembre de 2019, este nuevo espacio abrió sus puertas con el fin de mostrar pública y permanentemente la rica colección de obras que se poseía, distinguiéndose y complementando al Palacio de Iturbide —Museo de Cultura Citibanamex— y otros espacios que realizan exposiciones temporales. Con este foro, se pretendió una apropiación frente al público nacional de la colección de corte mexicanista por parte de los nuevos dueños privados extranjeros. Por lo tanto, esta fue una de las apuestas importantes, propias y ¿la última? de Citibank como dueño de la Fundación Cultural Citibanamex. Para el Museo Foro Valparaíso, se aprovechó el espacio del Palacio de los Condes de San Mateo Valparaíso construido en 1772 por Francisco Antonio Guerrero y Torres y ubicado en la calle Isabela Católica entre Venustiano Carranza y 16 de Septiembre en el Centro Histórico. Este edificio pertenece al banco desde su fundación.

A lo largo del primer piso, utilizando espacios que antes pertenecían a oficinas, se decidió exhibir más de cien obras que van desde siglo XVII hasta finales del XX, es decir, una muestra representativa de toda la colección. La lógica del guión curatorial que se explicita fue: “Con el propósito de conformar un discurso imparcial para el periodo contemporáneo, se presentan cuadros de autores cuya producción ya ha concluido y que son fundamentales para la comprensión del arte mexicano.” Por lo tanto, se le dio entender al espectador que la colección y su exhibición podían dar cuenta al presente de lo que era el arte mexicano.

Interior de foro Valparaíso donde se exhibe la colección de arte de Citibanamex. Se ve un piso de madera, muros blancos e iluminación en el techo. En cada muro hay pinturas y al fondo de aprecia la obra de Juan O´Gorman "Entre la Filosofía y la Ciencia."

Bruce W. Ferguson escribió en Thinking about Exhibitions que las exposiciones son un sistema de representaciones donde las partes que las conforman tienen propósito didáctico que vivifica los valores institucionales, sociales y personales que busca influir en el público. En este caso, fue la representación del arte nacional visto desde los valores de actores muy específicos que quieren transmitir mensajes ligados a sus intereses. Solamente este potencial del arte dispuesto a los ojos de los públicos explica la costosa inversión de crear un nuevo museo y la mayor inversión que implica hacerse y mantener el patrimonio artístico que se exhibe en el recinto: ¿cuáles fueron los valores y representaciones que se pretendieron mostrar en la exposición?

Como ya he apuntado, se trata de una colección corporativa que ha tenido muchas personas al mando y distintos momentos. Sin embargo, aunque existen ciertos elementos inconexos, se puede ver una coherencia general en los intereses y predilecciones que la conforman: un gusto marcado por la pintura que refleja los origines y valores con los que se identificaron los grupos de la élite económica nacional que manejaron el Banco hasta el 2001, es decir, por la pintura nacionalista costumbrista, y paisajista y el retrato de personajes destacados en la sociedad decimonónica. El resto de las obras de otras épocas parece una continuidad de la misma reflexión artística. 

Cuatro retratos que forman parte de la colección de arte de Citibanamex.
Retrato de un padre y sus dos hijos que forma parte de la colección de Citibanamex.

La exhibición de la colección se montó de forma cronológica y en bloques temáticos, con los que buscan dar una genealogía, desarrollo y continuidad a las obras, pero, sobre todo, dar un discurso sobre el arte nacional que pudiera dar una especie de metonimia de algo más. La primera parte fue marcada por la construcción del Palacio y la familia que vivió en él ⎯retratos de familia, mayoritariamente anónimos; paisajes de época; etcétera.⎯, intercalándolos con una narración didáctica de la historia y el presente del Banco Nacional de México, definiéndose a través del logo “emprendimiento, innovación y cultura”. Con el logo publicitario, se pretendió que el espectador equiparara el edificio, los Condes, la empresa y el arte. Posteriormente, se dispuso una breve sección de arte colonial que mostrara a artistas de la talla de Miguel Cabrera y Juan Correa, autores que fueron altamente valorados a finales del siglo XX por los empresarios mexicanos que se colocaban en el papel de los nuevos mecenas del arte. Se resaltaron dos cosas: la religión y su contraposición, la sociedad civil de la élite novohispana ⎯en la que se identifica a la familia de los Condes⎯. En este primer momento, se expuso la existencia de unos sujetos que fueron definidos como protagonistas de la historia del arte nacional que quería contar: las élites financieras.

A continuación, se colocó la parte central de la exposición: el siglo XIX. Édouard Pingret, Peregrín Clavel, Daniel Thomas Egerton, Eugenio Landesio y José María Velasco destacan. Se desarrollaron los temas de castas, retratos, viajeros y paisajismo con los que se tejió un discurso curatorial que culmina con Velasco, el artista con mayor número de obras exhibidas. Finalmente, sin tanta coherencia, se encuentran algunas salas dedicadas al siglo XX con grandes obras de autores como Diego Rivera, Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Francisco Toledo, Juan O’Gorman, entre otros. Los temas son “Surrealismo”, “Escuela Mexicana de Pintura”, “Retrato”, y una mezcla de “ruptura” con “neomexicanismo”.

Es claro que la colección fue formada a partir de un interés particular por el siglo XIX, época en la que nació el Banco. Es la parte más coherente en términos de selección de obra y discursivamente. Se puede ver las tendencias por lo nacional, las riquezas naturales y la sociedad civil ⎯definida aquí principalmente por las familias adineradas⎯. Esto permite empezar a delimitar cierto perfil de los intereses y gustos que guían al coleccionista colectivo-corporativo que ha sido Banamex: una búsqueda y defensa de sus orígenes e identidad como Banco mexicano fundado en el siglo XIX y que ha estado en manos de la élite económica. Por lo tanto, es factible pensar que la colección apunta a constituir una metonimia de la historia del arte nacional con la historia de estos agentes financieros de la sociedad mexicana. 

Mural "Entre la filosofía y la ciencia", autoría de Juan O'Gorman
Detalle del Mural "Entre la filosofía y la ciencia", autoría de Juan O'Gorman
Detalle del Mural "Entre la filosofía y la ciencia", autoría de Juan O'Gorman donde se mencionan detalles de su realización.

Sin embargo, la apertura del Palacio Valparaíso como museo tuvo un contexto distinto. En 2019, sin los complejos escenarios económicos que se formularían unos meses después de su apertura con la pandemia de la Covid-19, el Banco se encontraba en una sólida posesión de los capitales internacionales de Citibank. Es claro que, en esta apuesta expositiva, se trató de aprovechar la obsesión nacionalista de la colección para mostrarse como una empresa global preocupada por lo mexicano. De ahí la importancia que el tema exhibido no fue el arte mexicano, sino el arte sobre México: una nueva autoreferencia a la élite económica internacional que maneja el Banco a través de la historia del arte nacional, es decir, era nacional porque estaba en el país, no por su nacionalidad. Las metonimias que buscó hacer Citibank al momento de exhibir fue de la colección con el arte mexicano y éste con los dueños sin importar su nacionalidad, en una especie de naturalización discursiva frente al público: 

Si bien la colección cuenta con algunas obras de autores extranjeros, la inmensa mayoría de las piezas que la integran son artistas mexicanos o bien de temas nacionales, ya que, desde hace décadas, la colección se ha distinguido por su espíritu mexicanista, como una forma de compromiso social y cultural del Banco con el país, al reunir, conservar y difundir pinturas de autores nacionales y extranjeros que representan la historia, el paisaje, los tipos sociales, las escenas costumbristas y los objetos que han dotado de identidad a México. 2


En este sentido, cada uno de los bloques históricos en los que se divide el discurso curatorial jugaban un papel importante. Primero, las obras del siglo XVII y XVIII se mostraron como una búsqueda de antecedentes o expresiones tempranas de las obras del siglo XIX y de lo que representan: el surgimiento de esa clase social mexicana empoderada económicamente como núcleo de la mexicanidad. Luego, las del siglo XIX se dispusieron a favor de una descripción de la nación mexicana desde los ojos burgueses/liberales de los protagonistas de la narrativa de la exposición. Finalmente, es interesante el papel de las pinturas de la centuria final. En ellas, se exploró el desarrollo de los mismos temas pictóricos del siglo XIX, pero se enfatizó los valores con los que el Banco quería presentarse con el público. Un ejemplo es la sala del “Surrealismo”. En ella se colocaron varias pinturas de pequeña escala con grandes nombres como Remedios Varo, Frida Kahlo, Leonora Carrington, pero quedaron subordinadas a la obra de mayor tamaño y con un lugar estelar de Juan O’Gorman ⎯Entre la filosofía y la ciencia, 1948⎯ con la que se apeló a la idea de “innovación” ligada al logo curatorial con el que se construyó la exposición. Otra muestra se puede ver en las obras de la llamada “Escuela Mexicana de Pintura”. Se exhibió un rostro despolitizado de este movimiento artístico. Es decir, se seleccionó los paisajes rurales del país que podían dialogar con las pinturas decimonónicas costumbristas y naturalistas exhibidas en las salas anteriores. Por lo tanto, la novedosa historia de la cultura nacional que se pretendió contar en Valparaíso no fue la de la revolución, la del indígena y mestizo, la de la lucha armada de clases o la de la emancipación del colonialismo e imperialismo, más bien supone la de los hombres —nacionales o no— de “innovación” ¿financiera? en una idílica geografía que los justifica en este relato.

El proyecto de abrir un museo en el Palacio Valparaíso para exponer parte de la colección que incluyera las recientes adquisiciones del siglo XX respondió a una aparente necesidad del Banco en manos extranjeras de reforzar la idea de sus orígenes, su compromiso social con el país y vincular la grandeza del pasado con la actualidad de la empresa en un relato totalizador. Las piezas se dispusieron en un espacio vinculado con el origen de Banamex, pero también con una de las familias novohispanas más poderosas económicamente. La colección se expuso en un ir y venir con estas historias, señalando en el pasado del país, del banco y lo que quieren ser hoy, intentando redefinir y competir con el discurso construido por el Estado durante el siglo XX. Así, se intentó contar la otra historia del arte nacional desde un logo publicitario: “Emprendimiento, innovación y cultura”

2  Texto de Sala de exposición permanente de Museo Foro Valparaíso. 

"El Sacrificio", obra del muralista mexicano José Clemente Orozco
Pintura de bodegón cubista

La colección privada y el Estado mexicano

Claramente, la iniciativa privada mexicana fracasó nuevamente en la urgente necesidad de proveer otras bases interpretativas de la producción artística en/sobre el territorio nacional. A pesar de contar con una magnífica colección de arte del siglo XIX construida por más de un siglo con criterios que van más allá el capricho individual, la incapacidad de generar una narrativa curatorial diversificadora y problematizadora que rebase sus necesidades extra artística y su identidad comercial se ha hecho patente en un nuevo capítulo de los cuarenta años en la que los grandes corporativos han hecho inversiones en la cultura.

A la luz de los giros post-2020, la reinterpretación expositiva de la histórica colección Banamex en el Palacio del Valparaíso parece aún más un vestigio del pasado: una gran apuesta revitalizadora, con planteamientos más publicitarios que curatoriales y que nació a unos meses de una pandemia que cebó la entrada de público que la activaran y que cambió los planes de Citibank respecto a sus negocios en México. Hoy en día, el museo sigue abierto, sin mucha afluencia y mínima relevancia en el circuito de museos del Centro Histórico. Es interesante comparar las optimistas notas periodísticas que se publicaron previo o al poco tiempo de su inauguración frente a la nula mención pública en la actualidad.

Pintura de un esqueleto vestido de guerrillero de la revolución mexicana.
Obra de Juan O´Gorman. Un globo aereostático vuela sobre una ciudad.

En este contexto, el Estado sabe que adquirir la infraestructura del banco puede solventar sus intereses en reactivar la mística de un Estado fuerte, partícipe de la economía y de la banca nacional. Pero también, se intuye ingenuamente que la adquisición puede solucionar el abandono que históricamente había asumido el Estado mexicano con la cultura y el arte. A finales de los años setenta y principios de los ochenta, el INBAL dejó a la suerte de la iniciativa privada, las instituciones públicas autónomas como la UNAM y al no curado mecanismo fiscal del “Pago por Especie” el coleccionismo del arte nacional.

Por ello, no es de sorprender que, al inicio del drama de la venta del banco, Marcelo Ebrard, siendo secretario de Relaciones Exteriores y uno de los posibles sucesores presidenciales, escribió a través de su cuenta de Twitter: “Con el anuncio del próximo cambio de propietarios de Citibanamex estaré atento, a la integridad y destino de la Fundación Cultural Banamex y el importante patrimonio cultural que la integra. En mi opinión debería pasar a propiedad nacional para su preservación”. Una declaración que puede resultar políticamente rentable al dirigirse a sectores que se interesan por la preservación del patrimonio cultural y artístico del país.

Sin embargo, la magnífica colección no soluciona los problemas estructurales que enfrenta el sistema artístico público por varias razones, mismas que hacen que la colección pueda no beneficiarse de su ingreso al patrominio público. Primero, aunque este conjunto de obras tiene hoy un sentido semejante a los usos del arte que puede buscar un Estado como el mexicano y un gobierno como el de Morena en la construcción de un patrimonio público —es decir, que le permita hacer discursos totalizadores, homogeneizantes de realidades artísticas complejas y generar una narrativa en bloques históricos a partir de lo artístico/cultural–, es un parentesco por su antagonismo. Como se ha desarrollado, la colección ha buscado hacer una metonimia del arte con los agentes económicos y no de una narrativa oficialista de la historia política, social o incluso artística del país.

Segundo, es un error común en el coleccionismo creer que adquirir grandes lotes de obras puede abrevar el camino hacia la construcción de algo relevante y significativo. No es echarse al bolsillo cuatro mil obras, sino el qué y por qué adquirir cada una en relación con el patrimonio público que ya se tiene: ¿Qué vacíos llena? ¿Qué aporta a lo ya existente? ¿Cómo pueden dialogar con otras obras? ¿Hacia dónde nos lleva y apunta esta adquisición?

Finalmente, la operación tampoco solventa más de cuarenta años de abandono neoliberal de funciones históricas del gobierno mexicano respecto a la cultura, tampoco las omisiones hechas este sexenio en el mismo rubro y, mucho menos, el estado de salud del sistema de museos públicos en dónde poder exhibir, interpretar y reinterpretar el arte, que, por supuesto, no es solucionado por el Proyecto Chapultepec. Cabe obviar que este proyecto no incluye a esta Colección. Se abre la duda si los recintos que posé Banamex también estarían contemplados para darle vida expositiva a las adquisiciones o se diluirían en otros museos y colecciones del INBAL. 

A menos que se analice con seriedad un plan para su adquisición que revise el sentido y el potencial que tiene esta para complementar otras colecciones públicas y de qué forma podría activarse en lo expositivo, la estatización no es benéfica más que como un acto de grandilocuencia gubernamental. Sin claridad y el desarrollo de un proyecto sólido sobre estos tres puntos, es probable que el gobierno falle al igual que Citibank al momento de intentar reapropiarse y resignificar la Colección.