Palacio Nacional, la mañana del martes 11 de noviembre de 2025.
Por Hideki Yukawa*
Dos días después del asesinato del alcalde de Uruapan, Michoacán, en plena celebración del día de muertos, la Secretaría de Cultura del Gobierno de México publicó la convocatoria Desarmar, intervenir, reconstruir: resignificación artística de armas. Sea lo que sea o pueda llegar a expresar tal grandilocuencia, el timing para haber hecho público dicho concurso fue un poquito desafortunado. Un elefante lo hubiera hecho mejor. El paquidermo muy probablemente hubiera esperado y reformulado la convocatoria. La habría ubicado claramente dentro del contexto histórico en el que la militarización del Estado ha sido una constante sin parar desde hace dos décadas: una espiral terrorífica que en los últimos años se ha agudizado y ha desbordado la violencia en un país donde hasta el más chimuelo masca tuercas, como lo demuestra el hecho de que un gobierno “de izquierda” haya adoptado, paradójicamente, las prácticas más retrógradas de las derechas, militarizando hasta los tornillos y las tuercas de un país en perpetua descomposición.
Este gobierno, trasnochado y transformador, ahora invita a participar en un concurso que ingenuamente pretende “incentivar nuevas formas de resignificación de la vida, restitución social, cultura de paz y reconstrucción de la memoria a través del arte contemporáneo”.1 Nada más contradictorio y ambicioso, pero bueno, hay que pensar en grande y hacer concursos de lo que sea para jugar a la escuelita moralina, en la cual todos aprenderemos, o aparentaremos, cambiar el mundo. Hagamos de la negación un deporte nacional. El concurso México canta fue un gran ejemplo de ese intento por tapar el sol con un dedo en un país dónde los corridos norteños —y ahora los tumbados— han sido, son y seguirán siendo formas de registro y memoria popular de la historia nacional que escapan al relato oficial del Estado, ese cuento falaz de los abrazos y no balazos que derivó en sumas y restas para maquillar el desastre nacional con estadísticas adulteradas, cargadas de atole con el dedo para nuestra ilusoria tranquilidad.
Más allá de la tácita burocracia kafkiana de la invitación, dirigida a artistas para presentar “propuestas conceptualmente sólidas y sensibles con el contexto actual”,2 será muy entretenido seguir la evolución y asistir al desenlace de semejante concurso que pinta para ser parte integral de la gran tragicomedia nacional. Al leer la convocatoria salta a la vista una peculiar coincidencia entre las ideas y supuestas intenciones del concurso con la obra Palas por pistolas (2007), de Pedro Reyes. Tal casualidad probablemente guarde alguna relación con aquel episodio telenovelesco de Tlalli, la cabezota monumental de piedra que por dedazo oficial este artista pretendía instalar en el Paseo de la Reforma, como reemplazo de la incómoda estatua de Cristóbal Colón. No se nos olvide que dicho encargo se llevó a cabo por el gobierno de la ciudad cuando era encabezado por la actual presidenta de México, quien hizo gala de la respectiva ineptitud gubernamental al poner y quitar estatuas, sin tener la más mínima idea del porqué o para qué sería relevante instalar un monumento hoy en día. En su momento también fue toda una telenovela el concurso de la Suavicrema o Esquela de luz, como se le conoce a la Estela de luz, ese monumento a la corrupción que multiplicó al por mayor su costo para celebrar, triste y tardíamente, el centenario de la Revolución Mexicana y el bicentenario de la Independencia. Y ni hablar del arrinconado y olvidado Memorial a las víctimas de violencia en México, erguido en medio de la fallida guerra contra el narcotráfico. Por cierto, ese monumento pareciera ser primo político de la actual convocatoria para fundir armas, aunque la gran diferencia sería que ahora sí hay “pertinencia crítica y social”.3 Seguramente nadie presentará unas palas para sembrar arbolitos, pero no sería exagerado pensar que este certamen pudiera ser un premio de consolación para, una vez más, tapar el sol con un dedo en un país donde todo —pero tooodo— es posible y puede pasar. No vaya a ser la de malas.
Render de Tlalli, proyecto de Pedro Reyes, 2021.
Soñar no cuesta nada y todos podemos discurrir respecto a los tres premios del magno concurso. Por supuesto que serán obras contundentes que estarán a la altura de “una ética del arte comprometida con la vida”.4 ¡Ni más faltaba! Se antoja un conjunto de esculturas colosales expuestas en pleno Zócalo, que aborden la transformación nacional desde sus entrañas. Imagino una escultura en forma de nudo gigantesco, semejante a una bola de queso Oaxaca, que lleve por título alguna frase poética en Náhuatl por recomendación del creador de la pobre Tlalli, o ya entrados en materia metalúrgica, el gran experto por antonomasia: Sebastián, con sus mazacotes de colores que, a pesar de sus truculentas prácticas priistas, podría redimirse fácilmente realizando una monumental escultura color guinda. Por último, y para completar la premiación, recordemos que el hijastro de la presidenta de México es artista con A mayúscula, y para como están las cosas, él también ha de estar muy comprometido con la transformación del país, si no pregúntenle a Andy.5
Una iniciativa de tal envergadura ameritaría una mención honorífica que hable por sí sola, un ready-made monumental que “confronte y transforme las huellas materiales y simbólicas de la violencia en México”.6 Tal distinción llevaría el sello indiscutible de la casa: el humanismo mexicano. Más que una escultura, sería una instalación imperecedera, como las grandes obras en las colecciones permanentes de los museos más importantes del mundo. Les digo, soñar no cuesta nada. No sería una valla, sería una muralla de acero que vaya a lo largo de todo el perímetro exterior del Palacio Nacional para blindarlo y, de paso, “convertirse en herramienta para reimaginar futuros más justos, sensibles y comprometidos con la vida, la memoria y la paz”.7
Entrados en honores, el respetado y venerable consejo artístico para asesorar tan importante certamen estaría conformado por artistas de talla mundial, representantes de una ética épica y exuberante, creadores que exuden congruencia y compromiso social. Dicho esto, sería indispensable contar con la participación de la artista colombiana Doris Salcedo quien, como todos sabemos, ha desarrollado una obra crítica y consecuente, muy consecuente. Allí está Fragmentos, espacio de arte y memoria, en Bogotá, que se inauguró en 2018 a partir de los Acuerdos de Paz entre el gobierno colombiano y las FARC, siendo presidente Juan Manuel Santos (ministro de defensa durante el gobierno de Álvaro Uribe, y posteriormente acreedor del Premio Nobel de la Paz en 2016). En el arte contemporáneo a veces la memoria es muy corta y la amnesia muy grande, va del ejercicio natural de los políticos de fabricar máscaras para agenciarse algún fastuoso reconocimiento, y llega hasta esa gran tradición de nutrir egos con museos personales que, al final del día, dependen del Estado con todo y sus telarañas de turbios intereses. Nada nuevo bajo el sol en este triste basurero de la Historia.
Fragmentos resulta ser también un familiar cercano de nuestro certamen escultórico, pero nada de hermanos incómodos, que el horno no está para bollos, solo para armas. En el cotramonumento, como lo llama la propia artista, se fundieron 37 toneladas de armas de fuego depuestas por las FARC para darle forma a todo el piso del recinto, de 1,200 m2. En el proceso de manufactura participó un grupo numeroso de mujeres colombianas víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado, ellas les dieron forma a placas de aluminio al golpearlas con mazos. Posteriormente, esas placas se convirtieron en moldes para reproducir las casi 1,300 losas de acero que cubren todo el piso del museo. La autora intelectual de esta instalación, que quede claro, es la inconfundible señora Salcedo y, más allá de la cuestionable ecuación conceptual y material que implica la obra, ella misma se justifica escudándose (menos mal) en Joseph Beuys, al decir “que pues la gente que siembra papas, vende papas, y tiene que vivir de eso. Y pienso que el artista tiene que vivir de su obra”.8 Habría que aclararle a la distinguida señora que, a diferencia de un campesino o un agricultor que viven de la tierra, algunos artistas, como ella, viven de la desgracia de la gente. Esto, en pocas palabras se llama uso y abuso, punto.
Juan Manuel Santos y Doris Salcedo en la preinauguración de Fragmentos en Bogotá el 1 de agosto de 2018.
Desde hace ya un buen tiempo en el arte contemporáneo estamos acostumbrados a presenciar, hasta el peliagudo punto de apreciar, una serie de vicios y vacíos finamente camuflados en lo políticamente correcto del deber ser para beneficio y tranquilidad de las consciencias. Nos encanta ser socialmente comprometidos dentro de la pequeña burbuja que habitamos y, sobre todo, estar en común acuerdo para jugar un juego demasiado frágil y evidente, no cabe duda de que en tierra de ciegos el tuerto es el rey. La confusión a conveniencia de la ética con su representación es una práctica recurrente entre ciertos artistas de amplia trayectoria y reconocimiento que, precisamente a través del tiempo y las circunstancias, han hecho del desastre de la humanidad un negocio muy redituable. Una cosa es la forma de ser y estar en el mundo y otra cosa, muy distinta, es montar una puesta en escena para ser y estar en el mundo. Allí la ética se convierte en una imagen con uso y función, y vaya que en el mundo del arte la imagen es primordial, en las últimas décadas pasó a ser el motor de un mecanismo social exclusivo que se asemeja cada vez más a un embudo donde suelen triunfar los más hábiles, oportunistas y cínicos. En resumidas cuentas, quienes mejor se puedan moldear y asimilar al mercado del arte. Aquí en México tenemos uno que otro buen ejemplo en diferentes rubros de tan apasionante sector.
Regresando a nuestro grandioso terruño y su concurso muerto, sería imprescindible contar con la participación de Francis de Smedt, mejor conocido como Francis Alÿs, para ser parte fundamental del consejo artístico. Vamos, bien podría ser el presidente honorífico. Este gran artista ha vivido una vida tan intrépida que, imagínense, llegó a México huyendo del servicio militar belga allá en los lejanos años ochenta, y podemos suponer que fue justo el momento en que se rebautizó. ¿Por qué? ¡Quién sabe! Misterios de la vida o, como hubiera dicho mi abuelita: sepa la bola. Cabe resaltar que el señor de Smedt tiene una extraña obsesión o fascinación por las armas de fuego, aparecen y desaparecen constantemente en su robusto cuerpo de obra, sea en pinturitas, esculturas juguetonas o videos donde, según él, arriesga el pellejo. ¿Como olvidar su caminata por el centro de la ciudad armado con una pistola Beretta 9mm? Ni Mad Max se atrevió a tanto. Él mismo definió sus vacuos propósitos al llevar a cabo tan osada acción: “Mi intención inicial era mucho más sencilla: era un problema de ética”.9 Y claro, cómo no, en la recreación de los deseos también pueden estar incluidos los traumas, los cabos sueltos por resolver y hasta alguna moraleja sobre la culpa con pecado incluido.
Todos sabemos que el arte en buena medida es un artificio. El problema surge cuando el artista se presenta como un cuasi héroe frente al mundo para mostrarnos las atrocidades de la realidad, que bien pueden ser la verdad de su propia mentira. En esas proezas la ficción ilumina parcial y relativamente el paisaje, la suave luz que emana termina dibujando una sutil sombra en la cual se reproducen invisiblemente las pútridas relaciones de poder sobre las que está construido el mundo; inconvenientes penumbras donde vemos cojear del mismo pie a nuestro valiente y sigiloso artista junto a la aguerrida e intachable artista colombiana. A la lista de Robin Hoods se le podrían añadir varios nombres, pero estos dos son maestros ejemplares y férreos representantes de una justicia que nunca llegará, salvo para el irremediable provecho de sus prolíficas y rentables carreras. Tal vez por eso el suministro de estas sabias conciencias críticas depende en buena parte del poder económico y político en turno.
En estos tiempos de austeridad republicana el derroche es, como casi siempre lo ha sido en México, una huella indeleble de las formas de ejercer el poder y su obscura naturaleza. Puede ser un concurso para derretir armas o un certamen de belleza donde la esencia sale a relucir, la mierda es invisible cuando flota en el aire, y la ruleta rusa tarde o temprano dispara la bala que derrama el vaso que una gota de agua no pudo desparramar. Resulta un lugar común decir que la realidad supera la ficción en un país en el que Miss Huachicol gana el premio a la más bonita del universo a punta de cañonazos de dinero proveniente del tráfico de combustible, drogas y armas para poner “en alto el nombre de México ante el mundo”.10 Mentiras piadosas de un país que se desangra con gobiernos que, una y otra vez, sabotean criminalmente a su propia población al administrar una bomba de tiempo negando su existencia; una película de terror por venir que ya estamos viendo y viviendo desde hace un buen rato.
Uno se equivoca cada vez que quiere explicar algo oponiendo la mafia al Estado: jamás son rivales. La teoría corrobora con facilidad lo que todos los rumores de la vida práctica habían demostrado demasiado fácilmente. La mafia no es ninguna extranjera en este mundo; anda por él como por su casa. En el momento de lo espectacular integrado, la mafia reina, de hecho, como modelo de todas las empresas comercialmente avanzadas.11
Re-enactment (2000), de Francis Alÿs. Video 5´23" (still).
1Convocatoria 2025-2026 Desarmar, intervenir, reconstruir: resignificación artística de armas. https://inba.gob.mx/multimedia/convocatorias/2025/CNAV/Desarmar.pdf
2 Ibíd.
3 Ibíd.
4 Ibíd.
5 Andrés Manuel López Beltrán.
6 Ibíd.
7 Ibíd.
8 Entrevista a Doris Salcedo por Nelson Fredy Padilla, en El Espectador, 20 de octubre de 2024 https://www.youtube.com/watch?v=ks_7uAbtuzc
9 Entrevista a Francis Alÿs por Corinne Diserens, en Diez cuadras alrededor del estudio. Ciudad de México, Antiguo Colegio de San Ildefonso - UNAM, 2006.
10Publicación en X de Luisa Alcalde (Presidenta de Morena) el 20 de noviembre de 2025 https://x.com/LuisaAlcalde/status/1991726434570912066
11Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo. Barcelona, Anagrama, 1990.
*Hideki Yukawa es Jonathan Hernández (México, 1972). Actualmente se encuentra trabajando en el libro Diccionario de Modos y Apodos, de próxima publicación.
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Texto publicado el 5 de diciembre de 2025.