Contra el arte contemporáneo, simulacro editorial
Por Edgar Alejandro Hernández
1. LA PROMOCIÓN Y SUS EXTRAÑOS CAMINOS
Desde el año pasado circula el libro “Contra el arte contemporáneo” (Tumbona, 2014), de Javier Toscano, título que más allá de resultar sugerente se vuelve una extensión cacofónica a todos aquellos detractores que ven una farsa (el autor lo define concretamente como simulacro) en el “sistema del arte”.
Si bien el esquema de difusión no se puede considerar extraordinario en relación a otras publicaciones de su tipo, sí hay que destacar que el libro de Javier Toscano ha aparecido en varias conversaciones públicas y privadas, así como en algunos textos críticos. Concretamente quiero referirme al diálogo que sostuvo el autor en el “Conversatorio I: Subjetividades en circulación”, cuyo audio puede escucharse en línea (http://gastv.mx/relatoria-conversatorio-i-subjetividades-en-circulacion/).
Más allá de la defensa que Javier Toscano realizó de su texto, lo que me despertó el morbo por leerlo fue su gesto, un tanto histérico, en el que el autor aseguraba en dicha plática que su libro no era el demonio, que sólo era un libro chiquito de 100 cuartillas que no iba a destruir el mundo del arte (debo aclarar que ninguno de los ponentes ni el público sugirió tal cosa).
"Es una invitación a atizar al lector, parece que lo trajera como el Satanás. Ya acá hay gente que se lo toma muy personal, pero ese es otro rollo”, sentenció Javier Toscano, un tanto excitado por las risas nerviosas del público.
Mentiría si dijera que después de escuchar a Javier Toscano fui a comprar el libro. Lo pedí prestado y tal vez me lo robe (quiero seguir la doctrina del autor, quien ve un grave peligro para el arte en la nueva religión llamada dinero).
Ahora que lo leí, entiendo por qué a Javier Toscano le perturbó tanto que hubiera gente que se toma muy personal su libro, porque si bien su ensayo intenta reflejar una estructura del arte corrupta, que parte de intereses económicos y de una permanente simulación, lo que en realidad hace es criticar prácticas locales de personas que conoce bien, pero que están estratégicamente ocultas para que sólo los involucrados entiendan a quien va dirigida su crítica. Incluso al final del texto argumenta por qué no refiere a casos concretos, pero lo que se ve claramente es que el autor no quiere dejar la seguridad que le da el ser políticamente corrección.
2. EL ELEFANTE EN EL CUARTO
“Contra el arte contemporáneo” parte de la premisa de que las prácticas que dominan el mundo del arte viven hermanadas con el sistema económico neoliberal, donde los artistas proveen los objetos y recursos para mantener el culto de una nueva religión llamada dinero. Al autor le parece extraño que este circuito del arte, corrompido por el dinero, incremente su número de adeptos de forma exponencial. La única explicación que Javier Toscano encuentra para este crecimiento de público está en “una obstinada servidumbre voluntaria”. Más allá de las vueltas argumentales que le da al tema, lo que el libro propone es un sistema del arte que vive en un simulacro, avalado por una actitud servil de sus participantes.
Es justo decir que Javier Toscano logra desarrollar un argumento impecable en su escritura y la inclusión de numerosas referencias teóricas y documentales que van dando cuerpo a su ensayo. El punto crítico llega cuando el autor se coloca en una postura imposible, es decir, por fuera del sistema artístico que busca criticar. En el libro el autor recurre a la estructura literaria del narrador omnipresente, que lo ve todo, que lo toca todo y que no es afectado por su propio relato. Esta postura es insostenible porque Javier Toscano al igual que su libro “Contra el arte contemporáneo”, se suma a aquellas prácticas que critican el sistema artístico para intentar cambiarlo desde dentro. Es por eso que el autor inicia con una petición de principios que deviene en una especie de doctrina que busca alertar sobre los males que el sistema económico está ocasionando a la creación artística.
Dentro del ensayo es ejemplar el cuidado quirúrgico que Javier Toscano tiene al momento de criticar con nombre y apellido a dos personajes que, desde los extremos, son referentes del arte contemporáneo.
Cuando el autor critica, por ejemplo, a Cuauhtémoc Medina como un crítico que ya no tiene “facha de crítico”, porque ya es un agente preponderante del sistema del arte, lo hace a través de una cita a pie de página que salva al autor de exponerse a una confrontación directa. Más aún, cuando cuestiona su práctica, al asegurar que el participar en el sistema del arte con sus fábulas cínicas y exabruptos críticos para tratar de cambiar las cosas desde adentro de la institución, de nuevo niega el referente que para muchos lectores es obvio.
No puedo quitarme la imagen del ex novio despechado que le reclama a su mujer la pérdida del amor, cuando leo que Javier Toscano se refiere a Avelina Lésper, no de forma directa sino nuevamente a través de una nota a pie de página, como una “infatuada periodista, más pasional y agreste que inteligente y honesta”. Por más aséptico e impersonal que busca ser el autor, su ensayo regala ciertos momentos emocionales que dejan ver que sí hay algo personal en el texto.
Es más, Javier Toscano y Avelina Lésper comparten por momentos la misma terminología anacrónica para describir el “mainstream” del arte. Para el primero se trata del “jetset” contemporáneo y para la segunda el arte “VIP”. ¿A qué se refieren con estos términos? Lo único que muestran es un revanchismo social similar al que tiene un conductor de microbús cuando le cierra abruptamente el paso a la camioneta de una señora copetona, nadamás pa’ que sienta el poder del barrio.
No me queda claro cómo Javier Toscano se puede situar fuera de ese “jetset” que critica. Sólo el autoengaño hace posible que un doctor en filosofía por la UNAM/Frei Universität de Berlín, con posdoctorado en la Universidad de Paris IV:Sorbonne (estos datos los consigna la contraportada del libro) se vea fuera de una élite académica que, por su práctica, está unida naturalmente a la élite del arte contemporáneo.
3. SIMULACRO (I)LEGÍTIMO E (I)LEGAL
Como ya referí anteriormente, el ensayo de Javier Toscano argumenta que hay un simulacro detrás de las prácticas que hoy rigen al arte contemporáneo, ya que su producción se ha convertido en mercancías que sirven para nutrir un sistema financiero que vive de la especulación. El autor se permite incluso acusar a los artistas, galeristas, coleccionistas e instituciones del arte de ser una estructura privilegiada para el lavado de dinero, pero nuevamente se cuida de no comprometer su señalamiento y no da ejemplos concretos. ¿De qué sirve que Javier Toscano nos diga que vivimos en un sistema corrupto? Sería increíble, por ejemplo, que si Javier Toscano quiere hablar de lavado de dinero documentara qué compró Elba Esther Gordillo a la Marian Goodman Gallery, luego de que la PGR reportó que la galería neoyorquina había recibido depósitos de la ex líder magisterial, quien está presa desde febrero de 2013 por desviar dos mil millones de pesos del SNTE. Pero eso no pasa porque el autor dice que no tiene sentido hablar de casos concretos.
Otro de los argumentos complicados del libro se da cuando Javier Toscano se refiere a las instituciones culturales y las acusa de operar en los límites de lo legítimo y lo legal al apoyar a galerías y colecciones particulares, por lo que urge a crear políticas “claras” y “racionales” que rijan las asociaciones entre instituciones públicas y privadas.
Como ya lo había señalado anteriormente, Javier Toscano se abstrae del mundo del arte y obvia cosas tan evidentes como que esa misma estructura mal regulada que permite que el Estado apoye a galerías comerciales es la misma que hizo posible que el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes financie a la editorial Tumbona para publicar su propio libro, gracias a que fue beneficiaria del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales 2013.
No se trata de aplaudir el financiamiento público a proyectos comerciales de arte, pero en términos prácticos una editorial hace libros para venderlos y, aunque no lo crea el autor, obtener dinero (espero que ahora quede claro por qué no compré el libro).
Si la editorial no pensara en generar una mercancía vendible, cómo se justifica entonces los excesos que se permiten en el diseño del libro al utilizar en la portada y contraportada una estructura similar a la de un cartel de una pelea de box (con guantes y boxeador incluidos), además de frases típicas de anuncio publicitario como “Un ensayo rompedor”.
Seguramente la diferencia en el margen de ganancias entre las galerías y la editorial es exponencial, pero quién tiene la autoridad para definir entre las dos prácticas qué es legítimo, porque ambas son legales. Tal vez sólo el simulacro que intenta crear el autor.
RÉPLICA DE JAVIER TOSCANO
“Los comunes profundos: Emerger, reincidir, resistir”
Hace poco escribí un breve ensayo titulado Contra el Arte Contemporáneo (editorial Tumbona, México, 2014). El texto se divide en tres partes, aunque puedo decir que la estructura general es una apostilla a una cita conocida de Walter Benjamin que aparece en sus Tesis de la historia: “Todo documento de cultura es también un documento de barbarie”.
La idea de Benjamin no corresponde al momento en que forja esa frase (1940), pues ya desde 1912, en una carta joven a Ludwig Strauβ, citaba a Goethe, que mantenía una idea parecida: “No hay cultura verdadera sin despotismo”. Así que Benjamin, quien murió poco después de redactar aquellas líneas, escribió buena parte de su obra entre los sinos del despotismo y la barbarie.
Lo que yo persigo en mi propio ensayo es una tarea similar. Pero no intento, como nunca lo intentó Benjamin tampoco, justificar que esa barbarie reside en los otros, en los brutos, los fascistas, los corruptos.
No, esa barbarie y ese despotismo pertenecen a los que nunca han dejado de vencer, a esos actores, estructuras y gestos que hoy, como siempre, conforman la cultura dominante.
(¿O sería posible que alguien dijera que, ya por fin, tenemos una cultura que dignifique a los desposeídos, a la broza, a los miserables, a los injuriados de esta tierra? La pregunta es retórica y conocemos la respuesta.)
Sólo que ahora existe otra agravante. Hoy por hoy todo el cúmulo de la cultura de élite se agrega y articula bajo una versión práctica y estandarizada de la economía global neoliberal. De eso va mi ensayo y las pistas que éste persigue.
Es claro que un texto escrito en ese tono no busca el favor ni el visto bueno de los jerarcas de la industria artística contemporánea.
Uno no espera la bendición del papa cuando está en ese asunto de patear el pesebre. Pero lo que siguió tomó otro curso, e hizo notar otra circunstancia tangencial, aunque no por ello menos importante.
De entre varias recensiones que han aparecido del libro, el periodista Edgar Hernández redactó hace poco una reseña confusa para un periódico de circulación nacional.
Un texto es un dispositivo abierto que puede tener distintas lecturas posibles, pero para Hernández el escrito objeto de su crítica fue lo de menos. Y es que el libro mismo, como él acepta, “logra desarrollar un argumento impecable en su escritura y la inclusión de numerosas referencias teóricas y documentales [le] van dando cuerpo.” Pero para Hernández el problema está en otra parte. Tejiendo una especie de teoría de la conspiración, el reportero consumó una serie de suposiciones, extrapolaciones, judicaturas y proyecciones de todo lo que se encuentra tras el proyecto.
Sin conocerme, asume mis intenciones; pretende conocer mis tácticas, y como quien desenmascara intrigas, cree develarlas. Mi propio ensayo, en efecto, no incluye nombres de artistas u otros actores porque se centra en hacer un diagrama, una cartografía, del funcionamiento de la maquinaria, coextensiva a todo el campo social, y en el que los individuos en su particularidad son sustituibles, nunca indispensables.
Lo que hay son citas de ciertos autores, cifras y algunos nombres de figuras estelares del arte internacional que funcionan a manera de alegorías.
Pero para el maniqueísmo limitadísimo de Hernández, este ejercicio (auto)crítico es, según sus propias palabras: “un revanchismo social similar al que tiene un conductor de microbús cuando le cierra abruptamente el paso a la camioneta de una señora copetona, nadamás pa’ que sienta el poder del barrio.” Puro desquite pues. Así que tenía que haber chismes, intrigas, asuntos personales que resolver. Al no encontrarlas, Hernández decide inventarlas (llegando al extremo de reacomodar y entrecomillar frases que me adjudica).
Con ese principio, una cita a pie de página en el ensayo que menciona al curador Cuauhtémoc Medina como fuente, tenía que tener para Hernández otro carácter: incitación. Así lo promovió ese informador, en frases que nunca prueban el contenido de su distorsión. El incidente pudo haber quedado al margen, relegado a las páginas del periodismo amarillo al que con tanto esfuerzo se busca asemejar.
Pero Medina mordió el anzuelo, y en su página de Facebook citó con sorna la mediocre provocación: “Edgar Hernández nos ahorra la perdida (sic) de tiempo anunciada de leer a Toscano”.
Que Medina respondiera a tan absurda bravata era ya una torpeza. Que lo hiciera llamando a otros a no enterarse del contenido de un texto, el síntoma de una forma abyecta de ejercer su autoridad.
En la república de Peña Nieto —un presidente incapaz de mencionar siquiera el nombre de tres libros— hasta la hegemonía cultural artística parece tenerle aversión a la lectura. A la jerarquía de inspiración priista que nos rodea no sólo no le gustan, sino que obstruye los encuentros y los intercambios cuando les son contrarios. Frente a la oposición, limitan, desplazan, desmantelan. Así es el poder en este país en todos los ámbitos, marcado por la pobreza política e inmune a la creatividad de los diálogos horizontales. Pero al menos esta desavenencia dio lugar a otro evento, que es en realidad el centro de lo que aquí me ocupa.
Tras el exabrupto de Medina hubo un momento de serenidad. Un usuario, Carlos Rojas, redefinió entonces en una intervención el carácter de todo el embrollo. Sin pretender defender mi ensayo, Rojas entendió el ajedrez en el que Hernández era el alfil y Medina el jugador berrinchudo que azota el tablero cuando no gana. Un comentario suyo germinó de súbito para hablar desde otro lugar, donde la dignidad es brava. Medina (quien aparece de manera desparpajada como el Dr. Mazinger Z) es aquí el destinatario. No conozco a Rojas, pero en el caso de México, donde el amiguismo, los conectes y el nepotismo son ley, eso ya es ventaja, pues su escrito habla por sí mismo. Textos así son escasos, por precisos, por justos, porque ponen el acento donde hay que ponerlo. El momento es sin duda de Rojas, que como escucharán habla por muchos. El momento es, como él dice, de la chusma, de los anacoretas; o en fin, de los comunes profundos, en la nominación que con tan buen tino ha explorado Aline Hernández. Vale la pena escuchar a Rojas, magnificar su voz, reproducirla, repensarla una y otra vez. Emerge desde ella una observación lúcida, pero también algo más: casi un manifiesto. En este lance no soy ningún portavoz, apenas soy el transcriptor:
“Dr. Mazinger Z… sabemos que usted es un poderoso intelectual, puede influir positiva o negativamente sobre un artista, sobre instituciones públicas, minimizar o exaltar puntos de vista que dependiendo de la aprobación de usted se vuelven respetables o se tiran a la basura y a la burla. Sé que es parte de su papel, parte de su trabajo, lo que hace para llevar el pan a casa. Pero no crea que en efecto es usted inimpugnable. Y no me refiero a que alguien pueda ponerlo incómodo al superar su tan célebre conocimiento, su renombre asociado a la TATE, su maximato en el MUAC y en el gran circuito del arte. Bueno, ahora recuerdo que en Radio Unam alguna vez Raquel Tibol lo señaló a usted como parte de un episodio alienado asociado a la cultura y el poder actual. Poder que debemos decir es desde luego —también— político. Como bien sabe el arte de la resistencia es inherente a figuras como usted, así que no debería escandalizarle el hecho de que si bien hay figuras que lo adulan —cosa que usted disfruta, lo he presenciado— otros entes lo deslegitiman, incluso sus aparentes aliados. No siempre de la manera en que usted acostumbra a esperar, es decir, mediante enunciados sofisticados y un lenguaje rimbombante. La chusma no es para nada tonta, de hecho siempre ha resultado peligrosa. Por eso aquella etapa de kurizambutto fue todo un fenómeno. Seguro recuerda a Amor Muñoz y a [Ariadna] Ramonetti .
Pues bien, todo esto se lo escribo, con todo respeto, para hacerle saber que la chusma, el público y estudiantes anacoretas, por si es que usted así nos piensa, no le creemos más. Y no porque usted no sea un monumento a la erudición y al alto saber. No le creemos porque usted no representa una figura con una función social positiva. Por lo menos no para las clases populares, a las que pertenecemos todavía muchos. Puedo decirle que también le entendemos, consideramos sus especializadas investigaciones, seguimos al Espectro Rojo —del que mucho ruido y pocas nueces—, fuimos a Zonas, un estupendo seminario, en fin, pensamos en Alÿs. Pero eso no elimina lo que es usted para nosotros, negamos su manera de operar, su despotismo histriónico, su saber torcido, que no lleva a ningún lugar mejor. Como cuando usted mencionó que el arte contemporáneo era un resquicio donde la sociedad refugia su pensamiento crítico. Qué cosa tan más de risa, de verdad, espero que vea “El otro espejo del arte”, el documental, que aparte de ser palomero, usted mismo se sentirá incomodo, quizá hasta ridículo, de sugerir que en efecto en torno a esa cultura se crean posibilidades críticas para una nueva sociedad. Me encanta cómo [Mónica] Manzutto, directora de una de las galerías más poderosas de arte en América Latina, dice: “quién te dijo a ti que el arte nunca ha sido elitista”. Lo que me sorprendió fue ver cómo todos esos extraños personajes sienten una profunda normalización por los procesos que ocurren al interior de un medio, honestamente, visceral y decadente. Y esta manera de ver las cosas no me ha surgido después de leer a Avelina [Lesper], Dr. Mazinger, a quien considero una mujer muy confundida, pero también hay mérito en su osadía, aunque sufra de episodios como los de los grandes salones franceses del siglo XVIII, los cuales nos hacen reír mucho.
No vamos a ser dramáticos, porque a pesar de lo banal que sea esta cultura, la del arte contemporáneo, hay cosas que nos han conmovido, que nos han interpelado y que sin duda han suscitado acciones de censura por precaución política. Pero lo que es claro es que las condiciones sociales de producción de su medio, de sus productos, de su régimen de circulación, Dr. Medina, operan aparentemente despolitizadas, sin intereses de clase, a los cuales usted contribuye favorablemente. Ese medio está profundamente contaminado por la corrupción y por todas las cosas asociadas a los significados de esa cultura y a las relaciones hegemónicas de la modernidad superior, de las que Giddens dice se encuentran vacías y por ello su sentido no logra influir en la reconstitución de nuestras vidas. En fin, Dr. Mazinger, no tengo temor, tampoco busco la ofensa o la propaganda, sólo digo lo que surge de mi cerebro, como Menoccio lo hizo. A pesar de todo creo en la innata bondad del arte, pero no creo en lo que ustedes hacen de él. Tantas polémicas en la prensa, en las redes, entre los compas, nos instan a que veamos su quehacer como un laboratorio. Créame, la sociología del arte tiene un punto de vista severo respecto a la manera en que ustedes actúan y los fines que persiguen. Lo sabemos. Lo siento Dr. Medina, para los que aún asociamos el arte con alguna clase de esperanza, quisiéramos algo más pragmático, por ejemplo que usted fuera más amable, accesible, menos histriónico, vaya, que demostrara que tanto saber y su tan avanzada sensibilidad le han hecho ser un mejor tipo. Con tanto lleva y trae, y con tanta infamia revelada últimamente en su trabajo, en su medio señor Medina, ¿de qué otra cosa podríamos hablar?”
Estas son las líneas que aparecieron fugazmente en las redes y que quiero rescatar —sin alterar su sentido y sólo disponiéndolas para otros contextos. Poco se puede agregar. Son un proto-manifiesto que tal vez anticipe las resistencias que vienen. Palabras que nos azuzan a llamar a las cosas por su nombre, aun si la hegemonía cultural artística de la época todavía no parece entenderlo.
RESPUESTA DE EDGAR ALEJANDRO HERNÁNDEZ
Réplica al texto “Los comunes profundos: Emerger, reincidir, resistir”
1. Un “desposeído” becario del Fonca y del Conacyt
El 22 de julio pasado publiqué una crítica titulada “'Contra el arte contemporáneo', simulacro editorial” (http://www.excelsior.com.mx/blog/cubo-blanco/contra-el-arte-contemporaneo-simulacro-editorial/1036176), en el que cuestiono las incongruencias, problemas argumentales y falta de postura del economista y filósofo Javier Toscano, quien publicó el libro “Contra el arte contemporáneo” (Editorial Tumbona, 2014).
La crítica en cuestión abrió una serie de discusiones en redes sociales (el texto ha sido compartido por lo menos por un centenar de personas). De entre todos los comentarios que generó, la única mención que hizo Toscano sobre el mismo fueron unas líneas perdidas entre un anodino reclamo en el muro de Facebook de Cuauhtémoc Medina y cito: “En cuanto al artículo de Edgar Hernández, bienvenido, pueden leerse sus acuerdos y desacuerdos, y de ahí llegar a otras conexiones.”
Tres semanas después, Toscano cambió de opinión y, en lugar de darle la bienvenida a los acuerdos y desacuerdos, publicó en el sitio de gastv.mx una réplica/crónica/lamento titulada “Los comunes profundos: Emerger, reincidir, resistir”, un texto que no propone ningún tipo de debate, que no encuentra acuerdos y menos debate sobre los profundos desacuerdos que tengo con su ensayo, ya que el autor se limitó a descalificar la crítica con adjetivos que nada suman al debate: “amarillista”, “maniqueo” y “mediocre provocación”.
Me encantaría mandarle a Toscano unos ejemplares de los periódicos Metro y El Gráfico para que vea realmente cual es el color del periodismo amarillista, porque me queda claro que, sumergido en el mundo de caramelo en el que vive, esta realidad no existe y cree que cualquier texto que le resulta molesto puede recibir dicho adjetivo. No lo voy a hacer, seguro se asusta, pero me queda claro que lo único que demuestra Toscano al llevar su réplica a este terreno es sumar más rayas al tigre en su perenne confusión. La cual no me resulta extraña si miramos retrospectivamente la trayectoria de este economista que devino en artista visual/curador/escritor/filósofo (así se presenta él mismo).
Toscano afirma que, al criticar su libro, invento cosas y que llegué al extremo de reacomodar y entrecomillar frases que le adjudico, además de que mi texto le resulta confuso. Pero como ocurre en su libro, de nueva cuenta el autor no da ningún ejemplo concreto de mis supuestas invenciones ni refuta ninguna de las frases que le adjudico.
Decir que un texto es confuso es mucho más sencillos que tratar de responder a cuestionamientos concretos. Digo esto porque el autor jamás confronta el argumento central de mi crítica: El simulacro que Toscano desarrolla colocándose por fuera del campo artístico que critica.
Peor aún, el artista visual/curador/escritor/filósofo insiste en tomar la postura de un ser supremo que no es tocado por el mercado, las instituciones ni los circuitos de legitimación. En su réplica/crónica/lamento Toscano se convierte a sí mismo en el representante en la tierra de los desposeídos, la broza, los miserables y los injuriados. Una suerte de elegido de la “resistencia que viene”.
El tono melodramático que busca el artista visual/curador/escritor/filósofo borra de un plumazo el hecho de que Toscano forma parte (aunque insista en no verlo) de aquella élite que disfruta de las mieles de la economía global neoliberal, ya que sus instituciones y circuitos de legitimación le han otorgado becas y apoyos a su educación y proyectos.
Toscano no sólo ha sido becario del Fonca 2004-2005, sino que fue seleccionado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) dentro de su programa de Estancias Posdoctorales al Extranjero para la Consolidación de Grupos de Investigación. Resultados de la Convocatoria 2014-Segundo Periodo. ¿Qué desposeído, qué broza, qué miserable o qué injuriado tiene acceso a este tipo de beneficios? La pregunta es retórica y conocemos la respuesta. Este tipo de cuestiones no le interesa discutir a Toscano, prefiere decir que son preguntas confusas o limitadísimas de un reportero.
2. Soy tan hermoso ya lo ven, soy tan precioso yo lo sé
En su texto “Los comunes profundos: Emerger, reincidir, resistir” Javier Toscano inicia su argumentación citando el trabajo de Walter Benjamin, bajo el supuesto de que la estructura general de su libro “Contra el arte contemporáneo” fue concebido como “una apostilla a una cita conocida de Walter Benjamin que aparece en sus Tesis de la historia: 'Todo documento de cultura es también un documento de barbarie'”.
La cita hubiera sido aceptable, aunque no sé si justa, pero de inmediato el autor da rienda suelta a su inflado ego y se compara con el filósofo alemán.
Me disculpo por aburrirlos con una cita tan larga, pero no quiero que se me acuse de torcer sus palabras: “La idea de Benjamin no corresponde al momento en que forja esa frase (1940), pues ya desde 1912, en una carta joven a Ludwig Strauβ, citaba a Goethe, que mantenía una idea parecida: 'No hay cultura verdadera sin despotismo'. Así que Benjamin, quien murió poco después de redactar aquellas líneas, escribió buena parte de su obra entre los sinos del despotismo y la barbarie. Lo que yo persigo en mi propio ensayo es una tarea similar. Pero no intento, como nunca lo intentó Benjamin tampoco, justificar que esa barbarie reside en los otros, en los brutos, los fascistas, los corruptos. No, esa barbarie y ese despotismo pertenecen a los que nunca han dejado de vencer, a esos actores, estructuras y gestos que hoy, como siempre, conforman la cultura dominante”.
Cuando leo estos párrafos no puedo quitarme de la cabeza la imagen del personaje Gordolfo Gelatino, creado por Enrique Cuenca y Eduardo Manzano “Los Polivoces”, cuya caracterización tiene como leitmotiv el regocijo de su autoadulación. “Soy tan hermoso ya lo ven, soy tan precioso yo lo sé...” Aquí dejo el video por si no se recuerda (https://www.youtube.com/watch?v=4uJA3P99tKo) Es ejemplar la necesidad de reconocimiento que demanda Toscano, quien sin tapujos se ubica a la par de uno de los pensadores que mayor influencia tuvo en el siglo XX, quien es uno de los autores más citados dentro del circuito del arte contemporáneo que tanto critica.
3. El complot
En su réplica/crónica/lamento Javier Toscano me otorga el título nobiliario de alfil del Dr Manzinger Z (utilizo el sobrenombre para enfatizar la cobarde postura de Toscano de no llamar a las personas por su nombre). Dicha condecoración nace de la mirada sospechosista del autor, quien al más puro estilo priísta, desea un complot en su contra.
En su universo paralelo, donde él es el Sol que ilumina a todos los seres de la creación, Toscano seguramente me imagina al lado del Dr Mazinger Z elaborando una intriga cuyo objetivo último es atacar su implacable y punzante libro (risas).
Pero, ¿cómo llegó a esta conclusión Toscano? Pues, según sus propias palabras, su prueba irrebatible de dicho complot fue que Cuauhtémoc Medina compartió en su muro de Facebook mi texto con la leyenda: “Edgar Hernández nos ahorra la pérdida de tiempo anunciada de leer a Toscano”.
Con esta solidísima prueba Toscano crea una historia de intriga/policiaca/telenovelesca (da lo mismo cualquier adjetivo, Toscano no podría ver la diferencia) para inventar las supuestas intenciones detrás de mi crítica.
El autor olvida, por ingenuidad o candidez, que el texto ha sido compartido por un centenar de personas en redes sociales y, en muchos casos, la liga estuvo acompañada de todo tipo de comentarios. Pero como el verdadero objeto del deseo de Toscano es el Dr Mazinger Z, aprovechó mi texto para tratar de tocarlo con sus exabruptos.
También veo con asombro que Toscano hizo una lectura descuidada de mi crítica, pues me queda claro que no leyó (o no quiso leer) la primera parte de mi texto, donde explico, de la forma más directa que pude, que leí su libro por morbo, porque me llamó la atención el escuchar cómo se alteró cuando fue cuestionado en el “Conversatorio I: Subjetividades en circulación” (http://gastv.mx/relatoria-conversatorio-i-subjetividades-en-circulacion/).
En verdad lamento decepcionar al señor Toscano, pero no hay complot, no hay intriga, no hay juego de ajedrez, sólo morbo, simple y asqueroso morbo.