Prótesis para una luna de miel mutante

Por Edgar Alejandro Hernández


1. Hay exposiciones que trascienden cualquier juicio impuesto por la historia del arte, ya que vuelven infructuoso el impulso de clasificar las obras que presenta bajo principios elementales como técnicas, nombres o tipologías de cada una de las piezas. Decir que la exposición Prótesis para una luna de miel mutante, de Cristian Franco (Tecate, 1980), acontece como un todo no es desmesurado, aún cuando se corre el riesgo de que tal afirmación cancele el potencial visual de cada una de sus individualidades.

Hay tantas conexiones y líneas de fuga interactuando simultáneamente que al intentar enfocarse en cada una de sus partes invariablemente se llegará a tener conexiones con obras que se encuentran desplazadas dentro y fuera de la exposición. 

El bambú, por ejemplo, que se vuelve un material protagónico dentro la exposición, recibe al visitante en forma de un muro que estructura la sala de exhibición junto a una rocola (Adolfo en el Soconusco), pero también como soporte para coleccionar fotografías pornográficas o como extensión de sus piezas escultóricas. 

Ese mismo bambú nos lleva al viaje que realizó Franco al estado de Chiapas siguiendo la falsa leyendaå de que Adolfo Hitler visitó el Soconusco antes de que provocara la Segunda Guerra Mundial. El registro en video de aquella visita muestra al artista, enfundado en una máscara de Hitler, bebiendo y conversando con los parroquianos del pueblo de Santo Domingo, Chiapas, dentro de un improvisado bar con sillas y mesas de plástico, cuyas paredes están hechas con varas de bambú.

Si ponemos atención en la deformada máscara que corona la rocola con los muros de bambú a la entrada de la exposición, podemos reproducir, sin el bálsamo de la cerveza, la experiencia de Franco en el Soconusco. 

Dentro del absurdo, lo que vuelve entrañable el video es la posibilidad de ver a Hitler en la selva chiapaneca vagando sin rumbo o simplemente perdiendo el tiempo al pie de un río. La mala calidad de las imágenes le dan un peso histórico claramente artificial, pero que no por ello deja de transmitir un momento de contemplación que conecta sensiblemente al espectador por las fallas y contradicciones que sugiere. Así como reiteradamente se ha especulado sobre qué habría pasado si Hitler hubiera sido aceptado en la Academia de Arte en Viena, pues de joven su vocación era la pintura, tal vez se hubiera evitado la Segunda Guerra Mundial; de la misma forma la pieza de Franco deja correr la imaginación sobre qué hubiera sucedido si, en lugar de volverse el líder fascista, el joven Adolf hubiera terminado sus días en una hacienda chiapaneca. Es muy probable que se hubiera vuelto un cacique más en la región, pero a cambio se habría evitado el holocausto.


2. Al trascender la abrumadora sucesión de imágenes e información, lo primero que llama la atención son las piezas de pequeño formato, cuya repetición las convierte en un acento que, desde su modesta materialidad, se manifiestan como contrapunto al exceso visual amplificado por los muros multicolor que cubren las salas 6 y 7 del Museo Cabañas de Guadalajara.

Esculturas en forma de galletas Oreo se repiten a lo largo y ancho de la muestra. La inofensiva galleta con relleno cremoso se expande silenciosamente por casi todas las piezas. Aparece apilada como soporte de una escultura, pero también encima de la rockola, custodiando la máscara de Hitler, en el hocico de una escultura de una cabeza blanca de un oso, o reposando en las astas de una escultura negra de un alce. Si lo vemos alegóricamente todo es tocado por las galletas Oreo y esta operación no es fortuita, ya que Franco utiliza estas pequeñas esculturas como representación del mal contemporáneo. El artista escogió esta galleta porque la trasnacional que las produce se suma al grupo de empresas que han sido cuestionadas globalmente por realizar crueles experimentos en animales para probar sus productos antes de salir al mercado. 

Como ocurre con la obra de Franco, que parten de bromas aparentemente obvias para abordar temas complejos, lo sencillo y seductor que resulta una galleta se contrapone al oscuro origen del que provienen. Al ser objetos en blanco y negro su diseño también se suma a la estética hardcore que el artista ha explotado en otros proyectos más vinculados a la subcultura de la música independiente (Los Nuevos Maevans).      

Estas galletas, cuyo diámetro es igual al de una hostia cristiana, tienen un espejo opuesto dentro de la exposición, una serie de esculturas hechas en hueso por internos de la prisión, que en muchos casos reproducen imágenes religiosas (Biocronología). Si se mira superficialmente la exposición, lo más seguro es que estas esculturas se pierdan, pero como su presencia está determinada por su escala, esta condición de cierta invisibilidad carga aún más el diálogo que propone el artista, pues muestra objetos que, como el mal, sólo son percibidos por aquellos que deciden verlos.  


3. Como signo generacional, Cristian Franco reproduce una iconografía que está marcada por una perenne crisis económica que llegó intempestivamente como resultado de una falsa promesa de bienestar a partir del llamado Tratado de Libre Comercio. Personajes como el ex presidente Carlos Salinas de Gortari y todo el entramado financiero que despuntó a partir de políticas neoliberales aparecen fantasmalmente dentro de la muestra. 

La parte más evidente es la referencia a los programas priístas de Solidaridad que Franco lleva a dibujos, esculturas y collages (Solidarideth), pero también se materializan dentro de la exposición los rumores de la época que se han expandido durante generaciones. Una de las portadas de discos que Franco reproduce en pinturas (Nuestros políticos han logrado lo que no ha logrado Jesucristo en 2000 años) es la del álbum Quinceañera, interpretado por Thalia, que acompañó a la telenovela protagonizada por Adela Noriega, quien desde la década de los 90 vivió bajo la sombra de que mantenía una relación sentimental con el entonces presidente Salinas.   

Sin intentar hacer un arte de denuncia, la operación política de Franco está en la instrumentalización que opera tras el consumo de información proveniente de internet, la cual no necesariamente está respaldada por fuentes fidedignas, pero que no por ello deja de tener una existencia dentro del ámbito virtual. Para el artista lo importante no está en si dicha información tiene un respaldo en la realidad, sino lo que potencia es justo esa realidad que opera desde su circulación en la red a partir del rumor. Imaginar a la inmaculada actriz de Televisa envuelta en un escándalo sexual con el presidente es una imagen tan perturbadora y poderosa que la mejor forma de mostrarla es a través de su versión más básica y edulcorada.

De nueva cuenta esta obra tiene resonancia en otras piezas que, desde el contrapunto, amplifican el acercamiento que Franco hace al mismo tema. Con una  pesada escultura de acero que reproduce el logo de la desaparecida aerolínea mexicana de bajo costo Taesa (Feeling B), el artista nos recuerda que esta empresa nacional nació y murió con la misma energía e ímpetu que todo el proyecto salinista. El volumen y la posición de la obra asemejan una oscura y pesada ave en picada, pero al mismo tiempo la escultura tiene el tono y la envergadura de un sarcófago.    

Si recordamos Taesa no sólo abrió el mercado de las líneas de bajo costo en el país, sino que fue de las principales compañías mexicanas que reflejaban el sostenido crecimiento económico ante el TLC. Pero así como el movimiento zapatista y la crisis económica fisuró el proyecto salinista, el accidente de un vuelo de Taesa, ocurrido el 9 de noviembre de 1999, truncó la expansión de la aerolínea mexicana y aceleró su bancarrota. Para decirlo en el código de la época, la quinceañera salinista terminó su fiesta aplastada por su mismo pastel de cumpleaños.


4. Cristian Franco ha coleccionado desde hace años todo tipo de parafernalia política, pero hay que aclarar que su obsesión por este tipo de materiales no radica en sus cualidades formales o discursivas, sino en el impulso que contienen al convertir prácticamente cualquier objeto en un instrumento susceptible de campaña política. Dentro de la exposición encontramos algunos de estos objetos integrados a su cuerpo de obra. Desde unos zapatos para promocionar alguna campaña del PRI (Ateos Génesis), hasta los clásicos tortilleros de unicel que son decorados con los colores del partido tricolor (Mis enemigos son tridimensionales). Los tortilleros, al igual que las galletas Oreo, son un cuya reiteración se vuelve parte del discurso del artista. Pero para remarcar su presencia física, estos tortilleros fueron elaborados a partir de un complejo proceso de moldes y contramoldes que replicaron escala 1 a 1 los tortilleros de unicel en cerámica negra.

La conversión material y la cancelación de los referentes gráficos convierten a las piezas en objetos que enuncian esta obstinación de los políticos mexicanos por convertir cualquier objeto en propaganda, pero a través de la repetición no del mensaje sino de la forma misma. Con una ejemplar economía discursiva, el artista nos recuerda que el tortillero, como extensión del alto consumo de tortilla, es uno de los objetos de mayor uso popular en el país, además de su bajo costo, por lo que su instrumentalización como propaganda los convierte en piezas paradigmáticos para este tipo de empresas políticas. Sin caer en una fetichización del objeto, Franco nos inocula su fascinación por este tipo de operaciones políticas.


5. Hay empresas artísticas que operan a partir de su capacidad como traductor de lenguajes y discursos que circulan anónimamente en la sociedad, pero que contienen el germen del genio o del loco. Cristian Franco es un artista que ha sabido poner atención en aquellos personajes que desde la reclusión, la indefensión o la indigencia construyen discursos que casi nunca logran una interlocución al no existir un público posible o sólo ser percibidos como subproductos exóticos (Biocronología). Una de las obras que dominan por sus dimensiones la exposición es un gobelino que cuelga al centro de la sala (Arquitectura psíquica). La imagen que reproduce parece la abstracción de un plano arquitectónico funcionalista, pero en realidad es el diseño de una persona en situación de calle que ocupa sus largas jornadas a reproducir/reinterpretar las fachadas de las casas por donde deambula.

Cuando Franco se acercó por primera vez a esta persona le llamó la atención la pulcritud, el cuidado y la dedicación que le imponía a cada uno de los dibujos que trazaba, con regla en mano, en un cuaderno.

Al entablar conversación, Franco se percató que más allá de la manufactura de sus dibujos, era en realidad una persona que estaba desconectado de la realidad. Esta doble condición llevó al artista a comprar sus dibujos para sumarlos dentro de su discurso visual. Los trazos que delimitan los colores del diseño multicolor de los muros de las salas tienen este origen, pero, como ya se mencionó, también el gobelino que domina toda la sala. 

Si bien se podría acusar a Franco de exotizar el trabajo de una persona en situación de calle, la realidad es que el artista se involucra y crea vínculos con estas personas para luego traducir su experiencia límite dentro del campo artístico. 

Es importante recordar que dentro de su práctica, existen varios casos de colaboraciones con personajes marginales que nutren varias de sus obras. Esta operación está también íntimamente ligada a toda la información “basura” que el artista reúne en la calle o en internet para dar cuerpo y gravedad a su trabajo. Franco no intenta en ningún momento crear arte social o comprometido, lo que busca es funcionar como altoparlante para que este tipo de realidades y narrativas salgan de su marginalidad y operen disruptivamente desde el campo del arte. 

El impecable gobelino que se impone al centro de la sala del museo tiene un poder de seducción no por el virtuosismo de su diseño, sino por la potencia que irradia el miasma del que provienen sus trazos, que infectan la institución al tiempo que silenciosa pero eficazmente abren camino al espectador por senderos que en otro contexto no estaría dispuesto a transitar.



6. Una de las serie más ambiciosas de la exposición es el conjunto de 163 collages que ilustran el mismo número de profecías realizadas por el ufólogo suizo Eduard Billy Meier, quien es autor de las imágenes en audio y video más reconocibles a escala global de lo que se conoce como fenómeno ovni. Cristian Franco viajó a los alpes suizos para visitar la casa de esta celebridad de la ufología y poder revisar el inconmensurable archivo de documentos e imágenes que alberga en su fundación. Si bien el artista conoció a Meier, su interés se centró en consultar el material que desde la década de 1970 ha difundido el autor suizo en prácticamente todo el mundo. Como ocurre con el resto de su trabajo, para Franco lo central de esta investigación no está en confirmar la veracidad de los documentos producidos por Meier, sino en acceder a ellos de primera mano para traducirlos dentro de su cuerpo de obra.

Es en este punto donde las profecías realizadas por Meier a mediados del siglo XX se vuelven fuente para crear una narrativa que revisa la historia reciente de la humanidad, pero desde la oscura y desalentadora perspectiva de una serie de premisas que, teóricamente, intentaban alertar al mundo de los grandes males que aquejan a la humanidad. 

Como toda profecía, las de Meier no revelan absolutamente nada del futuro, sino que confirman una realidad que se extiende históricamente, por lo que se vuelven pertinentes como testimonio de nuestro tiempo, más que por sus cualidades prospectivas. Es ahí donde Franco las retoma para realizar un conjunto de collages que, más que ilustrar, suman elementos a ese inconsciente colectivo donde se mezcla y contamina lo popular, lo político, lo doméstico, lo extraterrestre, lo religioso, lo científico, lo escatológico, lo mitológico, lo surrealista, lo incorrecto, lo histórico, lo cómico, lo trascendental…   

Por último vale la pena destacar el montaje de estas profecías en la exposición, ya que su disposición que abarca el muro de extremo a extremo y de piso a techo tiene el problema de que no permite ver  algunos de los collages y menos leer las profecías. A primera vista esta decisión puede parecer fallida, pero al ver su distribución resulta claro que la serie potencializa el conjunto, más que las piezas individuales. Si, como ya se dijo, la operación crucial está en insistir en esta promiscuidad de información e imágenes, no importa que en el camino algunos elementos queden cancelados. 


Guadalajara, agosto de 2022.

Prótesis para una luna de miel mutante, de Cristian Franco, se exhibe en las salas 6 y 7 del Circuito Norte del Museo Cabañas, de Guadalajara, del 21 de mayo al 14 de agosto de 2022.