S/T (Es normal que dios no aparezca...), 2020. Cortesía de Taller Popular.
Por Edgardo Aragón
“Tienes que morir unas cuantas veces antes que realmente empieces a vivir”.
Charles Bukowsky
En la ciudad de Oaxaca se presenta la exposición La modernidad insufrible, dibujos de segunda mano EHQDEM, de Daniel Guzmán, en el Taller Popular galería de arte, una muestra derivada de la serie de dibujos El hombre que debería haber muerto, curada y seleccionada por él mismo. Los populares en Oaxaca son un pequeño conglomerado de restaurantes, que habitualmente atrae toda la escena local del arte. En ellos se mezclan exposiciones artísticas, turistas, comensales nacionales y fiestas. En todas sus duplicidades, se caracteriza por mostrar cuestionables obras de arte, algunas de las cuales rayan en lo escolar. Por eso resulta sorprendente ver una exposición de Daniel Guzman ahí.
El arte contemporáneo en Oaxaca es una ausencia. Hay que recordar que el gobierno estatal tomó por asalto policiaco al Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, una ocupación ilegal que sigue hasta el día de hoy. La casi expulsión del arte contemporáneo es una de las consecuencias lógicas de esta acción, resultado del monopolio cultural que se ha impulsado por décadas a través del estereotipo del artesano. La falta de rigor artístico ha resultado, como es natural, en que no exista una escena que busque la innovación, ya no hablemos de la vanguardia o la disrupción, al grado de incluir a artesanos reales en las exposiciones dentro de los espacios artísticos por la carencia de artistas de calidad elemental para exponer en un museo. Hay un germen global por lo nativo, que ha tenido sus representantes en los objetos ya no tan de uso cotidiano importados por los frailes católicos a la América española. Aunque el tapete es persa; los utensilios metálicos, árabes; y el alambique de barro, filipino. La necesaria ficción de lo originario o ancestral comete actos de auto piratería inexplicables. Tanto el mezcal como los mexicanos no existirían sin la presencia de las culturas euroasiáticas en el continente, pero se multiplica el mensaje de que todo lo nativo es mejor porque es puro, místico y antiguo. Sin embargo, los “locales”, genéticamente venimos de los territorios que integran la actual Mongolia.
La escena local de Oaxaca es un entreverado de homenajes constantes a Francisco Toledo y etnografías múltiples a diestra y siniestra, que moldean el esoterismo necesario para establecer una narrativa que enmascara la miseria al mercadearla como magia, pasando por los talleres de gráfica popular, que imitan técnica y compositivamente la obra de Leopoldo Méndez, y todas las narrativas del oficialismo pos-revolucionario.
Aunque Daniel Guzmán es originario de la mixteca Oaxaqueña, es un artista netamente chilango. Su obra se caracteriza por una exploración de lo urbano-popular, el punk rock y el nihilismo que conlleva la libertad de ser rebelde y contestatario, valores que las elites culturales consideran negativas, por lo que quienes los encarnan habitualmente son expulsados de sus contextos y entornos. Si la sociedad mexicana es conservadora, la oaxaqueña lo es más.
Ya que en nuestros días cualquiera es influencer, modelo o artista, vale la pena hacer una exploración entorno a la idea de la influencia. Desde mi perspectiva, Daniel Guzmán proyecta en su labor artística una forma natural de enseñar, de influenciar: el animal humano tiende a aprender a través de las acciones, los patrones de aprendizaje culturales tienen un origen lógico en la biología del Homo Sapiens: monkey see, monkey do, dicen los estadounidenses. Aunque los patrones de aprendizaje tienen lugar en entornos culturales definidos, la falta de criterio de las sociedades modernas no permite la distinción entre actos positivos y negativos. La ausencia de rituales, que Robert Bly ubica en los albores de la revolución industrial, ha traído como consecuencia, entre otras muchas cosas, la perdida de masculinidad positiva (volveremos a esto más adelante). Aquí un par de ejemplos que ilustran este cúmulo de ideas.
La primera vez que vi la obra de Daniel Guzmán fue en la célebre pero triste galería Kurimanzutto, en 2007. Eran dibujos de gran formato en tinta china y pincel sobre papel. Cuando entré al espacio, tuve la misma sensación de cuando en mi adolescencia temprana escuché por primera vez “Los dioses ocultos” de Caifanes. Los dibujos eran toda una culminación, el momento más alto del dibujo como medio en la Ciudad de México. En “La Esmeralda”. donde estudiaba artes, lo más hype era el dibujo. Todos le entramos al medio, perseguíamos los rollos de papel Fabriano con los que Guzmán trabajaba; él fue el impulsor indirecto para que toda una generación de artistas optaran por el dibujo como medio de representación artística final. Guzmán para ese momento iba escalando la montaña, y decidió bajarse e irse a vivir a Guadalajara, una primera muerte, probablemente.
S/T (El primer camino hacia la libertad...), 2017. Cortesía de Taller Popular.
S/T (La máquina de sangre), 2017. Cortesía de Taller Popular.
En mi segunda beca de Jóvenes Creadores finalmente lo pude conocer. Fue mi tutor en medios alternativos junto a Enrique Jezik. Alejandro Palomino, Isaac Torres y yo rematamos esos encuentros que hace el FONCA metiendo un conjunto norteño al cuarto de hotel; convencimos a los custodios para cantarle las mañanitas a nuestro tutor. Nos creyeron la mentira, o al menos fingieron que nos creían. El grupo se fue hasta bien entrada la mañana. Todos los becarios de todas las disciplinas circularon por esa habitación, junto a los cuatro vodkas y el tequila que compramos en la triste plaza del mariachi. Hicimos una fiesta involuntaria que terminaría en performance y happening. No miento cuando digo que mucho de lo que sucedió ahí, desde los coros del “El mono de alambre” del Viejo Paulino hasta muchas de las manifestaciones de creatividad improvisada, fueron más naturales que los propios talleres. Cosas como estas sólo las genera la libertad. Pudimos pagar al grupo en principio porque el maestro Guzmán nos mandó por unos pomos y nos sobró dinero. Todavía reverbera el rumor de aquel toquín en San Luis Potosí. Con los gobiernos de derecha la posibilidad existía, con la “izquierda” está completamente anulada; del chiste la paradoja se ríe sola. Hoy los corridos están cancelados.
En 2017 Daniel Guzmán inicia la serie de dibujos El hombre que debería estar muerto que, en sus propias palabras, es un proceso de disolución del ser masculino: el inicio de un viaje de redención al que todos tendríamos derecho (sino fuera un privilegio de clase, agregaría yo), una exploración por aniquilar aquel ser interno que todos tenemos y no conoce género sexual que abusa del poder, depreda o destruye, algunos aspectos de la masculinidad negativa. Hay un estampado popular político en las sociedades occidentales en contra de la masculinidad en los hombres, que deienen habitualmente en hacen normas jurídicas y sociales a consecuencia del actuar de los políticos o empresarios abusadores, pero que terminan castigando al albañil, taxista o migrante, porque en este país, la justicia es para quien pueda pagarla; las élites no se tocan, todo escándalo es omitido o sepultado.
La temática de Guzmán en su trabajo ha girado, aunque se sostiene filosóficamente en el nihilismo y la oscuridad de la política. Es decir, es materialista y espiritual. En una entrevista, Borges comenta que ha soñado que ha muerto, y ha alcanzado el máximo grado de dicha, era feliz; la muerte es el tema humano más antiguo, el más explorado, el más presente. Para los egipcios, morir era lo más importante que podría pasarle a alguien en la vida. Sin embargo, el artista presenta en sus dibujos seres informes, deformes, que cargan con la sepultura impostada, una lucha interna con el ser que no nos gusta y queremos destruir, pero no podemos, porque seguimos vivos. Hay un cambio de dirección, no se espera la mejora del ser en la otra vida sino se trata de encontrar el ser en la vida que tenemos, no se busca el alivio, diría Borges, se buscan el dolor y las formas de mitigarlo mediante el asesinato simbólico. En los dibujos vemos una penitencia a la que todo hombre quebrado se somete con gusto, un dilema cotidiano; este es el agente constructor de la masculinidad positiva que ha logrado hacer ciudades, ha restaurado desiertos, ha defendido a su familia y amado profundamente la tierra. Pensemos en Nezahualcoyotl, señor de Texcoco, como ejemplo de todo lo que un hombre en nuestra sociedad debería aspirar a ser (es una metáfora).
Llegados a este punto, puedo decir que la obra de Guzmán entabla un antiguo planteamiento mitológico: el renacimiento. Las sociedades anteriores a la revolución industrial tendían a generar historias, cuentos o mitos que enseñaban a los otros; los influencers de la época eran narradores, se les respetaba y funcionaban socialmente como puentes de conocimientos (ahora sí aplica el término) ancestrales. El artista, es un arquetipo que ha operado como medium para conseguir lo que no podemos entender con pelos y señales, de ahí la importancia de andarse por las ramas. Guzmán, en su última y larga serie, usa elementos básicos del dibujo: lápiz y papeles comunes —no los libres de ácido— para narrar una historia de lucha interna y degradación. Siguiendo las enseñanzas de su gran influencia, José Clemente Orozco, el más completo de los muralistas: sólo se necesita un papel y un lápiz para hacer arte.
Por años, la influencia artística en Oaxaca ha sido un orgullo ficticio, carente de teoría y crítica, tendiente a favorecer únicamente al mercado. ¿Podría ser la obra de Guzmán un aliciente para un cambio de paradigma? La redención es una oportunidad a la que todos tienen derecho, mitológicamente así ha sido siempre. El renacimiento no es privativo de las divinidades, esa es la carta espiritual que debería ser rescatada, arrebatada por el cristianismo europeo por sobre las cosmovisiones mesoamericanas. Renacer, eso sí es bien ancestral.
S/T (Pasé tres años...), 2017. Cortesía de Taller Popular.
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Texto publicado el 19 de septiembre de 2025.