Guadalajara, ¿pionera y custodia de la industria del arte contemporáneo?

 

Por Claudia Reyes

 

GUADALAJARA, Jal.- Aunque en tono de pregunta, recupero las últimas frases del texto editorial del volumen 2 de la colección Grupos y espacios en México. Arte contemporáneo de los 90, dedicado a Guadalajara, que en 2017 tuve la oportunidad de editar. La intención es abrir una horquilla a propósito de reflexiones recientes que exploran el ejercicio actual del arte en La Perla de Occidente, para permitir un análisis rizomático del caso tapatío que, en su ser “otra capital”, suceden una multiplicidad de relaciones que se entrelazan entre sí, creando redes propias de significado y de influencia para mantenerse en los circuitos del arte contemporáneo.

Hay varias aristas por donde empezar el análisis, hablemos de infraestructura y legitimación, tomando en cuenta el contexto general de Guadalajara, reconociendo la influencia del Foro Internacional de Teoría de Arte Contemporáneo (FITAC) y Expo-arte Guadalajara (1992-1998), la apertura del Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara (Musa,1994) y la inauguración del Museo de Arte de Zapopan (MAZ, 2002). Un dato importante que completa el listado es que, en 1980, el hoy Museo Cabañas cambia su vocación de hospicio y es intervenido para convertirse en un espacio dedicado a la difusión de las artes. Gutierre Aceves, su emblemático director, estuvo a la cabeza de la institución de 1994 al 2002. Por otro lado, tres colecciones importantes nacen y permanecen en Occidente, la Isabel & Agustín Coppel, la Charpenell y Alma Colectiva de Aurelio y Pepis López Rocha, conformadas las tres entre los años 80 y 90 del siglo pasado. Para entender de manera integral el panorama y a pesar de la fundación de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara (UdG) a principios del siglo XX, para la esfera del arte contemporáneo fue fundamental el desarrollo de otras formas de pensar, crear y difundir las “nuevas” prácticas artísticas, de la mano de personajes catalizadores como Carlos Ashida (1955-2015), coleccionista, asesor, curador y gestor activo, pieza fundamental en el ecosistema tapatío, desde los años ochenta.

Sabemos que los museos de arte tienen un papel crucial como legitimadores de los artistas que coleccionan o presentan en sus salas de exhibición y tienen la capacidad de influir en la reputación y en el valor de su trabajo. Sabemos también que el mercado del arte y la legitimación de los artistas están estrechamente relacionados, el éxito en el mercado se convierte en otra vara de medir el valor y la reputación de un artista. Pensemos en el papel que juegan instituciones y mercado en la fórmula tapatía, tomando en cuenta elementos como la escuela en la ecuación.

Hablando del pequeño circuito institucional dedicado entre sus funciones a la promoción del arte contemporáneo, salvo casos puntuales, aislados y predeterminados lejos de las instituciones culturales tapatías, no existe en Guadalajara un ejercicio curatorial permanente y aceitado que permita la revisión enriquecida, expandida y contrastada de colecciones; la inclusión e intercambio de artistas internacionales; la colaboración entre instituciones nacionales y extranjeras, o la permanencia de espacios independientes dedicados a la creación y difusión del arte. Quizás se debe a una extraña combinación entre la vocación de los espacios oficiales sesgada por las personas que dirigen -diferente entre periodos gubernamentales-, y el inestable interés político que imprimen las administraciones en turno al intrincado sector de la cultura, hablando de presupuesto y políticas, pero en el fondo, de proyectos de gobierno –estatal o universitario–, que trasciendan a las personas, su temporalidad y buenas intenciones.

En cambio, existe en Guadalajara una presencia activa del mercado como legitimador a priori, conectado no sólo con Zona Maco, sino fortalecido por los espacios abiertos que detonan las ferias de arte y sus extensiones temporales en otros territorios del país. 

Este otro circuito, el del mercado, es el que ha sido determinante del caso tapatío, que da un paso adelante en la suscripción de México en las filas del arte contemporáneo internacional -en los 90 con Expo-arte y el FITAC-, y que ha permitido el desarrollo de figuras internacionales que tienen su residencia y estudio de producción en Guadalajara. Esto permite que espacios como Cerámica Suro sea un eje del engranaje de creación, difusión y venta de obra de artistas locales e invitados internacionales, al tiempo de construir una [otra] particular colección de arte contemporáneo en la región. Este otro circuito, es el peso pesado que disloca el astil de la balanza y legitima, por encima de lo institucional, no sólo el trabajo de los artistas, sino las prácticas de apropiación, ceñidas al escaparate de ferias y exhibiciones. El mercado se ha institucionalizado como una meca a la que la mayoría de los artistas locales quiere asistir.

Pero este enfoque, el del mercado del arte, limita la inclusión de artistas cuyo trabajo no es comercialmente exitoso, pero que son importantes desde un punto de vista histórico o cultural. Somos conscientes de que los estándares estéticos y artísticos que fomenta el mercado se convierten en tendencias que no necesariamente atienden al contenido o detonan reflexiones en torno a la definición del arte, la sociedad y la cultura; tampoco a la exploración de nuevas formas de expresión, percepción y experiencias; ni al cuestionamiento sobre la autoridad e institución del arte que desafía a las estructuras establecidas.

¿Por qué Guadalajara no logra mantener un circuito que tome en cuenta otros agentes, además del mercado, que apuesten por la salud y progenie del arte contemporáneo de este lado del país? 

Lo dicho, centremos en esta ocasión la reflexión en las instituciones, el mercado y la escuela, esta última no exclusivamente desde el punto de vista del conocimiento, su transmisión y desarrollo, sino también desde su papel político.