los pinos, ¿arte para el pueblo?
Por M. S. Yániz
Por azar, un día después de la inauguración de Glóbulo: morfología post humana predigital, curada por Guillermo Santamarina en el Complejo Cultural Los Pinos, volé a Tulum. Dos imágenes se me revelan de ese movimiento: 1) Las políticas de la 4T de la cultura como acceso y el acceso como cultura, 2) los movimientos de desterritorializacion del capitalismo para producir e invertir valor donde no lo había o era distinto. Tulum en las primeras décadas de este siglo pasó de ser un paraíso virgen y escondido a un espacio donde los gobernantes coludidos con empresarios fijaron su inversión en forma de un proyecto hotelero elitista que abole las leyes de propiedad pública de la playa, pero por convenio con lugareños y policías se vuelve un paraíso de inversiones privadas de las que podríamos llamar, siguiendo al presidente Andrés Manuel López Obrador, mafia del poder. Y el proyecto del Tren Maya sería el movimiento desterritorializador del gobierno en turno para asegurar su parte del pastel en el extractivismo turístico de la Riviera Maya. El tren Maya se vuelve la posibilidad popular de recuperar el acceso a una zona que ha sido devorada por intereses privados e impuestos turísticos donde la única forma de acceder es pagando el uso de suelo cual mafia donde antes la playa era un derecho ciudadano.
Ahora, ¿Qué tiene que ver el Tren Maya y las peleas económicas en el caribe mexicano con El Complejo Cultural de Los Pinos?
Una de las primeras acciones que hizo Andrés Manuel López Obrador como presidente fue entregarle discursivamente al pueblo lo que era un monumento a la corrupción: la Residencia Oficial Los Pinos, casa del poder ejecutivo desde 1934 y que con los años fue llenándose de lujos y extravagancias, según el delirio de quien ocupara el cargo. Esta operación política no sólo perfora el imaginario presidencialista de México, sino que tiene la potencia histórica de la instauración de las democracias occidentales a manera de toma pacífica de la Bastilla, como lo refirió Lorenzo Meyer, tras la apertura de la residencia. Más allá de la retórica, en la práctica Los Pinos sigue siendo un espacio custodiado por el Ejército cuyas actividades y contenidos obedecen al poder. El arte y los productos locales que se venden en diferentes espacios a manera de tianguis son resguardados por militares. ¿Tan importante es su resguardo o cuál es el mensaje que implica militarizar al arte y artesanías? Lo que es evidente es que la abertura de la residencia es una maniobra retórica para acceder al entendimiento cultural del gobierno: cultura nacional, exotismo y el vínculo económico con capitales privados custodiados por militares.
Por otro lado, se cierra el acceso al Palacio Nacional donde también hay murales “del pueblo”. Se trata sólo de un cambio de espacio, y llama la atención que es claramente en Los Pinos –y el proyecto entero de chapultepec coordinado por Gabriel Orozco– de donde se puede obtener plusvalía. El movimiento de residencia no es ingenuo, el Palacio Nacional no es monetizable por tradición y leyes de memoria histórica, mientras que Los Pinos son un centro de especulación financiera por su geolocalización, la virtud de ser nuevo (y no tener legislaciones previsas) y las posibilidades espaciales que dispone. Tiene la potencia de ser un mega complejo centro cultural para atraer inversionistas de lo más variado.
Las democracias liberales para erguirse como tal necesitaron hacer nuevos usos de los símbolos y el repositorio donde yacía la ideología. El patrimonio del antiguo régimen fue remediado a un nuevo espacio donde ya no se estuviera bajo el yugo de jerarquías divinas. Este nuevo espacio que libera las imágenes y objetos del poder fue el museo. Un lugar para el conocimiento universal y los nuevos valores políticos donde todos podemos ser libres. Así, expropiados los bienes de la mafia del poder, ir al museo se convierte en la performatividad de ser parte de la libertad y la cultura anticorrupción, pues esos objetos son de todos, así como el presidente nos representa a todos. Somos uno en el juego democrático de la libertad. Y la forma donde se encuentra la libertad del ser humano es el arte. La ironía resulta evidente, una cosa es el relato idealizado de la revolución francesa y otro la repatriación de bienes por un gobierno neoliberal. Ningún gesto político es ingenuo, y Los Pinos fue la maniobra con la que la 4T se presentó pretendidamente como un gobierno renovado. En las apariencias la residencia es del pueblo, pero en la práctica es un espacio de inversión para el gobierno en turno.
Entre las tantas actividades y espacios que albergan los 156 mil metros cuadrados del Complejo Cultural Los Pinos, en la casa Miguel Alemán, la más ostentosa de todas, se improvisa un segundo piso para albergar una exhibición temporal de arte contemporáneo. Lo improvisado no tiene que ver con la readaptación de un espacio habitacional a museo –muchos museos y espacios expositivos fueron antes otra cosa– sino porque teniendo tantos espacios se traza un laberinto en donde no se sabe muy bien cómo recorrer la muestra, sus medios muros permiten exponer pequeñas obras escultóricas, pero teniendo de fondo el resto de las piezas, lo que se traduce en un montaje que se antoja puro ruido visual. Ves una obra y el resto se te aparecen inmediatamente por sus múltiples colores y texturas. Las paredes y los colores de las bases de las esculturas tampoco ayudan.
Para llegar a Glóbulo: morfología post humana predigital es necesario recorrer la Calzada de la Democracia o la de los Presidentes que actualmente se encuentra invadida por dinosaurios. No sólo por los fantasmas priistas y sus esculturas de bronce, sino que literalmente hay reproducciones de dinosaurios motorizados que hacen sonidos y mueven la boca para que las audiencias interactúen con ellos.
Se vuelve más complicado leer la muestra de arte porque el lobby está custodiado por el esqueleto de un tiranosaurio rex y a la vez éste está protegido y custodiado por lámparas patrocinadas por Huawei y Coca-Cola. Dejando ver los vínculos del gobierno federal con las empresas transnacionales cuyas sedes están en los dos polos de la geopolítica actual; Estados Unidos y China. ¿Al gobierno no le alcanzó para los focos o prefiere quedar bien con el verdadero poder global permitiéndoles promocionarse explícitamente en la ornamentación de sus exhibiciones? Recordemos que el arte es un pretexto, desde la fundación del Louvre, para amistar al poder político del Estado con las economías privadas. El museo es el pacto simbólico donde empresarios y políticos le dan a clientes y ciudadanos igualdad de condiciones. El Complejo Cultural Los Pinos no es la excepción.
Después de este rodeo a manera de laberinto simbólico e histórico se llega a una exposición de arte contemporáneo. ¿Qué hay en Glóbulo: morfología post humana predigital? Pinturas, dibujos y esculturas de 17 artistas: Emerson Balderas, Sofía Echeverri, Luis Hampshire, Bayrol Jiménez, Lalo Lugo, Susana Marte, Manuel Mathar, Enrique Minjares, Jonathan Miralda Fuksman, Triana Parera, Aurora Pellizzi, Oscar Rodrigo Ramírez, Rodrigo Ramírez Rodríguez, Patricia Soriano, Benjamín Torres, Lucía Vidales, Diane Wilke y Jessica Wozny. Ellos están unidos, de acuerdo al texto curatorial, por un raro entendimiento generacional: 1971-1998; que la mayoría de ellos fueron becarios Fonca o ganaron algún premio en bienales estatales y que las formas que exponen –independientemente de su medio– caben en el intersticio de lo post-humano y lo pre digital; Esculturas de bordado que imitan mazorcas de maíz, un monstruo prehispánico futurista, pinceladas blancas que se antojan cuerpos baconianos, un río con decapitados y amapolas, ensamblajes de materiales domésticos, hiperrealismo de escenas cotidianas o paisajes glitcheados son algunos de los espectros que se encuentran en la exhibición.
Es evidente el ímpetu panorámico o de mostrar la singularidad de cada artista, lo que cancelaría el principio de hacer una muestra colectiva pretendidamente temática, sin embargo, extraña aún más el título: Glóbulo: morfología post humana predigital. Tan amplio que se torna ambiguo y tiene la capacidad de decir todo o más bien nada. La justificación de la relación de obra se enfoca en el glóbulo al que celebra como el principio común de animales, poéticas y seres humanos, esto es la situación común de estar vivo. Lo que unifica la muestra es que estamos vivos, así como el arte. La pluralidad estilística de expositores es ejemplo de la diversidad de la vida sobre la tierra en el Antropoceno.
¿Y qué es lo posthumano predigital? Quizá los dinosaurios motorizados ocupando lo que fue una casa presidencial. Ahora vuelvo a la muestra, pero lo posthumano predigital sólo lo puedo ver en los dinosaurios en quienes yace la memoria del capitalismo. La evolución de la energía que cimbró al capitalista en términos geológicos pasa por tres momentos significativos, para decirlo mal y pronto: el primero es el carbón, luego los aceites (esperma de ballenas) y luego el petróleo, con ello se da paso al mundo que hoy conocemos y vemos: plásticos y velocidad. Traer dinosaurios a los pinos no sólo es un chiste del viejo PRI, sino que es honrar la memoria del capitalismo y sus imaginarios. La hipótesis de Jurasic Park es que el capitalismo y las energías no renovables se pueden recrear –como espectáculo– al reintroducir dinosaurios al mundo y volver a comenzar el ciclo de las energías. Nuevo petróleo, nueva revolución industrial, nuevas y mejores tecnologías. Ese giro especulativo, evidentemente no orquestado por la administración del recinto, es el único lugar donde se puede leer la provocación de la muestra.
Entonces Glóbulo: Morfología posthumana predigital es sólo glóbulo y morfología: despliegue de formas que afirman la vida como mera existencia. Ciertamente el espacio expositivo condiciona las posibilidades del arte que puede haber, por ello se limita a medialidades tradicionales, que para sonar redundantes se nombran predigitales. Pese a las complicaciones y paradojas ideológicas que implica hacer un museo de arte contemporáneo en Los Pinos, me queda la sensación de que su universalidad o absoluta disonancia en el cuerpo de obras intenta llegar al fantasma del público masivo (o pueblo) que visita la residencia con la esperanza de que la diversidad se traduzca en gusto popular. Sin importar quién sea, puede haber una obra de arte que te diga algo.
Aunque el arte no tenga que ser el espacio del discurso crítico per se, reducirlo a mera singularidad me parece no sólo simplista, sino que abona a concebir al arte contemporáneo como una serie de disparates sin más.
Pese a su mitificación, el arte toma formas, o se motiva, de eso que solemos llamar vida cotidiana. La experiencia procesada de la mera vida, puede ser poesía o arte si se trabaja estéticamente. Pero surge una pregunta, ¿cómo acercar el arte a las personas?, ¿cómo hacer que formas sean significativas o afines a muchos modos de vida? ¿Usando materiales cotidianos cercanos al público objetivo o imágenes reconocibles? Deleuze afirma que es la sensación lo universal. Aquello que podemos comunicar extralingüísticamente es la sensación, el cuerpo, los sentidos. En el contexto de la repatriación de la casa presidencial entregada al pueblo, la pregunta sobre cuál es el arte pertinente para el pueblo mexicano llega a ser relevante. Y esta muestra responde justamente que en el reconocimiento de la figura humana y los materiales cercanos a la vida práctica, se encuentra el arte.
También se podría anotar el anacronismo que implica poner arte contemporáneo no explícitamente figurativo o nacionalista en Los Pinos, siendo que el arte degenerado o abstracto se ha leído como neoliberal en este sexenio. Me atrevo a afirmar que si el arte contemporáneo, según un entendimiento histórico limitado, es el arte del presente, introducir esta forma de arte a Los Pinos se haría con el objetivo de pertenecer al tiempo histórico que corre: el contemporáneo. Lo cual despierta otras sospechas, porque cómo saber si el arte de Glóbulo es lo contemporáneo. Si la idea era introducir al “pueblo” al arte del presente, se falla por la carencia de estrategias crítico pedagógicas y se vuelve nuevamente sospechoso la mera presentación de este arte en el recinto. Por un momento pensé que, de estar las obras a la venta, podría ser que no se exhibiera el arte más contemporáneo o fuera una introducción a éste, pero sí la salida a la producción artística que el gobierno ha apoyado desde la fundación de Fonca en 1989. Ya que muchos de los artistas son ex becarios o han ganado algún otro certamen regional. De haber seguido esta estrategia, la 4T habría resuelto lo que fue un atolladero en las administraciones priistas y panistas. Pues los artistas quedaban sin ser apoyados en la visibilidad o distribución de sus piezas o espacios para introducir sus obras al mercado después de haber sido mantenidos por una beca estatal; lo que se veía como una inversión sin frutos. Pero no fue así, las obras no están a la venta.
Entonces la muestra se ve como una celebración del arte por el arte –en su extensión y variedad (acortada a formatos tradicionales modernistas)– en un mega proyecto estatal sospechosamente heterogéneo, cuya única constante es ser tan variado y abierto que amplíe sus públicos para que todo el pueblo mexicano se sienta en casa. Esta vez, el público semiversado en tendencias del arte actual. ¿Mañana? cualquier cosa, dependerá qué institución o empresa le toque el convenio.