¿Quién demonios es Jannis Kounellis?
Por Daniel Montero
El arte povera siempre me ha parecido uno de los movimientos artísticos más significativos del siglo XX porque apela a cierta sensibilidad material que pocas expresiones artísticas han explorado. No era el afán de la relación arte-vida, ni mucho menos la biografía del artista hecha arte lo que me interesaba, sino más bien cómo es que un material puede adquirir presencia en una sala de exhibición, es decir, cómo un trozo de madera o incluso una baldosa, una vez exhibidas, pueden llegar a mostrar una particularidad del mundo que sólo se manifiesta allí. Esa exploración material me llamaba fuertemente la atención porque consideraba que los artistas povera tenían siempre encuentros, a veces fortuitos, a veces intencionales, con la materia del mundo. Y esos materiales, por muy precarios que fueran, eran una suerte de don que los artistas asumían para sí, y que sólo se revelaban como un secreto cuando los exponían. De hecho, la presentación de esos objetos, que para muchas personas carecen de interés, se volvía importante en la medida en que se ofrecían a la experiencia para quien quisiera.
Sin embargo, nunca pensé que podía existir una manera de vaciar de sentido al material y convertir al arte povera en mera ilustración discursiva hasta que visité Jannis Kounellis en seis actos en el Museo Jumex. El problema de esta exposición no es la obra del artista (que es relevante en muchos sentidos) sino más bien la forma en que se presenta, es decir, tiene que ver con la manera en que la curaduría del museo ha asumido la exhibición de artistas muertos e históricos sin generar una reflexión sobre su pertinencia al presente. Es, al menos para mí, la evidencia de que la curaduría es una práctica que está en crisis, porque se quedó a medio camino entre lo que podríamos llamar cierta presentación de una experiencia en salas y su contraparte como deseo en las redes sociales. Así, la solución curatorial que se le da a un artista como Kounellis no es “presentar” sus obras, sino más bien ponerlas a “actuar" a partir de la tematización de su trabajo en relación a varios motivos presentes en sus obras: lenguaje, viaje, fragmentos, elementos naturales, musicalidad y repetición. En la exposición no hay ningún núcleo curatorial claro y todas las obras están dispersas en las salas sin una aparente relación. En ese sentido los seis conceptos que articulan la muestra pueden ser aplicados a una o a más obras a discreción. Parecería como si el artista no hubiera tenido un momento de reflexión entre una obra y la otra y como si no existieran continuidades ni discontinuidades en sus procesos artísticos. Para un espectador desprevenido no puede haber una muestra más confusa. Así, el artista es tratado más bien como una especie de marioneta que se mueve a los antojos del deber ser del arte contemporáneo.
Pero vayamos por partes. Jannis Kounellis (1936-2017) es un viejo conocido en México: en 1999- 2000 había expuesto en el Templo de San Agustín de la capital, como parte del proyecto MUCA Móvil; en 2010 tuvo algunas obras exhibidas en el MUAC en la ya icónica exposición Ergo, Materia. Arte Povera, curada por Guillermo Santamarina; en 2016 tuvo una exposición en la inauguración del Museo Espacio de Aguascalientes; en 2017 tuvo una pequeña muestra en la sede oaxaqueña de Casa Wabi y además es representado por la Galería Hilario Galguera de la Ciudad de México. Sin embargo, la exposición actual del Museo Jumex tiene algo que es particularmente llamativo, a diferencia de las otras exposiciones, y es que carece de contexto y se limita a señalar las relaciones entre la vida del artista y sus intereses, es decir, expone a Kounellis como si su obra fuera solamente producto de su biografía o una mera anécdota.
Es claro que las experiencias que el artista vivió son fundamentales para tener una comprensión amplia de su obra y sus motivaciones. Por ejemplo, el hecho de que es un artista griego que vivió en Italia y sus referencias a la escultura clásica; o sus viajes marítimos y por tren. Pero ello no dice nada de la importancia de su producción ni para la historia del arte ni para la crítica. Es más, sustraer el debate que una obra como la de Kounellis introdujo al mundo de la cultura y reduce las consideraciones políticas de los materiales en el momento en que fueron usados y los convierte en meros derivados biográficos.
Hay además tres circunstancias que son muy significativas en el discurso curatorial y que hay que señalar. La primera, es que Kit Hammonds, el curador del museo, señaló en la visita guiada que Kounellis es un artista fundamental para los artistas mexicanos de la década de los noventa y que por eso es pertinente esa exhibición. Sin duda hay cierta reminiscencias de la obra del artista griego en algunas obras de Abraham Cruzvillegas, por ejemplo. Sin embargo, y como el mismo Hammonds debe saber, porque varios han expuesto en ese museo, las generaciones de artistas más jóvenes no apelan a la materialidad de la misma manera y por supuesto entienden, usan y están predeterminados por las imágenes de una forma particular, algo que no sucedía de la misma manera con artistas de generaciones previas. En ese sentido, habría que repensar la pertinencia de Kounellis y sus consideraciones sobre la materialidad en la actualidad. O mejor, tal vez una de las preguntas más importantes que una exhibición como la de Kounellis podría formular es qué es la materia en el presente y cómo es que esa materia siempre está mediada por la imagen.
El otro asunto es tal vez más complejo: varias veces los textos curatoriales aluden a que Kounellis se describía a sí mismo como un pintor. Pero nunca se señala cómo es que unos costales de yute con carbón aluden a la pintura; o incluso cómo es que una instalación de instrumentos musicales puede generar un pensamiento pictórico. Es claro que muchas de las obras que se exhiben en la muestra son una crítica al plano pictórico como, por ejemplo, Sin Título (1969), una obra que consiste en una placa de acero y cabello humano trenzado que refiere a una cierta antropomorfización del plano; o la obra Sin título (1996) que consta de cinco placas de acero suspendidas del techo por ganchos. Cada placa toca el suelo por una esquina y tiene adherida una gran hoja de papel con una letra. Si se leen de manera conjunta se puede ver la palabra NOTTE. No obstante, las letras por separado también son una entidad en sí misma. Por supuesto, esa obra hace referencia a los signos lingüísticos y a sus articulaciones y, de nuevo, al plano pictórico. Pero nunca se dice cómo se podría entender todo ello en relación a la pintura. Para formularlo de un una sola pregunta, y en relación a esta exposición, qué sería la pintura contemporánea y cómo se llegó hasta allí. De hecho, es muy sugerente que entre los conceptos curatoriales o “actos”, no estuviera el de “pintor” o “pintura”.
El tercer asunto es tal vez más general, pero más importante. De lo que no hay duda en esta exposición es que esta es una muestra sobre la materialidad y el espacio, pero también sobre la intermedialidad entre pintura, música, teatro y escultura. En esas relaciones aparece el lenguaje, muchas veces como signo que articula esa intermedialidad. La pregunta que surge inmediatamente es por qué eso debería ser relevante en 2023, en un momento en que el arte cobra más importancia por su imagen digital que circula por las redes, es decir, es siempre una experiencia mediada. Lo que la exposición nunca responde (y por eso los programas públicos del museo se ven forzados a hacer una taller sobre ello) es por qué los materiales todavía pueden tener cierta potencia en el presente y por qué muchas veces se resisten a ser sólo imagen, incluso a pesar de los artistas.
En definitiva, por qué había que poner a actuar a Jannis Kounellis de esa manera. Tal vez porque para los curadores esa era la forma de traer al presente más inmediato a un artista de esas características. Porque ahora todo el mundo actúa, hasta los artistas muertos.
La exposición Jannis Kounellis en seis actos se presenta en el Museo Jumex del 1 de abril al 17 de septiembre de 2023.