Sobre Synapse, de Lorena Wolffer

Lorena Wolffer. Back Up.

Por Irmgard Emmelhainz


 

Desire brings out differences. Nature appears so remote when not angry. We’re surrounded by things absent, like a particular valley down by a mountain-range. There’s much malady on this shrinking planet. Fog moving on the mind.

Etel Adnan[1]

 

El largometraje de ficción, The Tale (2018) de Jennifer Fox, cuenta la historia de su propio proceso al reconocer el abuso sexual que había sufrido cuando tenía trece años. La película empieza cuando la protagonista está filmando un documental sobre historias de violencia de género de mujeres de las castas bajas de la India. Al regresar a Nueva York, la directora se encuentra con un ensayo que escribió sobre su primera relación amorosa que su madre encontró traspapelada en una caja y que le manda por correo. En una carta adjunta, la madre insta con urgencia a que reconsidere esta versión de su historia de amor que escribió a los trece años y que la alarmó profundamente. La directora se resiste hasta que por fin se embarca en un viaje al pasado para reconstruir su propia historia de abuso reprimida y filtrada a través de recuerdos de libertad sexual, amor romántico y poder femenino (Jennifer se sentía poderosa por haberle roto el corazón a su primer amante de cuarenta). Desde la perspectiva de documentarista, Jennifer atraviesa su negación para acatar las secuelas del abuso que descubre la afectan incluso en su vida adulta (promiscuidad en la adolescencia, incapacidad de comprometerse). Un detonante que la hace salir de la negación es la historia que cuenta una de sus alumnas de su clase de documental sobre su primera experiencia sexual, que fue tímida y torpe, con un chico de su edad, muy distinta a la de Jennifer. Ella se da cuenta que había endulzorado los recuerdos de su primera experiencia sexual (que incluyó malestar físico severo) como un mecanismo de defensa para encubrir el horror y el trauma del abuso. Otro detonante para descubrir dimensiones reprimidas de su historia es una fotografía de ella a los trece años. La imagen la sorprende, porque ella se recordaba a sí misma como más desarrollada, más madura, y en la foto le parece una niña pequeña. La niña que se hizo novia de su entrenador de cuarenta. Uno de los temas de la película es que lxs niñxs tienen limitaciones cognitivas y la mente recurre a diversos mecanismos para procesar el abuso, es decir, la mente hace diferentes trucos para que podamos vivir con recuerdos traumáticos y que la verdad no reside en nuestra percepción ni en nuestra memoria: los hechos están permanentemente en construcción y los recuerdos traumáticos mutan de acuerdo a nuestra capacidad cognitiva de reprocesar esas experiencias en la vida adulta.

         Synapse, la exposición más reciente de Lorena Wolffer y que reúne cinco obras en las que toma su experiencia personal como punto de partida, abre con la siguiente frase: “Mis primeros recuerdos empiezan alrededor de los 10 años. Casi todos están relacionados con sexo, abusos y violencias”. La obra de esta artista, clave en la historia del arte contemporáneo y feminista en México y activa desde principios de los 1990s, había estado basada hasta ahora en el lema feminista: “Lo personal es político” y por lo tanto, público. Mucho de su trabajo y activismo (que son indisociables) ha tomado la forma de intervenciones en espacios públicos, performance, arte conceptual y dispositivos de participación social, talleres y publicaciones. Wolffer se ha centrado en desmontar el género y sus mandatos y en dar voz de diversas maneras a víctimas de violencia de género en el espacio público e institucional. De su obra desgranamos pedagogía, denuncia, catarsis, datos duros, imágenes, solidaridad y acompañamiento, estrategias de resistencia, confrontación, espacios colectivos para reconocer, aquilatar y expresar situaciones de violencia desde un punto de vista interseccional abarcando especificidades de clase y origen étnico. Como la historia contada en The Tale de Jennifer Fox, después de décadas de trabajo centrado en la violencia de género padecida de otres, Wolffer pone la mira en sus propias experiencias de abuso cuya secuela principal en su persona hoy en día se expresa a través del deterioro cognitivo y pérdida de la memoria. Esto lo podemos inferir a partir de los estudios del médico canadiense Gabor Mate sobre la epidemia contemporánea de enfermedades inflamatorias que parten de la premisa de que somos seres biopsicosociales. Esto quiere decir que nuestra salud o enfermedad están determinadas por nuestro entorno y manejo de emociones al igual que carga la genética u otros detonantes como el estar expuesto a sustancias tóxicas o microplásticos y que detonan la inflamación de los tejidos del cuerpo[2].

         Por un lado, como ya lo mencioné, la memoria humana tiene como mecanismo de defensa la capacidad de darle cierta forma a nuestras vivencias y recuerdos para que podamos vivir con experiencias traumáticas. Por otro lado, la represión del trauma tiene consecuencias fisiológicas en los sobrevivientes: el estrés genera potencialmente la sobre-activación y hasta el agotamiento del eje hipotalámico-pituitario-adrenal que conecta los centros emocionales con el aparato fisiológico de todo el cuerpo. Atravesando las líneas de la clase social, el cuerpo estresado (cada tejido del cuerpo es afectado por el estrés) se desgasta para mantener su propio equilibrio interno (homeóstasis) de cara a circunstancias traumáticas o estresores: es así que el impacto acumulativo del estrés genera enfermedades de inflamación crónicas como el deterioro cognitivo que inicia con el daño en el hipocampo, el centro de materia gris en el lóbulo temporal del cerebro. El hipocampo está activo en la formación de la memoria y tiene una función importante en la regulación del estrés. Mate escribe que altos niveles de la hormona del estrés, el cortisol, aunado a mala calidad de las relaciones emocionales a temprana edad, junto con la intoxicación por aluminio (presente en el desodorante, en comida preparada en papel aluminio, en la contaminación medioambiental, agua potable, etc.) pueden encoger el hipocampo; esta degeneración puede ser descrita como una condición autoinmune comparable con el asma, colitis ulcerativa, diabetes, mal de Crohn’s, fibromialgia y otras. Entender a la inflamación implica ir más allá de la medicina moderna que comprende al cuerpo como sistemas aislados y al cuerpo como separado de las emociones. Para Mate, la inflamación se trata de enfermedades biopsicosociales inmunoneurológicas en las que el sistema inmune del cuerpo, las defensas del cuerpo se vuelcan contra el cuerpo mismo[3]. Ya que nuestra fisiología es inseparable de nuestras vidas emocionales, psicológicas, espirituales y sociales, el trauma en la infancia está conectado a la enfermedad en la edad adulta más allá de la expresión de los genes. Es decir, cuerpo y mente son uno solo y las emociones son parte de nuestro sistema y lo que nos ocurre emocionalmente, nos impacta físicamente[4]. Según los doctores Rupa Marya y Raj Patel, el deterioro cognitivo se da través del daño por la neuroinflamación o inflammaging o la descomposición temprana del sistema neuroinmunológico[5]. El primer lugar donde se detecta la demencia es en el lenguaje: se olvidan nombres de objetos y de gente cercana, se pierden recuerdos.

Lorena Wolffer. Desmemorias.

         La frase que abre la exposición de Wolffer mencionada arriba, enmarca la primera parte o la Introducción de Synapse, que representa un intento de la artista por recuperar sus recuerdos perdidos recopilando descripciones de cuando era niña escritas por familiares cercanos desplegadas en vinil blanco sobre el muro blanco, lo que hace que sean difíciles de leer – el equivalente a lo borroso. Delante de este muro está Desmemorias, que consta de veinte fotografías de objetos personales provenientes del baúl de memorabilia de la artista que abarcan toda su vida y que van desde postales, cartas, fotos, recetas médicas, etc.; los objetos de su archivo que aparecen retratados en negativo no evocan ningún recuerdo de la artista y lo que vemos en rojo sí. Con esta pieza, la artista da cuenta de su propio proceso de pérdida de memoria, es un registro las secuelas de la inflamación sistémica que generan declive cognitivo.

         Recuperación son doce impresiones sobre papel fotográfico montados en cajas venecianas que constituyen un catálogo de doce eventos de violencia sexual asociados a imágenes que los evocan y que son descifrables únicamente por Wolffer. En ese sentido, la pieza emula el tratamiento terapéutico que sigue la artista para recuperar la memoria a través de asociaciones entre palabras e imágenes que sólo son comprehensibles para ella. “Acoso por parte de familiar” está escrito sobre una imagen del muro que divide la playa de Tijuana-San Diego, por ejemplo; la frase “Relaciones secretas con el doctor, el compositor y el amigo de escultora” está impresa sobre la foto de una casa con un patio central con una fuente adornada con azulejos detrás de la cual se despliega majestuoso el Tepozteco. Recuperación es comparable a El consentimiento, el libro que registra el testimonio de Vanessa Springora (2022) de su relación a los catorce con un hombre treinta y seis años mayor que ella. Springora y Wolffer enuncian la experiencia cuasi-universal de iniciación a la sexualidad de las mujeres bajo heteropatriarcado, glamourizada en el ámbito literario, y artístico respectivamente, con el mito de liberación sexual perpetuado por la lectura machista de la famosa novela Lolita de Vladimir Nabokov (1955). A lo largo de El consentimiento, Sprignora articula la ambigüedad de su propio consentimiento en su relación con Gabriel Matzneff, el laureado escritor cuyas novelas se basan en recuentos de encuentros y amoríos con niñas. Springora escribe:

En una mezcla de bravuconería y sentimentalismo, ya he aceptado íntimamente este horizonte ineludible: G. será mi primer amante. Y por eso estoy tumbada en su cama. Entonces, ¿por qué mi cuerpo se niega? ¿Por qué este miedo incontrolable?[6]

En su novela La muerte es una ciudad distinta (1956), la escritora jalisciense Olivia Zúñiga (quien padeció de depresión toda su vida además de migraña, ambas enfermedades neuroinflamatorias), pionera de la autoficción en los 1950s, habla de la mezcla de sentimientos encontrados, su ambivalencia, cuando conoce a un editor que la corteja y resulta ser casado.

Pedro, que llamara mi atención al principio de la noche, me toma el brazo y me lleva hacia otro ángulo. Pregunta domicilio, número de teléfono, pide colaboración para una nueva revista. […] Pedro ofrece su coche. Caminamos hasta su casa conversando divertidamente, como viejos amigos. […]  Casa de Pedro. Agradable a los ojos y al espíritu. Allí habla de cariño, la compañía inmediata, permanente. […]  Nos propone beber un vaso de vino en cualquier sitio. Lena rehúsa y yo acepto. Quiere acortar las horas que faltan mientras llega su familia. […]  Al quedarnos solos, Pedro detiene el automóvil e intenta acariciarme. Esto destruye el motivo que me hacía acompañarlo. La reacción contra su acometida me impulsa al desconcierto, a la fuga. […] Pedro insiste en que regresemos a su casa.[7]

Entre las líneas de Olivia puedo leer el desequilibrio atravesado por las relaciones de género en el acceso al poder cultural y a las instituciones, a publicar, la vulnerabilidad general de las creadoras y la precariedad de sus condiciones de creación, estas condiciones hacen que la protagonista ceda ante Pedro y a vivir una historia de amor con él. Pedro la coloca en la posición de “presa” en una relación transaccional de la que ella obtendría potencialmente prestigio y visibilidad cultural. Estamos hablando de los años 1950s, de una época en la que había poquísimas escritoras, en la que Elena Garro gestó narrativas explícitas de violencia de género que no hicieron que nadie ni siquiera levantara la ceja (al menos en el espacio público). La incapacidad de expresar los sentimientos y la de decir que no, son además secuelas de trauma, según Gabor Mate. Y al sernos impedida la capacidad de decir no, dice Mate, nuestro cuerpo termina por decir que no por nosotros, enfermándose de padecimientos autoinmunes. Aunado a ello, el abuso genera un tipo de sexualidad impuesta relacionada con la internalización del deseo de seducir, de ser deseada. De este modo, el valor y placer de las mujeres se reduce a ser en función del deseo masculino y a la internalización de la mirada masculina. Al internalizar esta estructura de valorización, la autonomía de las mujeres se restringe: el desear ser deseada es una forma de coerción y una de las bases de la interiorización del heteropatriarcado, lo que Shay Welch llama: “erotismo existencial” de las mujeres, basado en un régimen de diferenciación sexual. Este régimen nos remite a la servidumbre sexual, anclada en una estética de la seducción, en la estilización del deseo y en una coreografía del placer. Hay que enfatizar una y otra vez que este régimen no es natural, sino la construcción histórica de una estética de dominación que erotiza y perpetúa la diferencia de poder[8]. Estas estructuras son producto del abuso sexual pero también de una epistemología que fija las definiciones y posiciones de hombres y mujeres, transformando a los cuerpos en relaciones sociales sexualizadas, incluyendo a lxs más jóvenes, que no entienden del todo la sexualidad adulta.

Los testimonios de las sobrevivientes de violencia de género que han proliferado en la última década a nivel global y que se exponenciaron a raíz del movimiento #MeToo, son clave para socavar las narrativas de los perpetradores. Para no estar solas, para que no vuelva a ocurrir. Back-up, la cuarta pieza de Synapse está constituida por hitos fechados de su historia personal que Wolffer no quiere olvidar y que la llevaron a narrarse, a verse, a identificarse de formas distintas más allá de una identidad impuesta por el entorno, por ejemplo, su identificación como queer; el nacimiento de su hija y lo que sintió[9]; cuando tiene la capacidad de reconocer la influencia y el ejemplo de su madre; cuando es capaz de hacer conciencia de su uso de la seducción como lenguaje de interacción con lxs otrxs y su sensación de alivio y miedo; cuando se da cuenta de que su heterosexualidad es ficción impuesta por el abuso sexual y el heteropatriarcado; la manera en la que empieza a habitar su cuerpo después de un doble accidente casi fatal en la adolescencia. La fragilidad de estos momentos que Lorena no quisiera borrar están registrados en placas blancas con letras blancas, igual de “borrosas” que las percepciones de lxs otrxs de su niñez. Back-up son registros de momentos de resistencia, de resistencia, donde la sobrevivencia se convierte en empoderamiento.

Aunque ésta es la primera exposición de Wolffer en una galería privada, Repositorio de memorias, la última pieza de la exposición evoca el aspecto de práctica social de Wolffer invitando a lxs espectadorxs a escribir cosas que no quisieran olvidar. Finalmente, hay que considerar que Synapse es un acto de resistencia al mandato heteropatriarcal al mandato de ser mujer, como lo es también resistencia a los mandatos neoliberales de salud y de cuerpos deseables. La exposición no es una ventana a la intimidad de la artista –pensar en lo confesional o en el self-exposure insultaría la trayectoria de la artista–, sino al futuro de narraciones desde cuerpas inflamadas, desde la niebla mental y la fatiga crónica, de cuerpas discapacitadas como el conjunto de los sistemas planetarios que habitamos. Al final, Wolffer regresa de lo personal a lo sistémico, de lo individual a lo colectivo.

Synapse, de Lorena Wolffer, se exhibe en la galería Domicilio (Agricultura 106, Escandón), del 24 de mayo al 1 de septiembre de 2024.

Lorena Wolffer. Recuperación.

[1] Etel Adnan, Sea and Fog (Callicoon, New York, Nightboat Books, 2012), p. 80.

[2] Gabor Mate, The Myth of Normal: Trauma, Illness and Healing in a Toxic Culture (Toronto: Knopf Canada, 2022), p. 132.

[3] Gabor Mate, When the Body Says No: The Cost of Hidden Stress (Toronto: Vintage, 2004), p. 39.

[4] Gabor Mate, The Myth of Normal, p. 89.

[5] Raj Patel y Rupa Marya, Inflamed: Deep Medicine and the Anatomy of Injustice (New York: Fararr, Strauss and Giroux, 2021).

[6] Vanessa Springora, El consentimiento (México DF: Lumen, 2022), p. 43.

[7] Fragmentos de Olivia Zúñiga, La muerte es una ciudad distinta (México: El Unicornio, 1959)

[8] Paul B. Preciado, Un apartamento en Urano (Barcelona: Anagrama, 2019), p.  307.

[9] Erika P. Bucio / Agencia Reforma, “Muestra la artista Lorena Wolffer en exposición las violencias y el deterioro cognitivo que ha sufrido” El Sur, 8 de julio de 2024 disponible en red: https://suracapulco.mx/impreso/cultura/muestra-la-artista-lorena-wolffer-en-exposicion-las-violencias-y-el-deterioro-cognitivo-que-ha-sufrido/

Lorena Wolffer. Back Up.

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