Luz

Foto: Julio Bohórquez IG @juliobohorquezmx

Yo quiero luz de luna para mi noche triste…

Álvaro Carrillo

Por Mariana Vargas

 

En el número 16 de la calle José de Emparán, en la colonia Tabacalera, en un cuarto de azotea, una mujer ha iniciado trabajo de parto. Se trata de un hermoso edificio de departamentos con arquitectura Art Déco de tres pisos. En los techos, rosetones decorados con relieves geométricos enmarcan las lámparas colgantes de cristal cortado. Sus muros, repellados con yeso de acabado liso, están pintados en color crema y tienen las esquinas boleadas. El cubo de la escalera cuenta con grandes y luminosos ventanales con vidrios transparentes, azules y ámbar, que dan vista al patio central de la planta baja, donde abundan macetas de talavera poblana con rosas rosas y azaleas blancas. Las escaleras son de terrazo verde con mármol negro, y el pasamanos de madera de cedro rojo.

Un niño de diez años baja a toda prisa desde la azotea por las laberínticas y estrechas escaleras de servicio. Abre una puerta de metal por el cerrojo y continúa descendiendo, deslizándose por el barandal de la zona de departamentos. Luego, sale por la discreta puerta principal y corre hasta la avenida Puente de Alvarado, que, en su trazo recto hacia el oeste, lo llevará en taxi hasta la colonia Santa Julia en busca de una partera.

Es la primavera de 1968, y este niño, al que apodan el Negro, vive en el corazón de la Ciudad de México, en un cuarto de azotea desde donde puede ver la hora en el reloj de la Torre Latinoamericana. Comparte su hogar con su madre y su media hermana de dos años. Sus tres medios hermanos mayores fueron regalados hace tiempo a familiares y conocidos. Todos tienen un padre distinto, excepto la pequeña y el bebé que está por nacer. Al Negro, su madre nunca lo regaló.

El día del parto el padre se encontraba lejos, trabajando en el Pedregal de San Ángel, deambulando por sus anchas y curveadas avenidas, tocando de puerta en puerta hasta encontrar quién le pidiera reparar alguna silla de jardín con hojas de bejuco o palma. Era un hombre alcohólico, que cuando tomaba perdía la noción del tiempo y espacio, desapareciendo, durmiendo por semanas en la calle. En sobriedad era tranquilo y amable. Varias veces el Negro lo acompaño a trabajar, existía la posibilidad de que este hombre quisiera a su madre, con él había sido atento, todavía traía puestos los zapatos Canadá que le compró a principios del año escolar. En uno de esos días de trabajo en el Pedregal, el famoso actor y cantante Luis Aguilar les abrió la puerta, con unas estupendas cejas y sonrisa perfecta les dio las gracias, no había ninguna silla que reparar. El Negro alcanzó a asomar la vista, era una casa preciosa.

Desde que nació, ha sido responsabilidad del Negro ayudar a su madre, cuidar a su madre, trabajar para su madre, el día del parto salvarla de la muerte, del inmenso dolor que le estaba provocando la apertura de los huesos, de las contracciones, debía ir por la partera. ¡Mamá ya está usted grande! ¿No le da miedo?, dice la señora que su embarazo es peligroso, usted no se puede morir, ya tenemos una bebé, ahora otro, ¿qué vamos a hacer?, ¿qué voy a hacer?

Durante meses la había acompañado a revisión, debe recordar el camino, no hay tiempo para distraerse, no hay tiempo para equivocarse, no puede perderse. El Negro baja del carro y pide al taxista que lo espere. Corre lo más rápido que puede, corre con sus largas y flacas piernas, corre hasta que encuentra a la partera, ella le pide que la espere para poder echar en una bolsa las cosas que necesita, ¡No hay tiempo!, ¡venga por favor! ¡él bebe ya va a nacer! ¡A mi mamá le duele mucho! ¡ayúdeme! ¡por favor! ¡por favor!

Salieron a toda prisa, avanzando con dificultad. La anciana logró subir, con gran esfuerzo, las últimas y peligrosas escaleras de herrería negra que llevaban a los cuartos de servicio. Algunos vecinos, el padre del bebé y su hermanita estaban allí, junto a una mujer que el Negro no conocía. Era la abuela del bebé.

La partera pidió al Negro que le ayudará a calentar agua para echar a remojar los pedazos de manta de cielo que traía y algún pocillo para poner a hervir las hierbas calientes con las que prepararía el remedio que terminando la labor limpiarían y cerrarían el vientre de su madre, una mezcla especial en la que dominaba el fragante Pericón y las hojas de Chapuliztle, también pidió alistar una cobija limpia para llegado el momento tapar de frio al bebé. El Negro buscó en el improvisado ropero, era imposible encontrar algo libre de chinches, ¡listo, una sábana! Entonces la partera se lavó las manos, persignó la entrepierna de la madre y colocándose en medio empezó a hacer el tacto.

El parto se hizo largo, la cabecita chueca del bebé se había soldado a la vagina sin ninguna señal de que pudiera moverse de ahí. A pesar de que con cada contracción la partera aprovechaba para moverla milimétricamente y así hacerla pasar por su lado más estrecho, echando hacia atrás los labios vaginales, no funcionaba. Él bebe había coronado, pero estaba atorado, podría ahogarse, la madre estaba agotada experimentando un dolor que se la comía viva y que no le ayudaba a expulsar el fruto de su cuerpo, ¿de qué sirve el impulso que lleva hacia la nada?, ¿de qué sirve tanto dolor? La partera empezó a preocuparse, porque para sacar a un bebé se necesita de la fuerza más profunda de todas, una fuerza que no proviene de ningún músculo y de ningún apretón de dientes, la fuerza que acaba con el miedo, que llega de golpe a la velocidad de la luz desde el lugar más lejano y desconocido del Universo. En ese instante la fuerza se había ido, tenía a su cargo un cuerpo que se alejaba de esa luz, un cuerpo a punto de perder el alma, sin gravedad, sólo dolor, las contracciones no servían para nada, todo iba mal.

Niña, puedes amarte con plenitud por primera vez y abandonar el miedo, puedes dejar de dudar y creer en ti, estas habitando el dolor que supera a todos los dolores, estas danzando con la muerte, puedes sacarte los ojos, puedes tirarte los dientes, puedes arrancarte la lengua y quedarte sin voz, puedes cagarte, sacarlo todo, puedes hacerlo, sí, tú, ¡tú puedes flaca! ¡Vamos!¡Ahora!!YA!

Afuera del cuarto, justo debajo de las jaulas de los pajaritos, el Negro, la abuela y su nieta esperaban juntos recargados en la barda de ladrillos. Al Negro se le escurrían unas lágrimas sin sollozos, sin voz, sólo lágrimas con la mirada hacia adentro, se limpió los mocos con la camiseta de la escuela, estaba invadido por el terror, miedo al futuro, culpa del pasado, alcanzo a ver a lo lejos que eran las 21:04 horas, se había hecho de noche ¿Sería esa la noche más triste? ¿Había tardado demasiado? Quizás su madre tenía razón, él no servía para nada, por eso el otro día le pegó hasta que se le acabaron las fuerzas y no el coraje, se lo merecía… por inútil, por tonto. Antes de dar con la partera, había perdido tiempo preguntando en una tienda y en una casa si alguien sabía donde vivía la señora, ¿de qué servía haber dado con la calle?, tuvo que haber recordado la vecindad de forma precisa, tuvo que haber ido a buscar a su tía, la que vivía en un bonito departamento en la calle de Aguascalientes, tuvo que haber sentido la confianza de pedir ayuda a los vecinos, al Licenciado Martínez o a la Sra. Castillo o al joven Miguel que casi se recibía, a quienes su madre les había lavado y planchado ropa desde que llegó a vivir ahí, no debió sentirse solo.

Antes del amanecer la bebé logró nacer, era una niña y respiraba. La partera había quemado en la estufa las tijeras con las que cortaría el cordón umbilical mientras apretaba los dientes con una mueca chueca, la envolvió con la sábana y la entregó al pecho de su madre. Al empezar a limpiar las tijeras, notó que el piso del cuarto tenía unos enormes coágulos de sangre que parecían gelatinas de jerez reventadas en el suelo. Luz se desvanecía, había iniciado una hemorragia.

Luz… escúchame, tienes que vivir, tienes hijos bien chiquitos, ¿quién te los va a cuidar?

Luz, escúchame… tú mamá te quería mucho… a los hijos se les quiere harto… no los dejes solos, que la virgencita nos ayude, vas a estar bien, lo más difícil ya pasó… tienes que vivir mija, ¡tienes que vivir! Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús…

La partera empezó a masajear el vientre de Luz valiéndose de sus poderosas manos de vieja, de la memoria de sus abuelas, de la experiencia que da el acompañamiento al dolor de tantas mujeres, a las que había ayudado a vivir, a las que había ayudado a morir, mujeres de pueblo, mujeres de ciudad, mujeres sin madre, mujeres que se morían en la calle, abandonadas, comidas por la pobreza, por el hambre, las que no tenían opción, las que creían en ella y no en los doctores ni en la medicina moderna de una sociedad violenta hacia la vida y en donde es casi imposible creer que sigan volando mariposas por los aires. Recordando sus propios dolores de parto, la viejita le dio a tomar el remedio, le coloco unas compresas, le revisó los pechos, ya te está bajando la leche, eso es bueno hija, ¡para que paremos la sangre, dale chichi, dale más!

La abuela fue a ponerse al tanto de lo que estaba sucediendo. Cuando regresó, los ojos color miel del Negro le hacían la única pregunta posible, entonces la señora soltó la mano de su nieta, se acercó y le dijo con voz baja: Pinche chamaco, tú mamá se va a morir, y ni creas que te voy a llevar, tú te quedas aquí solo, yo me llevo a mis nietas, no las vas a volver a ver. Como sacas de aquí a tu pinche madre muerta es cosa tuya, yo ni un peso te voy a dar, ni un peso.

Pase mucho tiempo de mi infancia odiando a Luz, esa mujer extraña y llena de oscuridad, con un cuerpo del que salían dos piernas delgadas como palos, que cojeaban, llenas de vendas que cubrían decenas de varices y cuya cara transparente, pálida y sin maquillaje tenía el cabello lacio más blanco que el papel bond. Nunca supe si en ese cuerpo existían busto, cintura y cadera, nunca lo supe. Nunca supe cómo eran sus dedos, sus uñas, sus pies, sus manos… A diferencia de mi otra abuela, Guille, de la cual puedo dibujar sus manos de memoria, esas manos negras, manos como ramas torcidas, manos de las cuales recibí todos los cuidados, las manos que me amaron, esas manos calientes, ardientes como leños.

Luz, una mujer que nunca acompañé y de la que juré por todos mis ancestros jamás tendría el gusto de conocer a mis hijos, nunca supe si su cuerpo era caliente o frio, nunca le di un abrazo. Jamás la salude de beso. Jamás me interesó escuchar historia alguna de su propia voz, pero su voz… sí, sí la recuerdo, débil, con acento de Acapulco, con un seseo muy particular, quejumbrosa, con falta de aire, rasposa. Llegué a pensar que esa voz, que parecía ser su último suspiro, era empleada para chantajearnos, para ablandar nuestros corazones, para intentar que le devolviéramos unas palabras de ¿está bien?, cosa que nunca pasó, tenía la mirada de un mapache a punto de ser devorado por los perros, mirada trastornada y perdida con el ceño fruncido que cuando se sentía observada cambiaba a una sonrisa de oreja a oreja, intentando dar lo mejor de sí, en un instante. Recuerdo la casa de Luz, con las peligrosas escaleras de herrería negra que llevaban a los cuartos de servicio, de los cuales debo reconocer tenían una vista preciosa, algo que compartían esos viejos edificios de la Tabacalera, de la Guerrero, de las calles de Girón, del Carmen en el Centro, que tantas veces visite a principios de los años noventa, con un cielo muy azul, azul fuerte, con nubes pachonas blancas, con mucho aire, con brisa fresca ¿Cuál es el mejor lugar para vivir en esta ciudad? Cualquier azotea, y es verdad, las azoteas de la Ciudad de México son hermosas. Cuando era niña, desde la azotea de mi casa en Xochimilco podía ver a la Mujer Dormida y al Popocatépetl, también veía muy seguido a una gata blanca con manchas negras que vivía debajo de una lámina en la azotea de la casa de enfrente. Una vez Fabián, mi vecino, me contó que la había visto comerse a todos sus gatitos, sentí horror, sentí miedo, me dolió el estómago, me quise vomitar, siempre pensé que esa gata de azotea era igual a Luz.

Luz, la señora que regalo a todos sus hijos, menos a mi papa. Luz, la malvada mujer que durante años lo golpeó hasta el cansancio. Luz, la horrible señora por la que mi papa trabajo desde los 10 años. Luz, la eterna narcisista. Luz, la responsable de que su madre muriera de tristeza tras ser robada por un hombre de 50 años cuando tenía apenas 11. Todos sus hermanos la culparon, la odiaron. Decían que era por ser niña, por ser mujer, por tener los ojos claros, por ser güerita, por ser coqueta. Luz, la mujer que se embarazaba de todos los hombres que la miraban. Luz, la mujer de cascos ligeros. Luz, la señora pobre. Luz, la que nunca quiso progresar. Luz, la que siempre evitó los compromisos. Luz, la que nunca reveló la identidad del padre del Negro, a pesar de todas sus suplicas. Luz, la que casi lo deja morir de inanición cuando este sólo tenía dos meses de edad. Luz, la que dio a luz como yo, con mucho dolor, con una hemorragia, con miedo. Luz, la que tuvo una madre que la amó. Luz, la más oscura.

 

Mi mamá odiaba a Luz.

Luz odiaba a mi mamá.

Yo también quería odiar a mi mamá.

 

Hace poco empecé a escribir un texto al que provisionalmente nombré Feministas contra feministas, donde me interesa abordar la violencia de mujeres hacia mujeres y de mujeres hacia niñas y niños. Basándome tanto en recuerdos de la infancia como en experiencias de la esfera del arte, en este texto pretendo abordar hipocresías y contradicciones de algunos movimientos feministas contemporáneos. Por ejemplo, el desdén que algunas autonombradas feministas sienten por aquellas mujeres que elegimos quedarnos en la cocina y no salir a hacer cine,[1] por las que no pertenecemos a la misma clase social. En este hablo de las «feministas» que antes de ir a la marcha del 8 de marzo maltratan a sus empleadas domésticas para después en la Avenida Reforma gritar ¡Ni una más!

Muchos feminismos contemporáneos no sólo no están cumpliendo con su objetivo principal que es entender y atacar el origen de la violencia, sino que ejercen esa violencia inclusive en contra de sus propios intereses. Sí, muchas hipocresías, sí, muchas contradicciones. Sí, empecé a escribir un texto desde el estómago, un texto hecho de vómito en el que casi me ahogo, un texto que me recuerda a las palabras que la artista Ana Gallardo desbastó en una enorme pared de su exposición en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), con la polémica pieza Extracto para un fracasado proyecto,[2] cuyo texto no pudo ser tolerado, igualmente por autonombradas feministas, y cuya obra fue censurada. Hasta ahora mi texto permanece guardado, porque aparte de correr el riesgo de ser cancelada, para seguir construyéndolo necesitaba tomar una pausa, contestar algunas preguntas y habitar por un tiempo las respuestas. Si soy parte de este sistema ¿A cuántas he lastimado yo? ¿A quién he odiado yo?

 

¿Todo es culpa de estos feminismos autodestructivos? No. La respuesta es que han sido instrumentalizados.[3] En occidente existe un alto grado de ingeniería social diseñada para fragmentar, [4] aislar, dividirnos y volvernos incapaces de sentir empatía por nada ni nadie, mucho menos por una causa en común. Empoderándonos falsamente con la narcisista bandera del individualismo, cada persona es especial, única, hermosa e irrepetible, cada persona es un universo indescifrable, es irrespetuoso hablar de algo que no seas tú, porque todos somos diferentes, brindándonos con este discurso ideológico la autoridad de partir en pedazos a quién intente encontrarnos, olfatearnos, acercarse, comprender o cuestionarnos. Más que teoría de conspiración, esta es una realidad que podemos ver en como los movimientos sociales han sido absorbidos y cooptados por el capitalismo neoliberal. Una realidad que han estudiado filósofos como Byung-Chul Han y Ailton Krenak y que en el pasado Pier Paolo Pasolini ya advertía en las múltiples entrevistas que conforman El Fascismo de los Anti-Fascistas.[5] Urge que el feminismo contemporáneo actúe con la eficiencia que demandan los tiempos, que detecte estas sofisticadas estrategias de disolución de las disidencias y sirva para alertar sobre la trampa, que sirva como plataforma en la que se puedan sostener las diferencias y la discusión, en la que se pueda limpiar el vómito y seguir adelante, en la que se pueda escuchar y pensar, sí, pensar en conjunto, mil veces sí es necesario, y no como ahora que se ha vuelto una plataforma para el linchamiento, el castigo, la cancelación y la censura. Citando a Helena Chávez Mac Gregor:

 

Hay que notar que hay muchos feminismos que coinciden en algunos puntos y en otros no. Todos son formas válidas de demandar e imaginar una vida más justa, pero me preocupa que nos enfoquemos en atacar a personas que están en riesgo de equivocarse porque, de hecho, están intentando vincularse y generar otro tipo de relatos.

 

En su novela autobiografica On Earth We're Briefly Gorgeous,[6] Ocean Vuong da una enorme muestra de compasión y amor hacia su madre, esa que ejerció violencia física y psicológica hacia él. Compasión y amor sumamente necesarios para poder seguir adelante sin necesidad de destruirnos, porque seguir adelante es la resistencia, porque la escucha es la resistencia, porque el amor y el encuentro son la resistencia ¿Vuong logra la resistencia? Sí. Por tener la sensibilidad de entender y rastrear el origen y las causas de raíz de la violencia y dejar de centrarse únicamente en el individuo. Porque comprende que ya no sólo somos hijos de nuestras madres, sino que también somos hijos de la guerra, del genocidio, del desplazamiento, de la pobreza, del abuso, del cambio climático, del imperialismo, del colonialismo, de la deforestación, del extractivismo y de la explotación, y nuestro nombre es Vietnam, Yemen, Guatemala, Auschwitz, Hiroshima, Gaza.

 

Cada día me parece más difícil, por no decir imposible, en redes sociales reconocer a la verdadera Kim Kardashian de entre miles de mujeres, incluyendo a Beyoncé, qué por medio de cirugía plástica, blanqueamientos, bronceados, maquillaje, ropa, accesorios y pelucas se han vuelto idénticas a ella, Kardashians y Beyoncés, ellas que representan el statu quo ¿Son esas mujeres las poseedoras de la singularidad que promueve el pensamiento único contemporáneo? ¿Ese que enfatiza que todos somos distintos? Para mí es un claro signo de que lo que en esta ideología se vende como diferencia no es más que homogenización, que en el fondo es sólo una simulación y el resultado esperado de esta ingeniería social, diferencias superficiales que enmascaran una sola forma de ser y de pensar, porque el poder hegemónico disfrazado de feminismo que canceló a Ana Gallardo ayer y que puede cancelarme a mí o a cualquiera el día de mañana, hace eso, arrasa con todo aquello que pueda gestar la diversidad de pensamiento y el desacuerdo. Citando a Ailton Krenak «Hay que desconfiar de todo aquello que impida los encuentros»[7].

¿Por qué hay tanta tierra fértil para el linchamiento mediático y la censura? Por la falta de empatía que produce el no mirarnos. Por la velocidad y el alcance masivo, casi infinito e imparable de las redes sociales y sus algoritmos. Por el desarrollo de esa ideología neoliberal que, para dividirnos, promueve el hiper individualismo y postula cada opinión personal como la verdad. Por la ilusión de que el sistema funciona.

De niña fue muy fácil cancelar y odiar a Luz, fue fácil porque no la conocía, porque nunca la miré a los ojos, porque nunca supe a qué olía y mucho menos si tenía cuerpo, porque no podía defenderse, porque nunca me hizo nada, porque yo no era consciente del origen de la violencia que derivó en su disfuncional vida, porque seguir el pensamiento único dominado por mi madre que alimentaba esa violencia me permitía sobrevivir, y sobre todo porque no conocía la palabra disidencia.

Foto: Julio Bohórquez IG @juliobohorquezmx

Recientemente volví la mirada hacia Luz, mi abuela paterna, quien se apareció con fuerza una mañana mientras me miraba en el espejo, en mi rostro pude reconocer su rostro. Mi rostro con claros signos de envejecimiento: las cejas caídas, la mirada cansada, la cara manchada, los ojos arrugados, las ojeras muy negras… un rostro apagado que no se parece al de la Mariana sin hijos, un rostro que no entendía de donde venia, hasta que la encontré, la reconocí, era ella, no del todo, pero sí mucho… el frente de la nariz y el contorno de las cejas como calca, el espacio que hay de la punta de la nariz al inicio de la boca… ahí estaba, Luz.  

Es necesario que los feminismos contemporáneos hagan evidente lo mucho que nos parecemos, lo que tenemos en común, y que promuevan los encuentros para así tolerar y discutir, en lugar de silenciar. La disidencia, el no estar de acuerdo, es siempre una oportunidad para la reflexión, para ampliar nuestra conciencia y nuestro modo de actuar. Para operar, el capitalismo necesita del pensamiento único, de una sociedad homogénea, estéril y sin matices. Como diría Byung-Chul Han, una sociedad que tenga la apariencia de un perrito de Jeff Koons, pulida y brillante,[8] sin accidentes, la cual sólo sea capaz de devolvernos nuestro propio reflejo, ese que no nos llevará a ningún lado, que no genera cuestionamiento alguno. Un reflejo metálico, frío, duro y estéril. Lo opuesto a la sociedad imaginada por Donna Haraway,[9] una hecha de hummus y que en cada milímetro está compuesta de universos vivos que contaminan y se contaminan, que con sus diferencias se comunican, que son porosos, hummus que en su opacidad impide reflejo alguno, que se traga la luz, hummus que es tan suave y húmedo, amorfo, que por momentos parece agua, que por momentos se vuelve aire, un plasma que genera su propio calor. En el mundo del hummus se comprende el lugar del otro y la diferencia es esencial porque el otro es el otro y también es uno mismo.


Luz, en mi casa nunca me castigaron o reprendieron cuando me refería a ti con tanta falta de respeto y nula empatía, jamás se abrió una reflexión al respecto. Crecí en una casa donde mi madre, muchas veces al sentirse rebasada y agotada por la vida, por el cansancio y sin ninguna herramienta que guiara su crianza, castigaba duramente el error, la imprecisión, lo «incorrecto» con un escándalo, una violencia y una humillación hacia mi persona. Pero el no quererte sí estaba permitido, validado, hasta casi premiado. Muchas veces el odio que exprese hacia ti me devolvió una mirada amorosa de mi madre.

Luz, esto que escribo no significa nada en nuestra relación, tú estás muerta y yo sigo sin quererte, hay cosas que no se pueden reparar, pero en él intento aprendemos, y esto me ha permitido entender el lugar que yo misma ocupo en la cultura del odio y cómo ésta está ocasionando tanto daño al mundo en el que vivimos. ¿Cómo reparar nuestros feminismos desgastados, instrumentalizados y obsoletos?

Un día mientras me miraba, y por lo tanto te miraba en el espejo, recordé la historia de tu parto. Sabía que había sido muy complicado, sabía que casi te morías en esa azotea de José de Emparán que recordaba perfectamente, cerré los ojos y pude oler el miedo, sentir el dolor, porque el primero de mis partos fue así, difícil. Nadie supo lo que pasó en el momento que la partera llegó a ayudarte, por eso para averiguarlo te presté mi parto…, te presté mi infancia para decirte que un hijo es capaz de querer a su madre a pesar de lo monstruosa que ésta pueda ser, te presté a mi abuela Guille para que cortara el cordón umbilical de tu bebé y te diera ánimos, para que te cuidara como a mí, para que sus manos calientes te sanaran… y sí… lo logramos.

 

Luz se apagó… murió en los brazos del Negro, como casi lo iba a hacer en la primavera del 68, sólo que a la edad de 83 años en un traslado de ambulancia de Coyoacán hacia el Ajusco. Luz se apagó… envuelta en las lágrimas y el abrazo del único hombre que la amó, del único hijo al que quiso de verdad, al que amó con toda su alma, el Negro, ese que nunca regalo.

[1] «Salid de las cocinas, de vuestras casas, haceos con las herramientas para hacer películas». Frase célebre de la cineasta Agnès Varda, que durante años contribuyo a la liberación y el empoderamiento femenino muy necesario y disruptivo de la mitad del siglo XX y que ahora utilizo para evidenciar las exigencias que algunas feministas imponen a otras mujeres, sobre todo en la esfera intelectual, demandando se cumplan los estereotipos impuestos por el importante feminismo de los años 60. Ahora los tiempos han cambiado y creo que podemos considerar feminista el acto de estar en una cocina y todo lo que de esto se deriva, desde preparar alimentos hasta cuidar de alguien, será feminista siempre y cuando exista la libertad de hacerlo por voluntad propia y sin imposiciones.

[2] Pieza que formó parte de la exposición Tembló acá un delirio de la artista Ana Gallardo en el MUAC, 2024.

[3] Un caso paradigmático de instrumentalización del feminismo fue el fabricado movimiento «Antorchas de la libertad» en la década de 1920, que impulsó la compañía de cigarros Lucky Strike, haciéndolo pasar como legítimo, para atraer al otro 50% de consumidores a su mercado mediante una campaña de marketing que se apropio del discurso de la liberación femenina. En palabras del presidente de la American Tobacco Company, George Washington Hill: «Será como abrir una mina de oro justo en nuestro patio delantero».

[4] Término ocupado por Lorenzo Ramírez, periodista español especializado en economía y geopolítica, para describir la estrategia de disolución de las disidencias hecha por el poder hegemónico en occidente conformado por el Complejo Militar Industrial, Silicon Valley, Wall Street y Hollywood, que apuesta por la generación de un Pensamiento único para el control ideológico de la sociedad, el cual facilita la operación del capitalismo en cuanto a la explotación de la naturaleza y los recursos humanos.

[5] Pier Paolo Pasolini, El fascismo de los antifascistas, Barcelona: Galaxia Gutenberg, S.L. 2021.

[6] Ocean Vuong, On Earth We're Briefly Gorgeous, Barcelona: Anagrama, 2020.

[7] Krenak, Ailton, Ideas para postergar el fin del mundo. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2021.

[8] Byung-Chul Han, La salvación de lo bello, Barcelona: Herder, 2023.

[9] Donna Haraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno. Bilbao: Consonni, 2019.

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Texto publicado el 14 de marzo de 2025.