Por Fernanda Torrescof
Magali Lara (Ciudad de México, 1956) nos recuerda que lo personal es político. En Robar lo que me pertenece construye un lenguaje afectivo que entrelaza identidad, memoria corporal y emoción. Más que exponer lo íntimo, potencia su impacto al disolver los límites entre lo individual y lo colectivo. Su obra encarna lo femenino a través de la vida y sus matices, donde el deseo, la sexualidad, la muerte, la intimidad y la maternidad emergen como nociones que cuestionan la feminidad predeterminada por el concepto de género, alejándose de una visión esencialista de lo femenino.
En este sentido, la obra de Lara nos invita a cuestionar: ¿es el arte una herramienta introspectiva para el autoconocimiento o un medio que nos salva de nuestros propios desencuentros, permitiéndonos reapropiarnos de nuestra historia? Esta pregunta nos invita a replantear la función del arte, en su capacidad de ofrecer la posibilidad de crear espacios simbólicos que nos permiten comprender lo que somos o resignificar y reescribir quienes hemos sido. Debido a que su gesto pictórico no busca representar una realidad externa, sino desplegar un diálogo interno donde color, materialidad, forma y textura devienen testigos de la intuición, la memoria, el deseo y la pertenencia.
La galería RGR alberga la exposición Robar lo que me pertenece, cuya estructura no se limita a narrar la vida de Lara, sino que invita a un análisis de su relación sensible y afectiva con el mundo. A través de diversos medios –pintura, gráfica, libros de artista, gouache, video y textil– su obra revela cómo el color y la textura transforman la subjetividad en un acto de enunciación que subvierte los discursos hegemónicos sobre la identidad, cuestionando su supuesta estabilidad.
Las diversas piezas que conforman la exposición ofrecen un profundo estudio del gesto y de paisajes emocionales, experimentados a partir de materiales como óleo, pastel y grafito sobre lienzo o papel de algodón. Predominan tonalidades azules, grises, rojas y amarillas, con formas orgánicas que se disuelven en capas de trazos que se superponen, creando una sensación de movimiento y profundidad. Los títulos de las obras, por su parte, denotan las emociones que la artista busca transmitir mediante la abstracción y la representación de la forma. Estos trazos inscriben un acontecimiento vivido que escapa al lenguaje, tal como lo que se observa en la serie Miedo, donde lo común se ve atravesado por la melancolía y el presagio.
Esta serie, producida antes de la viudez de Lara, consta de cuatro pinturas en las que objetos cotidianos como jarrones, macetas y plantas emergen sobre fondos grises, evocando una cotidianidad teñida de nostalgia. Elementos aparentemente comunes adquieren un nuevo significado con el paso del tiempo y las experiencias vividas. La muerte, impredecible pero inevitable, se insinúa en estos escenarios como una presencia latente, intuida más que evidenciada.
En la serie Miedo, la intuición se me reveló como una sensación inquietante, incómoda y llena de incertidumbre, atravesada por la duda racional: ¿puede el presentimiento anticipar la realidad? Fue en ese encuentro con las obras donde la emoción emergió y se filtró entre la realidad física, la memoria del cuerpo y lo desconocido, como si este atravesara umbrales entre la coincidencia y un conocimiento alterno a la lógica.
Lara permite entablar un diálogo con ese campo de posibilidades que desafía la razón y roza el sinsentido. Un lenguaje otro. Un conocimiento otro. Una otredad que, a través de la plástica, encarna sentimientos incomprendidos por el polo consciente de la psique, pero inscritos en el imaginario, profundamente arraigados en el cuerpo. Siguiendo esta idea, Miedo nos conduce hacia un pensamiento mudo, como lo denomina el filósofo francés Jacques Rancière (2001) aquel en el que el cuerpo, lo inconsciente y lo afectivo comunican a través de símbolos que pueden ser decodificados en otras significaciones.
Lejos de reafirmar una esencia femenina, la práctica de Lara cuestiona las estructuras que imponen una diferencia sobre el cuerpo, orientándolo hacia la censura, la violencia y lo estático. Desde esta postura crítica, su obra refleja la tensión entre las expectativas impuestas al cuerpo femenino y las limitaciones socioculturales que lo atraviesan. El gesto conceptual de la mancha y las texturas frías, cálidas, grisáceas o neutras, permite una exploración de la experiencia femenina desde su propia subjetividad. De esta manera, su producción no solo desafía las concepciones sobre lo que se entiende por feminidad, sino que también la explora mediante la decisión técnica de emplear la pintura y el dibujo como una totalidad, y no como entidades separadas.
Es a partir del análisis de su obra Glaciares que Lara propone dos estrategias dentro del arte contemporáneo. La primera es la contemplación, un acercamiento que exige del espectador una sensibilidad dispuesta a ser afectada tanto emocional como conceptualmente su percepción, permitiéndole formar un juicio propio a través del tiempo dedicado a observar las piezas. La segunda estrategia radica en la relación que el espectador establece durante su recorrido: los textos que acompañan la obra le ofrecen la posibilidad de reinterpretarla o conectar con el relato que evocan los glaciares, de la misma manera que la artista, en su búsqueda de pertenencia, descubre en ellos paisajes emocionales y experiencias de vida. En este proceso, la contemplación puede transformarse en una transferencia donde el espectador no solo observa, sino que es posible crear su propio vínculo de pertinente.
La instalación Glaciares se compone de una serie de pinturas, un video y un texto escrito por la artista, El relato de los glaciares, mediante el cual realiza un análisis introspectivo sobre su relación con la naturaleza y su representación en su práctica. Este proceso interroga su identidad desde su propia experiencia, su lugar de origen, su acercamiento a la pintura y la memoria afectiva que configura su esencia. El texto sugiere que Lara concibe su práctica como un medio de autoconocimiento, enfocándose en los procesos afectivos que surgen durante la producción: su relación con la pintura de flores y su necesidad de pertenencia vinculada a la actividad que su madre y su abuela compartían juntas, y la influencia de su nombre: Margarita Rosa.
Para Lara, las flores adquirieron un nuevo significado tras su experiencia de viudez y maternidad, momentos que la llevaron a habitar el paisaje desde una profunda sensibilidad y una perspectiva feminista, pero también la condujeron a experimentar un fuerte sentido de pertenencia.
La tristeza que habitaba en sus paisajes la llevó a asociarlos con la muerte, una relación que se activó al escuchar el sonido de los glaciares argentinos, donde viajó y experimentó con el grafito y el gouache azul. El derrumbe del glaciar evocó en ella el derrumbe familiar que vivió tras el fallecimiento de su padre, sus hermanos y su primer esposo. Sin embargo, esta experiencia también le permitió atravesar la pérdida a partir de una nueva relación consigo misma, que se va reconstruyendo y re-conociendo desde lo vivido. Como señala el psicoanalista francés Jacques Lacan, no existe una realidad previa al discurso; cada realidad se define y construye a través de él (2021). Por lo tanto, su experiencia con el dolor no solo estuvo marcada por la ausencia, sino también por la resiliencia de rescatar a belleza, incluso en la muerte de una parte de sí misma, surgiendo una nueva identidad que solo pudo forjarse a través del conocimiento de la pérdida.
Desde los paisajes emocionales de Lara, su obra no solo crea un espacio de introspección donde lo inconsciente toma forma, sino que también se erige como un acto de resistencia frente a las estructuras que buscan fijar la identidad en términos rígidos e inmutables. De esta manera, su gesto pictórico se convierte no solo en un medio no solo de autoconocimiento, sino también de transformación, donde las emociones, la memoria y la subjetividad adquieren una forma tangible mediante el material, la textura y el color, desafiando las nociones preestablecidas sobre lo que significa ser y pertenecer.
1. Lacan, J. (2021). El seminario 20: aún.-1a ed. 19a reimp.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós.
2. Rancière, J. (2001). El inconsciente estético. Buenos Aires: Del estante editorial.
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Texto publicado el 21 de marzo de 2025.