Marina Abramović: Faros, estrellas y estrelladxs
Por Julia Pérez Schjetnan
I met a woman long ago
her hair the black that black can go,
Are you a teacher of the heart?
Soft she answered no.
Leonard Cohen
La protagónica y a la vez fantasmal presencia que Marina Abramović (Belgrado, 1946) tuvo durante la semana del arte en la Ciudad de México me dejó con una reflexión agridulce en torno a lo que debe ser[1] unx artista en el mundo actualmente. Esta reflexión se enmarca en una encrucijada entre el obsoleto mito del artista genio y el decadente relativismo de que todo el mundo es o puede ser unx gran artista. Por un lado, está la exaltación de los grandes dones del individuo: aquel artista grandioso que abreva de los cantos de las musas. Un discurso que, como sabemos, omite el reconocimiento de las estructuras sociales e institucionales que han situado históricamente a estos sujetos, asumiendo como universales sus experiencias. Por otro lado, se manifiesta una especie de miedo colectivo a identificar en lxs artistas y su trabajo algo más que la enunciación de sus condiciones materiales e identitarias; alguna cualidad especial, un carácter, una potencia, una valentía de corazón. En este otro lado, se construyen íconos desechables, ya no desde una cuestión de genialidad, sino desde la capacidad que tienen para volverse productos justificables para su consumo.
¿Cómo pensar una o varias posibles salidas ante esta contraposición?
El dilema entre el vanagloriamiento del artista excepcional y la difuminación de su figura en un contexto que sobrevalora su imagen y el discurso alrededor de su obra quedó cristalizado ante mis ojos con la reciente visita de Marina Abramović, específicamente su participación en el evento de “La Cuadra”. Este curioso acontecimiento tuvo lugar el jueves 6 de febrero en el naciente centro cultural La Cuadra, ubicado en la Cuadra San Cristóbal, desarrollada por Luis Barragán en 1966, cuando el municipio de Atizapán de Zaragoza en el Estado de México era una zona rural al noreste de la Ciudad de México. Abramović fue invitada a este recinto periférico para llevar a cabo la presentación de dos actos.[2] El evento comenzó con una conferencia que en la cartelera de Zona Maco se anunció con el título de La introspección del tiempo, en la que la artista ofreció una suerte de clase de historia del performance junto con un repaso de su propia trayectoria performancera. Luego, en un evento separado y de acceso más restringido, tuvo lugar un performance en el que Abramović leyó su Manifiesto de la vida de una artista. Durante la lectura, el curador Pablo León de la Barra protegía a la artista del sol con una sombrilla, mientras caballos daban vueltas alrededor de ella montados por jinetes que blandían banderas blancas con la inscripción en color rojo “ART IS OXYGEN”. Así, entre la teatralidad de la escena y el aura de fascinación vacía que la rodeaba, el evento mismo encarnaba la pregunta sobre qué significa ser artista hoy.
Como un paréntesis, cabe mencionar que la justificación de la participación de Marina Abramović en la presentación de la nueva vida de La Cuadra, giró en torno a ciertos paralelismos entre las visiones artísticas de Barragán y la artista serbia. Por ejemplo, se enfatizó en la importancia que ambxs han otorgado al silencio, la soledad y la meditación en su trabajo. Dicha conexión entre estos personajes, aunque se lee un tanto forzada, sí puede rastrearse a partir de una comparación del manifiesto que compartió Abramović y el discurso que Barragán dio en 1980 cuando ganó el Premio Pritzker.
Sobre el performance de Abarmović en La Cuadra hay que decir que la atmósfera en la que se situó era confusa. La puesta en escena de la lectura del Manifiesto de la vida de una artista tenía una estética militaresca que me resultó inquietante. Es cierto que Abramović ha hablado en diversas ocasiones sobre la relación que ve entre ser artista y ser soldado, una idea que no es menor, considerando que tanto su padre como su madre fueron partisanos yugoslavos, y que ella creció bajo una estricta disciplina que ha trasladado a su práctica artística. En este sentido, la noción de que el arte exige resistencia, rigor y un sacrificio casi místico ha sido un eje recurrente en su discurso. Sin embargo, esta visión se torna peligrosa cuando se entrelaza con un contexto en el que la figura de la artista se maneja como una especie de marca exclusiva, dirigida a una élite cultural. Esto agrava al considerar el tipo de público que asistió, compuesto en gran parte por allegadxs al anfitrión fantasma Fernando Romero, para quienes la presentación parecía más un espectáculo privado que una confrontación con la radicalidad que la artista pregona. En lugar de ver al arte como un campo de resistencia y entrega a una causa mayor, se presenta a la artista más como una figura poderosa y autoritaria, a la vez que plana y objetificada ante un público que no hace más que aplaudir. Bajo esta óptica, podría decirse que el evento de La Cuadra partió de un aparato que sintetiza de la peor manera la encrucijada que articula este texto: una especie de banalización del brillo de la estrella.
Ahora bien, a pesar de todo, quiero decir que ver y escuchar a Marina estuvo… ¡muy chido! Personalmente, en un tiempo en donde ya nadie cree en nada, me pareció potente escuchar la lectura de un manifiesto tan intenso y sin ningún rastro de ironía. Presenciar la convicción de una artista que cree en lo que hizo, hace y hará, logró transmitir algo muy genuino que honestamente me conmovió. Además, creo que es importante reconocer que a pesar de cómo se ha transformado su figura dentro del mundo del arte, Abramović innegablemente ha sido un referente del arte contemporáneo y su experiencia es tan rica como interesante, por decir lo menos. De repente me hace mucho sentido la idea de escuchar a alguien que, objetivamente y más allá de los discursos que reinan momentáneamente en el medio, tiene algo (mucho) que compartir.
Si bien varios puntos del manifiesto, como su postura ante el sufrimiento, el suicidio, la vida amorosa, las posesiones y el funeral de unx artista me parecen excesivos, otras ideas me resonaron mucho y hasta me inspiraron.
A continuación, me permito enlistar algunos de los puntos de Manifiesto de la vida de una artista que fueron mis favoritos y que de hecho incluiría en mi propio manifiesto sobre lo que deber ser unx artista:
● Unx artista no debería convertirse en un ídolo
● Unx artista debe desarrollar un punto de vista erótico sobre el mundo
● Unx artista debe ser erótico
● Lx artista debe dar y recibir al mismo tiempo
● A veces es difícil encontrar la clave
● Unx artista tiene que entender el silencio
● Unx artista debe explorar la vida y el trabajo sólo cuando una idea le llega en un sueño o durante el día como una visión que surge súbitamente[3]
● Unx artista debe evitar la contaminación de su propio arte
● Unx artista debe tener amigxs que le levanten el ánimo
● Unx artista tiene que ser consciente de su propia mortalidad
Hubo algo muy refrescante de escuchar estas frases tan ridículamente contundentes, especialmente en el contexto de la semana del arte, donde justificaciones sofisticadas pero titubeantes suelen ser los discursos que rondan en el aire. Buscamos convencernos entre nosotrxs y a nosotrxs mismxs de que “x” obra vale la pena, que “x” artista es la nueva promesa, que “x” espacio funge como un pivote clave en el panorama de la Ciudad de México ¿pero realmente lo creemos? Cada vez es más difícil leer el cuarto, todxs parecemos perdidxs entre la casi nula unanimidad sobre quién y qué importa y quién y qué no mucho. Ante este panorama, me gustó hallarme frente a alguien como Marina Abramović, quien, más allá del gusto personal, mantiene una relevancia particular. Marina es como un faro: una tecnología antigua que de alguna u otra forma se ha logrado adaptar a los tiempos, pues siempre viene bien una luz extensa que oriente el camino, o al menos un camino.[4]
En este sentido, y para terminar de hilar la reflexión sobre la posible salida del dilema que he querido identificar a lo largo del texto, me permito hacer alusión a otro dato sobre el encuentro que sucedió el 6 de febrero en La Cuadra. Me enteré a través de un miembro de su equipo que el centro cultural tuvo la intención de que asistieran al evento estudiantes de quince universidades públicas y privadas de carreras como historia del arte, artes visuales, danza, teatro, diseño y arquitectura. La idea era hacer del espacio un lugar significativo para la comunidad estudiantil. Este intento tuvo que haber sido muy pobre, ya que casi no había gente joven en el público, mucho menos de apariencia estudiantil, probablemente porque el acceso al lugar era bastante complicado, especialmente sin coche. De haber existido un compromiso real con este propósito de incluir a un público estudiantil, al menos podrían haber facilitado su llegada.
Aun así, sin decir que la intención es lo que cuenta, me parece curioso saber que esta invitación siquiera se haya puesto sobre la mesa, porque encuentro en este (no)gesto una posibilidad para pensar qué puede significar ser unx artista. Me pregunto qué hubiera pasado si el evento se hubiera concebido de otra manera, si el propósito central hubiera sido justo el de contactar a Abramović con estudiantes de arte y no con un círculo de elegidxs y metiches que fuimos a ver a la gran Marina Abramovíć. El discurso de la artista serbia quizá habría tenido un impacto más coherente con su mismo contenido. Después de todo, si el arte se sostiene en la transmisión de experiencias, ¿no tendría más sentido que unx artista asumiera un rol de guía? No desde la figura de quien impone un modelo a seguir, pero sí como alguien que se ofrece como punto de referencia, como un faro.
[1] Es importante decir que llevo ya un tiempo, al menos lo que va de mi vida profesional, rehuyéndole a la responsabilidad de asumir que algo, cualquier cosa, deba ser de cualquier manera. Sin embargo, parece ser que mi indeterminismo tocó fondo y de repente me invade la necesidad de emitir declaraciones sobre las cosas.
[2] El día anterior, Abramović impartió también en La Cuadra el taller Cleaning the House, donde 18 participantes previamente seleccionadxs experimentaron una versión condensada del programa basado en su “Método Abramović”. La selección al parecer se realizó de manera interna a partir del envío de un CV, un cuestionario y una entrevista, tras una invitación al proceso (el fundamento de a quiénes se le mandó la invitación es incierto). Hay que sospechar ampliamente de los criterios de selección, pues entre el pequeño grupo de “artistas” elegidxs, estaba la hija de Fernando Romero, actual propietario de La Cuadra.
[3] ¿Quién más se atreve a decir esto? ¿Y si las musas existen?
[4] Perderse en la bruma está chido, pero siempre nos puede alcanzar una luz inesperada.
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Texto publicado el 28 de marzo de 2025.