La memoria de la sustancia de oswaldo ruiz
Por Ricardo Pohlenz
Desde el título mismo de la exposición, Oswaldo Ruiz declara –sin tapujos- la esencia poética de su trabajo formal. Asumido como fotógrafo y abocado –todavía hoy– al uso de materiales analógicos, nos impone una versión de las cosas (o del mundo, si se quiere) que no pasa todavía a través de la red de pixeles para manifestarse desde lo aparente como una sustancia. La fotografía y su proceso son todavía el vehículo y último medio posible para una transmigración. La luz como herida fotoquímica, misma que al asumir las zonas oscuras del revelado permite en la impresión dejar en los blancos lo que puede describirse –todavía– como una forma de escritura. Pesa, de una manera que la imagen digital no puede, aún en la simulación que se hace al reproducirla en pantalla.
Esta toma de postura, dada a la materialidad y los procesos fotoquímicos, no es más que el punto de partida para un ejercicio formal que muestra y enumera una objetualia desnuda, deslindada de sus referentes, en lo que puede describirse como un catálogo luminoso de aquello que entraña zonas de sombra. De la misma forma, podríamos deslindarnos de sus referentes, absorbidos en la luz que baña y conforma una lista de posibilidades y descubrimientos, pero el texto de sala está ahí para recordarnos de dónde vienen, a dónde van y cuál puede ser su sentido último. Se trata, de hecho, de dos series distintas, que nos permiten –desde sus discrepancias y correspondencias– un proceso de obra, en términos formales y conceptuales.
La primera es Materia Mnémica realizada para InSite / Casa Gallina en 2018 con curaduría de Josefa Ortega, misma que, teniendo como punto de partida un gabinete de madera y materiales farmacéuticos en los que ha dispuesto 23 sobres que guardan 23 fotografías realizadas en plata sobre gelatina, describe –o si se prefiere, enumera– una conversación surgida con los vecinos de la colonia Santa María La Ribera en la que se recurre al imaginario de la medicina homeopática para hacer un catálogo emocional de venenos, en aras de conjurarlos en pos de una sanación. Las imágenes reproducen objetos que van desde lo muy concreto, sea una botella de alcohol etílico, un diente de ajo, un grano de cacao o un espejo de dentista, hasta aquellos que, en sí mismos, no se dicen sino en su posibilidad, como lo es la fuga de gas implicitada en el retrato de una tubería, la prenda de ropa que es adjudicada a un pariente o el suaje del emblema de Batman, desde donde apela a una contaminación cultural que nos remite a las bondades paradójicas de la tropicalización.
La segunda es Todo lo sólido, y es parte de un proyecto todavía en proceso que realiza en colaboración con Ariadna Ramonetti, quien es la curadora de esta selección, y que parte de su colaboración que resultó en el ensayo visual Todo lo sólido (se desvanece en el aire), publicado por el Departamento de Arte y Diseño de la Universidad de Monterrey en 2020 y que lleva el subtítulo Extractivismo y necropaisaje en el noreste de México, donde ambos dan cuenta –en términos de devastación– de una práctica que se replica en diversas regiones del país. El título del ensayo alude el título de libro de filósofo marxista Marshall Berman, en el que define a la modernidad como “una vorágine en perpetua desintegración”. El término necropaisaje había sido utilizado ya por Ariadna Ramonetti en su tesis doctoral, En la boca del agua, en la orilla del centro: territorio, agencia y política en la ribera nororiental del Lago de Texcoco para describir el deterioro sufrido por el paisaje a partir de la extracción de piedra volcánica en la zona aledaña a dónde iba a construirse el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. El término lo traduce a partir del uso que hace la académica Jill H. Casid de necro landscaping tomado de las teorías necro políticas de Achille MBembe inspiradas por el pensamiento de Michel Foucault.
Frente a la extracción indiscriminada de la cantera de las montañas aledañas a la Ciudad de Monterrey y la manera dramática en la que ha afectado el paisaje, Oswaldo Ruiz y Ariadna Ramonetti, traídas a cuento sus propias experiencias en cuanto a la investigación y representación de los devastamientos de entornos sociales, han constituido en la paradoja implícita de Todo lo sólido (se desvanece en el aire) una suma de fuerzas que, en su denuncia de lo evidente, nos presentan un páramo visual y conceptual tan atroz como fascinante que actualiza el futuro, sus alcances y posibilidades.
Pero aquí, el paréntesis se ha desvanecido con todo y aire, para constituirse sólido, en los términos en los que la fotografía análoga permite esta materialidad. Aunque algunas de las imágenes contenidas en este ensayo visual fueran incluidas en la exposición. Está, por ejemplo, el fotomural Desdoblaje (2020) que da cuenta del deterioro del cerro Topo Chico, donde se puede apreciar la tajada desaparecida como si hubiera sido cortada por un cuchillo gigante. Esta ausencia sirve de marco a una nueva zona residencial de lujo que, aislada en sí misma e imponiéndose al paisaje marginal que la rodea, nos insiste en la ilusión de esta una inercia que se nos podría presentar natural –en aras de un progreso al que todavía apelamos– que enajena y destruye recursos y calidad de vida.
Es desde ahí que las fotografías de Oswaldo Ruiz nos van llevando paulatinamente a una objetivación –semejante a la que hace con Materia Mnémica– que, desarticulando –en tanto apareceres– rocas, muros, esculturas y espacios, marca una distancia que apela a lo fantasmático: desapercibido y enajenado, lleno de luz, sirviendo de catálogo para una arqueología futurista que pudiera reunir –desde una afectividad negativa– un espacio emocional en el que se confunden necesidades básicas, explotación, convencionalismos culturales y ese último remanente que lo traiciona todo desde la ilusión de lo posible. Ese mecanismo paradójico en el que producto y consumo acaban por convertirse en el sustrato último de nuestros afectos, referencialidades y experiencia de mundo.
Según refiere Ariadna Ramonetti en el ensayo visual, muchos artesanos, entre los que habitaban los municipios rurales de los alrededores y aquellos llegados de diversos puntos de la república, fundaron estas colonias en los años setenta. Todavía hoy, habitando las inmediaciones de las canteras, se dedican a la producción de figuras decorativas diversas que constituyen, documentadas por el fotógrafo, un pequeño bestiario del fasto pequeño burgués con pretensiones neo-clásicas. Leones, hipocampos, tortugas y águilas conviven con capiteles, nichos, paneles y columnas jónicas, cada una dispuesta frente a la cámara, brillando luminosas en el blanco que, degradado, convive con los grises que le dan peso y profundidad en contraste al fondo negro en el que han sido dispuestas, emulando y trascendiendo la impronta del product shot desde donde remeda y conjura la cualidad excepcional de lo aparente.
Al final, Oswaldo Ruiz sabrá necesario que, frente al despliegue formal del que ha hecho gala, exista una imagen que reúna todos estos objetos y que se llame, tal cual, Todos los sólidos (2023). Dispuestos de manera armónica, con las mojoneras a los extremos y custodiadas por los leones, el resto de las figuras y soportes quedan repartidos al centro. Su tamaño, fuera de proporción en el retrato individual que hace en las impresiones de plata sobre gelatina, se revela mínimo y constituye –como lo demás– el en-lugar-de que impone desde la imagen como poética y materialidad.
Aun tentados a la posibilidad de que hubiera dispuesto como instalación este concurso de figuras, no sería una dádiva, como lo fue el gabinete que constituye el eje central de Materia Mnémica. Aquí, más que constituir un eje, se convierte –en tanto derivado formal– en una consecuencia predecible: una instalación que no es una instalación, que inasible, la presenta para decirla, en la imposibilidad de su evidencia física más allá de su documento. Se trata, al final, a pesar de su aparente materialidad, de apariciones luminosas. Al final, nos insiste en esto, a partir de una nueva fotografía de 2022 que realizó retomando otras hechas de gasolineras y gaseras en 2004: iluminadas en la noche, mismas que se van perdiendo en la ilusión de disolverse en la negrura de la noche que las rodea.
La memoria de la sustancia, de Oswaldo Ruiz, se presenta en la Galería Patricia Conde, del 8 de julio al 2 septiembre de 2023.