NOS VAN A CABULEAR[1]
Eugenio López, Damián Ortega, Alejandra Frausto, Agustín Coppel y Mónica Manzutto. Foto: Tomada de la cuenta X de Alejandra Frausto.
Hideki Yukawa*
Después de leer la tibia crítica de Ricardo Pohlenz en este espacio editorial, me armé de valor y ánimo dominguero para visitar la exposición Pico y elote de Damián Ortega en el Museo del Palacio de Bellas Artes, constaté una vez más que la crítica de arte en México puede ser una evasiva tragicomedia que elude el fastidioso ejercicio de la disección, la incómoda profesión de ser realmente crítico se confunde fácilmente con el triste y aburrido análisis semántico de una obra. Resulta más redituable no arriesgar el pellejo y divagar en nimiedades que decir lo que uno piensa o, en el peor de los casos y para estar todos contentos, se puede practicar el deporte nacional de voltear para otro lado y guardar silencio.
Más allá del gusto o discrepancia por la obra de Damián Ortega, hay circunstancias y situaciones que atraviesan buena parte del trabajo expuesto que ameritan ser deletreadas a través del truculento abecedario de la vida cultural en México, la narrativa de una tradición muy nuestra que va de la contradicción al asombro, pasando por la incomprensión del desconocimiento que después transmuta en un cegador aplauso de reconocimiento. Cómo buen país colonizado que somos, seguimos dependiendo de los viajes de ida y vuelta para fabricar ese artificio tan jugoso del imaginario nacional, el gran negocio de dar la vuelta al mundo para regresar triunfalmente a los orígenes. La falsa travesía de una dudosa proeza. La construcción de personajes cuasi héroes nacionales se nos da muy bien: muralistas redentores de la patria, poetas genetistas de una identidad en forma de laberinto o artistas conceptuales convertidos en charros culturales. Es habitual ver a los personajes de esta fábula nacional ubicarse hábil y cuidadosamente en la delgada línea entre la distancia y la cercanía del poder económico y político en turno. Paradojas que muestran sus debilidades y dejan ver los síntomas de las frágiles relaciones de poder en alto contraste con los abismos sociales de un país roto pero entero y por ende, velada y orgullosamente nacionalista; vamos, ahora hasta prehispánicos somos cuando todavía hace poco tiempo lo qué más deseábamos en este mundo era ser internacionales y globales.
En el caso de la exposición Pico y elote resaltan los dotes coquetos y juguetones del trabajo, la naturaleza derivativa del cuerpo de obra puede ser todo y nada a la vez pero en un rinconcito de la muestra hay una foto de un Vocho enterrado (Beetle 83’ del 2002) que podría ser la obra más atinada y significativa de la expo, sintoniza de maravilla con el peculiar aire fúnebre de mausoleo que se respira en el Palacio de Bellas Artes con ese mármol negro tan Art Decó, tan revolucionariamente institucional que ni siquiera las funerarias de gran prestigio podrían soñar con tan distinguida y elegante arquitectura.
En el recorrido de sendo recinto histórico y cultural recordé una obra de Damián de principios de los 90’s; si la memoria no me falla, estaba conformada por la palabra STALINISMO hecha en mayúsculas de acero y buen tamaño erguidas por separado, la T era la única letra que reposaba en horizontal sobre el piso de tal forma que se leía SALINISMO. Dicha obra obviamente brilla por su ausencia en Pico y elote en un contexto en el que casi todo el tiempo están presentes los estragos del neoliberalismo cómo supuesto motor de las ideas e intenciones del trabajo. El osado ejercicio de nombrar se fue desdibujando con el tiempo hasta convertirse en una caricatura invisible. El mismo artista insiste que el problema de la representación lo llevó a trabajar con la presentación de materiales de forma directa y honesta al articular y desarticular los objetos en los que el ingenio parece que se remplaza por el ingenuo devenir de las interpretaciones o lecturas de la obra en el complejo paisaje que abraza la exposición, en un país donde el hombre más rico duplicó su fortuna durante el actual gobierno[2] y, casualmente, esa distinguida persona ha sido por más de tres décadas el mayor promotor y cabecilla de la economía de libre mercado, no solo en México sino en todos y cada uno de los rincones del mundo donde ha hecho negocios. Precisamente la semana pasada apareció en redes sociales una fotografía del expresidente Carlos Salinas de Gortari acompañado de Quirino Ordaz Coppel, embajador de México en España, designado por el actual presidente, en la foto aparece también el empresario y reconocido coleccionista de arte Juan Antonio Pérez Simón. La instantánea fue tomada en días recientes durante la fiesta que ofreció en Madrid este hombre de negocios que, por cierto, es íntimo amigo y socio de Carlos Slim. El chiste se cuenta solo, no es necesaria ninguna de las 120 jornadas[3] de Sodoma y Gomorra, la distorsión le da forma a la realidad, es la realidad, un elote muy picoso.
El problema de la presentación ahora pasa a ser un grave asunto de representación, una imagen que se desmorona en cámara lenta pero al mismo tiempo se le cuelga rápidamente una bandera, un flamante estandarte de la intrépida lucha contra el sistema, la valiente resistencia contra lo establecido pero ojo, no se confundan ni se enfaden, no estamos hablando de una trama añeja, anquilosada ni aburrida, se trata de una lucha jocosa y divertida porque el humor hace parte de la reflexión. El hijo pródigo de la nación va rebasando a su maestro por la derecha disfrazada de izquierda, sigilosamente se convierte (o lo convierten) en portavoz de un movimiento de regeneración nacional desastroso y trasnochado. Una transformación muy conveniente para restaurar la imagen de un país devastado por oportunistas de todos colores y sabores. El neoliberalismo encapuchado de un café descafeinado y, claro está, orgánico.
* Hideki Yukawa es Jonathan Hernández (México, 1972). Desde 2018 le ha dado vida a su seudónimo a través de distintas labores, exposiciones y textos. Su primer aparición pública fue en el año 1996 en A Perfect Vacuum, una falsa exposición colectiva de artistas internacionales que parodiaba el auge del arte contemporáneo internacional y global.
[1] Damián Ortega en charla con el curador de la muestra. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=sCTmxY-0CAg
[3] 120 jornadas (conjunto formal, orgánico, prehispánico y barroco), 2020-2023. A partir de la forma original de la botella de Coca-Cola se muestran dentro de una gran vitrina 117 esculturas de arcilla de Oaxaca recocida y 3 esculturas de cerámica de alta temperatura. Obra de Damián Ortega que pertenece a la Colección FEMSA.
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