Por qué no se debe bailar en el Munal*
Por Federico Navarrete
¡Oiga! Sí usted. ¡Oiga!
¿Sabe usted donde está?
¡Está en un lugar especial e impresionante!
Aquí es un museo. Aquí no puede entrar a todos lados.
Este es un lugar de gran valor artístico. ¡Un recinto poco menos que sagrado!
Aquí venimos a respetar, a admirar nuestro patrimonio… No a desvirtuarlo.
Este es un lugar de categoría. Un sitio de respeto que resguarda obras de arte de extraordinario valor histórico.
¡El Munal es un recinto de Arte!
¿Entendió?
Y el arte no es para ignorantes, es para gente que sabe apreciar, valorar las grandes obras.
¡La historia se conserva y el patrimonio se defiende!
Este es uno de los pocos recintos verdaderamente extraordinarios de nuestro país dedicado integralmente a salvaguardar y compartir la belleza duradera de las bellas artes y música.
Es un lugar para gente culta. ¿Es usted culto?
A ver demuéstrelo. Compórtese como la gente culta. No calce huaraches. Vístase con decencia. No corra, no brinque, no grite.
No agite los brazos, no sacuda la cabellera. Las manos deben estar entrelazadas detrás del cuerpo o los brazos cruzados adelante del pecho. Baje la cabeza ante las grandes obras. Aprecie su belleza en silencio.
Si quiere puede copiar las cédulas en su cuaderno. Incluso puede tomarse selfies, si tiene un smart phone, para que sus amigos del feis comprueben que pasa su día en actividades culturales. Si se aburre, puede ver a los demás visitantes y juzgar quiénes de ellos merecen estar aquí, como Usted.
Pero sobre todo, no venga a bailar. ¿Escuchó?
¿Cómo se le ocurre bailar en un espacio como este?
¡Qué atropello!
¡Qué barbaridad!
¡Qué ignorancia!
¡Qué falta de inteligencia!
¡Qué poca sensibilidad!
¡Qué vulgaridad!
¡Qué falta de cultura!
El baile está bien… a todos nos gusta…el baile es cultura. Pero no aquí, no manchen.
¡Todo en su lugar!
Si quiere bailar váyase al California.
Váyase a un congal.
Váyase a un cabaret.
Váyase a bailar reguetón.
Váyase a la plaza de toros.
Váyase a una quermés.
Váyase a su barriada.
Váyase a su tianguis.
¡No es cierto, en realidad, el baile no es cultura!
Ésa es una idea de "artistas" entre comillas de chairos resentidos y de políticos nacos. ¡Que no se confunda el arte con lo populachero!
¡Eso es una godineada!
Esos bailes son un "verdadero asco".
Lo digo aunque las hordas de Ecatepec vayan a buscarme.
Lo digo porque no quiero que transformen este museo en un espacio vulgar.
Lo digo para que la chusma no invada al Munal como si fuese despojo.
Lo digo porque no permitiremos que el Munal sea pisoteado por unos nacos desvergonzados.
¡Basta de decadencia cultural y de valores!
¿Sigue aquí? Bien ahora aprenda lo que es la Cultura con mayúscula, la verdadera.
Busque un espejo y obsérvese. Si está bien vestido, si no viene aquí a bailotear, entonces puede ser una persona culta, como nosotros, los que sí sabemos venerar y defender este lugar.
La Cultura con mayúscula nos pertenece en verdad sólo a unos cuantos. En primer lugar a la gente con alcurnia, la que tiene apellidos dobles y de prosapia criolla. A la gente que "mamó" el buen gusto, por decirlo con vulgaridad, para que todos entiendan.
Una persona culta no es como los funcionarios ignorantes e irresponsables nombrados por ser parientes o cuates de sus jefes.
Una persona culta firma peticiones en change.org y se preocupa por la defensa de nuestro patrimonio.
Una persona culta sabe admirar el arte.
Pero también puede llegar a ser culto alguien bien educado, es decir, alguien que ha pagado para su educación de calidad, que ha aprendido idiomas extranjeros, como el inglés o el francés, no los "dialectos" indios, claro está.
Una persona culta que se supera cada día y viene a los museos para ser cada vez mejor.
La Cultura con mayúscula es un asunto de élite y si Usted se porta bien, si escucha y aprende, podrá ser parte de la élite. En este museo, al menos.
Por eso la Cultura con mayúscula necesita ser defendida, porque siempre está en peligro de perder su categoría, de ser arrasada por los que vienen de fuera y no tienen derecho de estar aquí. Como los que quieren bailar en un museo.
¿Comprendió? Aprenda.
Desde que existen, los museos en nuestro país han tenido que establecer límites, levantar barreras, limitar el acceso a las hordas que los amenazan.
Le voy a contar la triste historia de uno de nuestros más insignes monumentos: la piedra de la Coatlicue tallada por los aztecas.
¿La conoce verdad? Eso espero. Si no, anote en su teléfono, si tiene, o en su agenda de papel que debe ir al Museo Nacional de Antropología. Si ya ha estado ahí, regrese. Nunca sobra repasar nuestra cultura, como nunca está demás planchar bien la camisa antes de ponérnosla.
Obsérvela con respeto, como ya le enseñamos. Contémplela en silencio, aprenda a admirar su belleza, siéntase orgullosa por las glorias de nuestros antepasados, valore nuestro patrimonio. Para eso son los museos.
No lo olvide, porque ahora le voy a relatar una historia de lo que no se debe hacer. De lo que nunca permitiremos que suceda con los tesoros de nuestro pasado.
Hace más de 200 años, antes de la Independencia, cuando la excavación de una tubería desenterró esta obra de arte, la gente culta, que eran entonces todos españoles y criollos, admiró, con un poco de horror, su tamaño y su extraña belleza.
Comprendieron de inmediato lo que era esa grandiosa figura, una obra de arte que testimoniaba de la gran cultura de los aztecas y que debía ser fuente de orgullo para sus descendientes, que eran ellos.
Sin embargo, otras personas, personas diferentes e inadecuadas, tuvieron otra idea. Los indios de la ciudad se acercaron a la piedra con veladoras y flores, le rezaron, se arrodillaron ante ella. Horrorizadas, las personas cultas, vieron cómo la convertían en un ídolo, un objeto de adoración. Tal cosa estaba prohibida, y era del todo inadecuada (como bailar en un museo), de modo que las personas que saben, todos criollos y españoles, tuvieron que tomar una grave y terrible decisión: volvieron a enterrar a la Coatlicue, para impedir que fuera mal utilizada por los indios.
Treinta años más estuvo la gran piedra bajo la tierra. Sólo cuando un visitante europeo, como el insigne barón von Humdoldt, pedía verla era desenterrada. Pero nunca más se permitió que los indios perpetraran sus idolatrías con la Coatlicue. Dios nos libre.
Ahora por suerte, la estatua está en el museo, donde debe estar y todos sabemos que es una obra de arte, no un ídolo.
¿Todos? No, aun existen personas que insisten en adorarla cada 21 de marzo. Lo bueno es que ahora piden permiso y se comportan bien, no tocan, no dañan, no manchan la pieza. Y los custodios los vigilan para que no pase nada inadecuado.
Espero que esta historia le haya enseñado una lección. Espero que le haya mostrado la importancia de las distinciones.
La Cultura y el Patrimonio con mayúsculas, deben ser separados del resto de las cosas que hacen las personas, de sus culturas populares, de sus tradiciones, de sus costumbres, de sus bailongos, de sus aquelarres. Esas otras cosas están bien, si a usted le gustan, pero deben quedarse siempre en su lugar, allá afuera. Nunca deben entrar a contaminar el espacio de las mayúsculas, los Museos con sus Obras de Arte donde se exhibe el Patrimonio invaluable de la Patria.
Afuera usted puede divertirse, comer, bailar, atascarse, si quiere. Ese es su asunto y si lo hace en privado, mejor. Pero aquí adentro, en el espacio de la Cultura, debe venir sólo a apreciar, a admirar, a observar, a sentir orgullo. Debe tener cuidado de las cosas, debe respetar, debe cuidarse de no comportarse mal.
Y entienda, la Cultura y el Patrimonio es sólo lo que deciden los expertos. Para eso estudiaron: ellos son los historiadores del arte que le enseñan cuáles son las mejores pinturas, los coleccionistas que han comprado y reunido el mejor arte, los arqueólogos que han desenterrado las grandes piezas de nuestro pasado. Sólo ellos pueden decidir lo que merece estar aquí adentro, en los museos. Y sólo ellos pueden determinar para qué sirven esas obras maestras. Porque el verdadero Arte, con mayúsculas, debe ser Puro y ellos se encargan de purificarlo.
Si dejamos que los demás, los que no saben, los que no estudiaron, tomen decisiones, entonces tendremos bailes en los museos, idolatrías frente a las estatuas, y otros despropósitos que son inaceptables y que no me quiero siquiera imaginar.
Todo esto se lo digo para que aprenda, para que entienda. ¿Entiende?
Porque lo que me interesa es proteger el Patrimonio. Eso es lo IMPORTANTE. Sí, todo con MAYÚSCULAS.
Si usted piensa que lo que hago es clasismo o racismo, entonces que no entiende la pureza de mis intenciones. Si usted piensa que no quiero nacos en el museo porque son nacos, es que no ha entendido que lo que me interesa es proteger las obras de Arte, con mayúsculas.
Si usted no me entiende es porque es un miembro de la borregada, un resentido social.
El punto es que no nos confundamos. Y este artista Daniel Godínez-Nivón nos quiere confundir a todos. El Arte debe ser para la gente Culta, ambos con mayúsculas. Debe servirle para que se cultive aún más, para que se sienta cada vez mejor, para que se distinga del resto de la gente.
No puede ser una empresa de en que participen todos. Qué horror. ¿Qué sería de nosotros si ya no hacemos las diferencias entre Cultura con mayúsculas y eso que llaman cultura popular?
¿Qué es eso del tequio de que tanto habla Daniel Godínez-Nivón? ¿Que el trabajo de todos debe ser para beneficio de todos? ¿Que la asamblea de la comunidad decida lo que hay que hacer y que luego todos sus miembros colaboren para lograrlo?
Se imaginan qué pasaría con un museo que se abriera a las personas y las dejara opinar. Se imaginan cómo sería un museo donde no sólo venimos a ver, sino también a participar y hacer. Un museo donde podemos bailar, cantar, hablar, crear.
Claro que todo eso se puede hacer sin destruir las Arte y el Patrimonio con mayúsculas. Por eso el artista y los responsables del museo midieron el volumen de la música para estar seguros de que no dañaría el edificio ni las obras. Por eso la gente bailó con tenis. Por eso no pasó nada.
El peligro es otro, seamos francos. El peligro es que ese Museo en que la gente participa y hace, en que la gente se divierte ya no se distingue, es como un congal, como un tianguis. Deja de ser un Museo con mayúsculas. Y si el Museo ya no es distinto, que va a ser de nosotros, el público Culto. ¿Acaso también perderemos nuestras mayúsculas? ¿Dejaremos de sentirnos mejores que el resto de las personas? Ese es el Patrimonio que queremos defender.
*Este texto fue pensado por el autor para ser leído en el Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte.
Texto publicado el 1 de agosto de 2017 en el blog Cubo Blanco del periódico Excélsior.