Una década de arte hecho en México
POR EDGAR ALEJANDRO HERNÁNDEZ
Para hablar de lo que ha ocurrido en la última década en el arte mexicano vale la pena hacer una precisión de orden lingüístico y plantearlo como “arte hecho en México”, ya que de esta forma se libra cualquier discurso nacionalista y se abre el horizonte para hablar de lo que artistas extranjeros han hecho en el país, además de que se puede discutir sobre la presencia de artistas mexicanos en bienales y ferias en el extranjero.
Tomar a la última década como punto de referencia atiende no sólo a la petición de ramona, sino a mi propia experiencia, ya que desde 1998 a la fecha he escrito de forma continua sobre arte.
Sin intentar hacer comentarios concluyentes, puedo decir que en el último lustro se ha formado en el país un mainstream local bien definido. Se han institucionalizado las prácticas del arte contemporáneo. Las instituciones públicas, que tradicionalmente habían dado la espalda a este tipo de expresiones, ahora aprovechan su prestigio internacional. Además de que se ha generalizado una recuperación del trabajo de los grupos y de los espacios independientes que operaron en los últimos treinta años, lo cual paradójicamente vino acompañado de su virtual desaparición.
En la actualidad, a nadie sorprende que Gabriel Orozco sea el artista mexicano con más reconocimiento dentro del arte contemporáneo. Y si bien desde los noventa ya gozaba del reconocimiento internacional, en México sólo un grupo relacionado directamente con el mundo del arte compartía esta opinión, pero no era algo que llegara al gran público, a esa masa que ahora lo sigue de forma numerosa en cada una de sus apariciones públicas.
Si bien nadie puede negar su importancia, la primera gran exposición retrospectiva de Orozco que le organizó el Museo Tamayo en el año 2000 no contó con toda la atención y los reflectores que seis años después generaría su muestra en las ocho salas del Museo del Palacio de Bellas Artes, la cual no sólo consolidó su presencia en México sino que lo acercó a las esferas del gobierno en turno. El hecho de que a Orozco se le vinculara con el aparato oficial le generó numerosas críticas, ya que en varias ocasiones se le acusó, tal vez sin razón, de ser el “artista favorito del sexenio”, pero esta opinión se acentuó cuando aceptó la comisión de una escultura pública, Mátrix móvil, para la controvertida Biblioteca Vasconcelos, conocida como Megabiblioteca, que con el cambio de administración se convertiría en icono del exceso y del fracaso cultural del ex presidente Vicente Fox.
Más allá de sus detractores, Orozco se consolidó como uno de los artistas contemporáneos más reconocidos en el país, cuya influencia es palpable en todo el medio cultural, que además ha generado otro fenómeno paralelo, poco documentado pero que continuamente aparece, que es el de generar una influencia sobre un amplio número de artistas emergentes, que literalmente copian sus prácticas y algunas de sus obras más conocidas, sin mencionar que en algunos casos se ha toma su imagen o algunas de sus piezas para criticarlo. Y si el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) acogió a Orozco, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) hizo lo propio con artistas como el belga Francis Alÿs, el español Santiago Sierra y la mexicana Teresa Margolles, que de igual forma habían adquirido una gran presencia internacional a partir de su trabajo realizado en México, pero que poca o nula presencia habían tenido en instituciones públicas nacionales.
Alÿs montó su primera gran retrospectiva en el Antiguo Colegio de San Ildefonso en 2006, que no sólo permitió ver reunida gran parte de su obra sino que la trajo de vuelta al centro histórico, que durante años ha sido escenario y laboratorio de su obra. Sierra, quien llevaba una década viviendo y trabajando en México, fue comisionado para realizar en 2007 una pieza para el Memorial del ‘68 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Sin duda una de sus obras más importantes, 1548 crímenes de estado, que tuvo la virtud de recordar con nombre y apellido a todos los muertos y desaparecidos por violencia ejercida por el Estado.
A Margolles se le invitó a intervenir el emblemático Museo Experimental El Eco, espacio recuperado por la universidad para dedicarlo al arte contemporáneo. La artista grabó en la pared su Decálogo, obra que sintetiza con gran limpieza la materia prima de su obra, ya que enumera, a manera de mandamientos, los mensajes o sentencias que han dejado los sicarios en las víctimas por el narcotráfico.
Si se observan de forma aislada, parecen eventos sin ninguna conexión, pero en conjunto demuestran cómo las instituciones públicas han empezado a darle un papel central a artistas que desde los noventa han marcado con su trabajo pautas importantes para el desarrollo del arte contemporáneo en el país.
Hacia un nuevo coleccionismo
Primero el INBA y después el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) mostraron de forma sistemática una gran insensibilidad hacia aquellos artistas que se salían del canon impuesto por la pintura y que en los últimos treinta años exploraron otro tipo de prácticas más conceptuales que ahora se han generalizado con la institucionalización del arte contemporáneo. Prueba de ello es que los museos públicos no cuentan con colecciones de arte contemporáneo, ya que la mayoría de las colecciones se centran en obra fundada en la primera mitad del siglo veinte o en donaciones que realizan los propios artistas, generando huecos que hasta la fecha no se han logrado cubrir.
El proyecto más reciente de coleccionismo público lo realizó la UNAM, que de forma paralela a la construcción del Museo Universitario de Arte Contemporáneo recuperó el proyecto de crear una colección de arte contemporáneo iniciada en la década de los noventa por Sylvia Pandolfi pero que se suspendió durante casi un lustro y se retomó hace un par de años bajo la curaduría de Olivier Debroise.
En la última década, también se consolidaron las colecciones privadas más importantes de arte contemporáneo en el país. En principio, la obra internacional reunida por Eugenio López se institucionalizó en 2001 al crear su galería y convertir su acervo en la Fundación/Colección Jumex. De forma paralela, coleccionistas importantes como Agustín Coppel, Patrick Charpenel o César Cervantes empezaron a tener una presencia pública constante, ya sea prestando piezas individuales o con curadurías de sus acervos en museos nacionales o en el extranjero.
Así como en los noventa los espacios independientes, gestionados en su mayoría por artistas, fueron el semillero donde los nuevos creadores realizaron las primeras obras que le dieron proyección a su trabajo, en los últimos años la creación de nuevas galerías de arte dio los cimientos para que los artistas emergentes tuvieran una marquesina para su trabajo.
Y si bien México mantiene un deprimente crecimiento económico, el mercado del arte contemporáneo logró un ascenso que le ha permitido ya cinco ediciones consecutivas de la Feria México Arte Contemporáneo, que reúne a ochenta galerías nacionales y extranjeras. Desde el ámbito académico se ha fortalecido uno de los encuentros más importantes en el país, que es el Simposio Internacional de Teoría de Arte Contemporáneo, además de que han existido otros proyectos similares que con menor o mayor éxito han complementado su labor.
En síntesis, se puede decir que el arte contemporáneo ha logrado en México mantener un nivel importante de producción, mercado y discusión, que desafortunadamente no ha empapado a un deprimido aparato cultural que carece del interés y la estructura para seguir su ritmo.
Edgar Alejandro Hernández: Periodista cultural. Ha escrito sobre arte en los diarios El Universal, Reforma y Excélsior, así como en la Agencia Alemana de Prensa (DPA). Como enviado ha cubierto las bienales de Venecia y Sao Paulo, el encuentro inSite y las ferias Art Basel y Arco de Madrid.
Texto publicado en el No. 81, junio de 2008, de la revista Ramona (Argentina).