Réplica a Otr*s Mund*s: Del interés buenaonda por la alteridad al hacer institucional

Andy Medina. HUMANO ES LA CUESTIÓN.

Por Baby Solís Serrano

En el texto de Montserrat Fernández de Bergia, razonable en varios puntos y con elementos valiosos para el debate, se incluye una afirmación que considero desproporcionada:

“Y en esta exposición se expresó un estilo de censura en la obra de Sandra Sánchez que acompañaría a la de Andy Medina, por su abordaje del exterminio palestino. La respuesta de Sandra fue un performance que confirma la relevancia de su apuesta: una ética (de trabajo) en el arte. Independientemente de si el museo y la artista llegaron a algún acuerdo de resolución, es notoria la ausencia de esta pieza, sobre todo frente a otras (como la misma de Andy Medina y algunas de las que hablaré más adelante) que tratan elementos de justicia social.”

Es importante aclarar que toda exposición de arte implica un proceso de negociación entre sus participantes. En este caso, Sánchez no fue invitada directamente por el museo, sino por Andy Medina como parte de su propuesta. Esto no es un detalle menor: asumir un rol de invitada implica dialogar y colaborar con la visión del anfitrión. No se trata de un rumor ni de un chisme: en el primer flyer que el propio museo circuló sobre la muestra, se puede ver el nombre de Sánchez junto al de Medina, en la misma línea.  Esto indica que la inclusión de Sánchez dependía de la de Medina. Observen cómo los nombres de lxs demás artistas aparecen de forma individual; solo cuando hay colaboración se colocan juntos en un mismo renglón.

Imagínense si la ética laboral de la que habla el texto de Sánchez se ejerciera y se admitiera públicamente: “Nunca fui tomada en cuenta por el museo, sino que un artista de buena fe me invitó a participar, y no supe dialogar con él para adaptarme a lo que proponía su pieza.” De inmediato, el argumento de la censura y la agente cultural con ideas incómodas para la institución pierde fuerza cuando se reconoce que la participación dependía de un diálogo efectivo entre pares. El arte, como todo proceso colaborativo, requiere flexibilidad, adaptación y negociación.

Fernández se mostró particularmente generosa al afirmar que “la respuesta de Sandra fue un performance que confirma la relevancia de su apuesta: una ética (de trabajo) en el arte”. A continuación, reproduzco algunas frases de su texto Una ética (de trabajo) en el arte:

Pone al yo (al artista, al curadorx y al espectadorx) en déficit de su certeza para desendeudarlx de su propia fantasía.

Sostiene la inmediatez de lo corporal como medio de propiocepción y alianza con el entorno, no como metafísica de la espontaneidad.

Escucha con cariño la intuición. Invita a indistinguirse.

 Considera la vida siempre en relación de relaciones desde una extimidad (Jacques-Alain Miller), es decir, desde una poética en la que lo propio está en constante alianza y distancia con otrxs cuerpxs, incluso interespecie.


¿Qué significa desendeudarse de la propia fantasía? ¿Qué son la propiocepción y la alianza con el entorno? ¿La metafísica de la espontaneidad? ¿Una poética en la que lo propio está en constante alianza? ¿Invitar a indistinguirse? Todo esto suena muy atractivo, en consonancia con las tendencias del arte contemporáneo que hablan de suavidad y ternura radical. Son lo que el poeta Aubrey Graham ha llamado, con cierto humor, los "Piolines teóricos": frases que, en el fondo, son tan melosas como los memes de Piolín, pero aderezadas con términos filosóficos postestructuralistas o ecofeministas, que les otorgan una relevancia ficticia, aún cuando las reflexiones que proponen son muy elementales.

Piolín diría: "No siempre hay que tener todas las respuestas, mejor dejo que la vida me sorprenda". Piolín teórico nos dice: “Valora la indeterminación y no necesariamente busca resolverla”. 

Sánchez continúa:

“Una ética en el arte cuida la imaginación personal y colectiva.
No cree que hay mejores personas que otras. No juzga a partir de un sistema de propiedades (legitimaciones) esbozadas desde parámetros que no son claros para la comunidad.
No olvida que la defensa de la vida siempre es más importante que el arte.
No olvida que la defensa de la vida siempre es más importante que el arte.
No olvida que la defensa de la vida siempre es más importante que el arte.”


Después de este discurso, que parecería ser el clímax de una reflexión profunda, el texto cierra de forma abrupta con eslóganes metidos con calzador:

¡Viva Palestina Libre!
Y todxs lxs pueblxs y personas oprimidas en el mundo.
¡Justicia!


Las demandas son justas, no hay duda, pero el modo en que se insertan aquí resulta forzado. El texto se aboca a un tema completamente distinto y, de repente, aparece este cambio de tono como si fuera una conclusión lógica. Sin embargo, esta resolución parece más un intento de cumplir con la expectativa de un arte de denuncia explícita, como si se tratara de una obligación más que de una necesidad auténtica.

La obra de Medina sugiere el tema, pero lo hace a través de los colores de su mural y su cuestionamiento sobre qué significa ser humanxs ahora. Fernández tiene razón al decir que no aborda Palestina de forma frontal; de hecho, me parece un acierto no ser tan literal. Mucho del gran arte político ha evitado ser tan directo, didáctico o evidente. Desde la famosa pregunta “And babies?” acompañada de una fotografía de cuerpos yaciendo en el suelo de Art Workers Coalition, hasta el recuadro en negro con la simple pregunta “¿Por qué?” de Abel Quezada, en 1968, estas obras han logrado provocar reflexión sin caer en la literalidad. De hecho, el arte que recurre a consignas de texto puede resultar tremendamente panfletario, lo cual es algo que, paradójicamente, pedimos ahora: que el arte no deje lugar a dudas, que nos digan claramente qué bando están tomando, que la creadora se ponga determinado emoji en su nombre de usuaria para que no nos quede la menor sospecha de sus intenciones.

Afortunadamente, la historia misma está llena de ejemplos de arte políticamente significativo que no ha tenido que recurrir a lo obvio. Pienso en la foto de una cama vacía de Félix González Torres, que habla de la pérdida de un amante durante la crisis del VIH; los zapatos rojos abandonados de Elina Chauvet, que representan a todas las mujeres que no están con nosotras debido a la violencia machista; o la instalación de Ana Gallardo, que utiliza hierbas como perejil para hablar de las prácticas de aborto cuando la interrupción del embarazo aún no es un derecho. Estas obras abordan temas urgentes sin necesidad de ser tan evidentes o literales.

Abel Quezada. ¿Por qué?

No sea marginal, no sea héroe*

Uno de los performances de Renata Petersen, al que se refiere la autora, consistía en bailarinas danzando en los tubos de las esculturas, en un estilo de gogo dance-pole dance.  Es importante entender el contexto en el que esta obra no se llevó a cabo.

Hace unos meses, Tragedies, una obra de Nina Beier donde participaban perros, llevó a que el público en redes sociales pidiera la renuncia de la entonces directora del museo, Magali Arreola. Sin prueba alguna de maltrato animal, pues las autoridades de la PAOT no concluyeron que existiera. También la audiencia amenazó a Karla Museos (la creadora de contenido que publicó los videos de Tragedies), con frases como: “¿te gustaría si tú y tu mamá aparecieran desnudas en una alfombra en medio del museo?”.

Otro suceso importante que ocurrió días antes de la inauguración de Otr-s Mund-s fue la cancelación masiva de Ana Gallardo, una artista de la tercera edad. A ella se le exigió desde irse del país hasta dejar de hacer arte para siempre.

En este clima cultural, donde basta con unas cuantas fotos y tuits condenatorios para pedir que rueden cabezas y que haya repercusiones reales en la vida de personas de carne y hueso, resulta comprensible que el museo o las artistas decidan no realizar un performance que fácilmente podría convertirse en una tragedia, tanto para la institución y lxs bailarinxs como para la propia Petersen. Desde una concepción heroica del arte, donde debemos aguantar todos los golpes en nombre de la creación, esta decisión podría interpretarse como censura o al menos, como inadecuada.

Pero pregúntenle a la administradora de redes sociales de un museo qué siente cuando recibe una horda de mensajes deseándole que su lugar de trabajo deje de existir, o qué repercusiones tiene en su salud mental leer tantos insultos durante al menos una semana seguida. 

Desde nuestros celulares, donde todo se vive como un espectáculo y donde las que sufren siempre son las otras, para el público resulta fácil pedir estoicismo. Exigen que la crítica, el arte y la creación se realicen de manera íntegra, siempre, sí o sí, incluso ante poniéndolos al bienestar factual de las personas.


Cada museo / crítica de arte / artista “incómoda” / educadora  y cosa buscan perseverar en su ser


En un texto publicado en ODAC el 19 de diciembre de 2024, afirmé “Un buen museo es burocracia, uno malo es desorden”. Es decir, entiendo los argumentos  de Fernández sobre cómo las decisiones administrativas que preservan la institución son lo que muchas veces guía sus acciones: “cada cosa busca perseverar en su ser”. Lo comprendo y no lo señalo como necesariamente negativo.

No solo los museos, también los seminarios, las revistas, las artistas, las educadoras, las colectivas, cada agente del arte permite tan solo las críticas que ellx quiere. Esto es obvio: A ningúnx agente le corresponde morder su propia cola. Para eso estamos sus colegas…

Los museos tienden al agrado, habría que añadir que no más que las críticas de arte, curadoras, artistas y otrxs agentes que se consideran independientes. Solo que el buscar agradar desde fuera de la institución, toma otras formas. 

Quiero aclarar que mi trabajo forma parte de la exposición de la que se habla y que por supuesto, deben desconfiar de mis opiniones por eso, pero la misma suspicacia debe extenderse también a quienes no forman parte. No lo digo específicamente por el texto de Montserrat Fernández, al contrario, lo considero tan valioso que quisiera seguir su propio argumento: los museos tocan temas “escabrosos” pero sin llegar nunca a realmente incomodar, ¿cuál sería el equivalente en trabajadoras no adscritas a una institución?

*En alusión a esta obra de Helio Oiticica.

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