¿En qué pensamos en 2024?
Rubén Ortiz Torres. Oval Mirror Flare (2001), incluída en la exposición Mexichrome: Fotografía y color en México.
Por Mari Carmen Barrios Giordano
El año pasado me inauguré como crítica escribiendo sobre la exposición Mexichrome en esta revista. Es el primer año en el que participo en la escena del arte con conocimiento de que mis observaciones y comentarios serán intercambiados en el espacio público. Puesto que me considero una de las plumas más nuevas en la publicación, he procurado estar al tanto del trabajo de mis colegas y evaluar las cuestiones sobre las que escogían discurrir. Al comienzo de un año nuevo, me ha parecido un ejercicio útil revisar aquellos temas comunes sobre los que nos empeñamos en formar ideas y afilar argumentos sobre el arte contemporáneo a lo largo de 2024.
Hubo eventos, como la censura de la obra de Ana Gallardo en el Museo Universitario Arte Contemporáneo y la exposición Pico y Elote de Damián Ortega en el Museo del Palacio de Bellas Artes, que atrajeron la atención de más de un colaborador y generaron intercambio y debate. Otro tema que generó polémica fue el inaugurado por Daniel Montero sobre rol de la pintura en el arte contemporáneo, una cuestión que desde el alba del modernismo ha preocupado a críticos de arte; luego no es sorpresivo que lo hayamos retomado aquí junto con la censura y una exposición sobre la deconstrucción de símbolos nacionales, todos temas de relevancia histórica ininterrumpida para nuestra disciplina. Más allá de estos eventos y discusiones específicas y esperadas en la crítica, lo que atrajo mi ojo fueron dos hilos que parecieron retomarse a través de numerosos textos y que me parece distinguen nuestra labor colectiva este año: 1) la renovación de los mexicanismos e indigenismos, y 2) la causa de los cambios culturales y la producción artística en una nación como la nuestra.
Ana Gallardo. Extracto para un fracasado proyecto (2011-2024).
Mexicanismos e indigenismos en 2024
En marzo, como una bola de fuego, Neotameme de Chavis Mármol irrumpió en las redes de todo México. El tameme es una palabra de origen náhuatl para un cargador de mercancía y, en una iteración previa de la obra, Mármol había repartido víveres en bicicleta con una mochila en forma de una de las cabezas colosales olmecas; la obra era una alusión a un oficio prehispánico que continúa aun hoy vigente a través de las plataformas de servicio de entrega. La versión de Neotameme que dio vuelta al mundo no fue esa, sino una en la que un auto Tesla parece ser aplastado por una reproducción de la Cabeza Colosal Número 1 de San Lorenzo Tenochtitlán en Veracruz, conocida también como El Rey. De las 18 cabezas colosales olmecas que se han descubierto a la fecha, El Rey es de las más grandes y pesadas (más de 25 toneladas) y que se encuentra en mejor estado. Todas datan de la era Preclásica (2500 BCE to 200 CE) y las de San Lorenzo se cree son las más antiguas. No creo que Mármol haya escogido El Rey por azar, pues los detalles del monolito original imbuyen capas de significado a la escena que protagonizó su réplica.
Para mí, Neotameme es sin duda la obra indigenista del año, pero no fue la única. Desde los lienzos de Coatlicue y el Hombre de Vitruvio de Gabriel Orozco en Kurimanzutto, hasta los objetos textiles y cerámicas de Ileana Moreno en múltiples recintos, las pinturas de Jorge Rosano Gamboa en Saenger Galería, la exposición de Francisco Muñoz en RGR y los collages Adiós a Calibán de Felipe Baeza en la 15 Bienal FEMSA, el año estuvo repleto de ejemplos de artistas mexicanos interesados en recuperar o apropiar motivos, materiales, símbolos y estilos del arte prehispánico. También hubo otros artistas, como Giovanni Fabián Guerrero en Llano, Clotilde Jiménez en el Museo Jumex y Abraham González Hernández en Campeche y el Museo Experimental El Eco, cuya obra —aunque menos directamente referencial al arte prehispánico— incluye alusiones a tradiciones visuales y rituales indígenas y su uso en la construcción de las identidades en territorio nacional. En fechas pasadas quizás habríamos agrupado estas obras bajo el manto de los mexicanismos, movimientos que buscaron crear imágenes simbólicas nacionales apelando a costumbres, tradiciones y mitologías.
Estas expresiones artísticas llamaron nuestra atención y la sostuvieron a lo largo del año. Darles sentido llevaron a Gustavo Cruz a proponer un giro nacionalista en el arte contemporáneo y a Edgar Alejandro Hernández a evaluar la noción del oficialismo en el campo artístico. Por lo que sabemos de los planes expositivos en los museos de arte contemporáneo y de la política cultural federal, sin duda 2025 traerá más oportunidades para discutir este tipo de obras y refinar las etiquetas que nos parezcan más adecuadas para nombrarlas y agruparlas, pero fue en el transcurso de 2024 que múltiples autores de Revista Cubo Blanco enfocamos nuestra atención sobre estos temas. Este reconocimiento ha despertado en más de uno de nosotros el deseo de explicar la razón por la que han surgido estas expresiones plásticas en el país y, en turno, interpretar su importancia para nuestro público lector. Es en esta parte de nuestros textos que encontré un segundo hilo conductor que creo importante resaltar.
Neotameme, de Chavis Mármol.
¿A qué se deben los cambios culturales en México?
La mayoría de los textos publicados en Revista Cubo Blanco son ensayos críticos –eso es, los autores buscamos describir, luego interpretar un fenómeno social específico, siendo este la mayoría de las veces una obra, una exposición o un evento asociado a un recinto artístico. Por su naturaleza, el ensayo crítico refleja la filosofía de pensamiento y el marco teórico del autor: describir un fenómeno social requiere que identifiquemos a los protagonistas, sus facultades, los eventos, las circunstancias históricas y económicas y la distribución de poder que observamos entre los mismos. Llevar a cabo esa tarea revela dónde cada uno de nosotros percibimos yacen la autoridad, la agencia, y el sentido de las cosas.
En su mayoría, este año los textos en Revista Cubo Blanco han demostrado marcos teóricos que llamaré “macroestructurales”; eso es, explicaciones que priorizan la influencia de la política nacional, el sistema económico y los acuerdos internacionales sobre la producción cultural, incluidos los movimientos y expresiones artísticos. Son en estos aspectos de la sociedad mexicana que Irmgard Emmelhainz encontró una explicación determinante para las obras que conformaron la muestra El fin de lo maravilloso en el Museo Universitario del Chopo, por ejemplo, y en los que se enfoca María Minera al evaluar el estado de la cultura en el país al final del sexenio.
Pero en uno de mis textos preferidos del año, de Cecilia Barreto, se dejó entrever otro tipo de filosofía: “Además de consideraciones que tienen que ver con raza y clase, creo que el país, la comida, la violencia, los ídolos y los colores determinan la producción cultural. El mundo del arte no es una máquina que aplana un territorio. Incluso en México, la producción no tiene los mismos intereses en la ciudad que en el norte del país.” Barreto nos recuerda que, más allá de quién gobierne y qué tan mal o bien lo haga, cómo esté estructurada la deuda o qué tratados se hayan firmado, las expresiones artísticas obedecen a las circunstancias más inmediatas de sus creadores: su ambiente, el territorio, los eventos en su localidad.
Aplaudo que Cecilia nos haya hecho esta observación. Cuando se construyen correctamente, las explicaciones con base en cuestiones macroestructurales son útiles, y en el mayor de los casos, lógicas— pero, aun si constriñen las decisiones del individuo, sugerir que la capacidad de imaginación y creación de los artistas depende mayormente de la estructura político-económica en la que transcurre su existencia es negarles, a grandes rasgos, agencia propia. Conforme el sistema unipartidista al que ha revertido el gobierno federal se vaya consolidando, quizás sea natural que busquemos explicaciones sobre el renacer de los indigenismos y mexicanismos en esa consolidación política. Cecilia nos alienta a no conformarnos tan sólo con esa explicación —que por más lógica que sea es también limitada— y buscar en la geografía, la tradición, las redes locales, el folklor y los frutos de la tierra interpretaciones que dignen la enorme creatividad de las artistas mexicanas cuya obra nos mueve a escribir.
Ileana Moreno en El fin de lo maravilloso, Museo Universitario del Chopo.
Gabriel Orozco, en Kurimanzutto
Texto publicado el 10 de enero de 2025.
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